Julio M. Virrueta
“¡Inician los trabajos del rascacielos más alto del mundo!”
“¡En oriente medio se ha colocado la primera piedra de la que será la mayor construcción de la raza humana!”.
Así rezaban en todos los idiomas del mundo los periódicos, los anuncios televisivos y radiales, declarando que la construcción de la primera macro-ciudad vertical había dado inicio y que, con el concurso de todas las naciones, habría de terminarse en un plazo no mayor de quince años.
Las atestadas ciudades convencionales ya no daban para más, estaban repletas y la población seguía creciendo. Por esto se llegó a la conclusión de que era ineludible la expansión del ser humano por nuevos territorios, los del aire.
Se seleccionó el desierto iraní por ser una de las pocas zonas del planeta en las que no había ya una ciudad o algún otro centro de población humana, aunque no pocos teorizaban que no era casualidad que allí se alzase en otros tiempos la mítica torre de Babel, de daba nombre a la nueva construcción.
Los primeros niveles de la superestructura estaban designados para ser ocupados por las viviendas, las cuales fueron rápidamente alquiladas a los constructores y sus familias. Por supuesto, los jefes de obra ocupaban pisos superiores con el fin de inspeccionar la construcción de forma constante y evitar el cada vez más largo viaje desde la base.
Por sobre el área habitacional, comenzó a erguirse la gigantesca zona comercial, motor de toda la obra, ya que el capital reunido inicialmente, pese a ser enorme, sólo fue suficiente para costear los primeros niveles. El dinero faltante para proseguir la construcción provino de los infinitos locales comerciales, que comenzaban a generar ingresos apenas eran terminados, gracias a la alta demanda generada por los empresarios, ávidos de ganancias, que iniciaron su éxodo hacia la torre, atraídos por un mercado creciente.
Conforme que los negocios se iban instalando, más personas deseaban mudarse a la nueva súper ciudad y se crearon nuevos apartamentos, aunque todos perfectamente considerados en los planos originales. Desde lujosas suites en las exclusivas zonas altas hasta diminutos pisos en los que apenas y cabía lo indispensable, había oferta para todos los bolsillos.
Nivel sobre nivel la monumental obra se iba alzando, cada vez más alta. Las ciudades del resto del orbe pronto quedaron abandonadas o fueron absorbidas. Aún en las grandes capitales, restos de la que ya se llamaba época pre-babel, sólo unos pocos se negaban a dejar su estilo de vida convencional por el futuro.
A medida que la torre creció, hasta que la Tierra misma no fue más que un cimiento para ella, un fenómeno peculiar comenzó a esparcirse en los niveles inferiores, como consecuencia de un aspecto de los cálculos que nadie había atendido, o nadie quiso atender.
Las personas, ocupadas todo el día para poder ganar el dinero necesario para cubrir el costo de la renta de sus inmuebles, aunado a sus vidas planeadas efectivamente desde arriba, comenzaron a sufrir una disminución en sus sensibilidades que redundó finalmente en una extinción en masa de su conciencia, parecía que ya no eran individuos sino parte de un sistema mayor, la torre. Esa epidemia de alienismo se expandió hasta que alcanzó las plantas más altas, era incontenible.
Finalmente la torre alcanzó su punto máximo, sus fundamentos hollaban el centro mismo de la tierra. En un esfuerzo final, con el grito de miles de millones de conciencias que morían, el punto más alto penetró en las capas más extremas del aire. Desgarrando la superficie la criatura se irguió, miro en redondo y salió de su charca primigenia para explorar ese nuevo mundo.
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