Salvador Manzano Anaya
Cuando recién cumplía 14 años, nos visitó un tío muy
querido, el venía de Mexicali B.C., y nos dijo a mi primo “el Rafles” y a mí: “si
se animan, los espero en Mexicali en las próximas vacaciones”, nos prometió
Disneylandia, Sea Word, San Diego Zoo y otras linduras, al parecer no se fue
sin antes convencer a nuestros padres, puesto que días antes de vacaciones mi
madre estaba comprando un par de boletos del “tren bala” Guadalajara-Mexicali.
Antes de continuar, debo agregar que entonces se estilaba viajar en tren,
existía el famoso Pulman (GDL-MEX), el legendario Chihuahua-Pacifico (aún
existe) y además el Tren Bala y el Tren Burra que viajaban rumbo a Tijuana con
escala en Mexicali. El Tren burra hacia su recorrido a Mexicali en 32 horas,
mientras que el tren bala, que abordaríamos, nos llevaría en sólo 24horas. Bueno,
pues, estábamos el par de escuincles con nuestras maletas a punto de abordar, cargados
de recomendaciones y bendiciones, nerviosos porque nos colgaron un escapulario
como si fuéramos al patíbulo. A mi me mortificaba el nerviosismo de mi madre,
interpreté su preocupación (por razones obvias), siempre admiraré su valentía; bendita
sea, como presintiéndolo, no impidió lo que fue para mi una experiencia
inolvidable.
El gigante de acero rugiendo por fin arrancó con
nosotros acomodados en un comodísimo camerino. Por el balcón del vagón, viajando
a 150km/h miraba un hermosísimo y fugaz atardecer del mar de Mazatlán, pronto
anunciaron que estábamos por llegar a Benjamín Hill y que todos los pasajeros
debíamos de bajar del tren para realizar algunos movimientos, mi primo y yo nos
miramos angustiados, ¡nuestros padres nos prohibieron eso! el encargado de
nuestro vagón nos condujo a la sala de espera y nos propuso que visitáramos la
tienda de souvenirs, el tren arrancaría en una hora (yo tomé el tiempo),en
ningún momento perdimos de vista nuestro tren. Al transcurrir una hora con
cinco minutos… ¡arranca el tren, Dios! ¡se nos va! -grito el Rafles- y corrimos tras la cola del tren ante la
mirada atónita de la gente, a los 100 metros yo me caí sobre los durmientes, mi
primo logró a colgarse, y me gritaba: ¡vete a la estación, allá espera
vendremos por ti! Y rápido se quitó el abrigo y la gorra y me los arrojó. A
punto de las lágrimas me enfilé hacia la estación, cuando me alcanzó el
guardagujas y me preguntó qué sucedía, le explique que me había dejado mi tren,
¿A dónde vas? “a Mexicali”, le contesté,
y el dándome un palmada me dijo, “no se aflija amigo, su tren no ha partido,
ese va a Nogales, el de Mexicali es aquel” y lo señalaba con su dedo índice
orgullosamente. ¡Dios
santo! Corrí de nuevo tras del tren que se alejaba y me detuvo el hombre, “¿ahora qué pasa?” “¡Mi primo se trepó en aquel!”. El hombre
rápido me tomó de la mano, nos dirigimos a la estación, mientras iba hablando algo
por radio, cuando salió a toda velocidad una motocicleta a alcanzar al tren de
Nogales, y en unos minutos regresó el mismo motociclista con mi primo atrás,
con una sonrisota de oreja a oreja, sin percatarse aún de lo que sucedía. El
tren de Mexicali nos esperaba ansiosamente para continuar su camino…
[En memoria al tío Ramón Paz Ramírez que acaba de
fallecer en Octubre 2011]
Qué linda experiencia Salvador, yo tengo especial interés por los trenes, pero nunca he viajado en uno de verdad, sólo en el eléctrico de Guadalajara, jeje.
ResponderEliminarQue linda experiencia Salvador. Yo tengo especial interés por los trenes. Nunca he viajado en uno de verdad, sólo en el eléctrico de Guadalajara, jeje.
ResponderEliminarEl tren no iba con rumbo hasta Tijuana, solo llegaba hasta Mexicali.
ResponderEliminarMe ancanto la narrativa, realmente me sentí transportada a esa eatación del tren y su aventura, gracias Ing. Salvador....
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