24de Agosto de 2012
Lizeth Sevilla
Al leer tu carta he pensado durante toda la mañana en el gran cocodrilo que durante estos días de exilio por la sierra me ha acompañado en las tardes del silencio eterno, un silencio que recomiendo a los que han perdido el sentido de la realidad, a los que se han desencantado de los cuerpos y las ciudades.
Tal parece que estos días son un juego para la imaginación, una burla y la libertad del campo, la libertad entre los árboles parece todo menos la ilusión dirigida que se vive entre los caprichos de los semáforos. Lo sé cuando camino, cruje el cielo y vuelvo a pensar en Huerta Yo camino en silencio por donde lloran piedras que quieren ser palomas, o estrellas, o canarios: voy entre campanas. Escucho los sollozos de los cuervos que mueren, de negros perros semejantes a tristes golondrinas.
Y les escribo sobre la piel del cocodrilo, porque en los caprichos del silencio no puedes hacer otra cosa, más que trasmutar o perecer y las dos acciones, según los viejos, son la cura para el alma, porque el olvido es un pretexto de los idiotas.
De pie en el mismo abismo de antaño, que has recordado con tanta serenidad y que seguramente lo recordarán los otros que tuvieron sus propios abismos, pienso en cómo se traducen los veranos que dolieron hasta el hueso. Hace un año dolían las ausencias y ardía la piel por desmenuzarse en el primer cuarto solitario que se cruzara en el camino. Ahora arde la piel por las traiciones en pequeña y grande escala, los momentos de antaño que dolieron ahora se traducen en una ignominia del descaro primero por los tuyos, los nuestros que nos dan la espalda en la batalla y segundo por los que no nos pertenecen, pero se adueñan de nuestros patrimonios (y los hacen casas de empeño, centros comerciales, chatarra que se vende al mayoreo, lo sé, es demasiado local para soportarlo) de un modo tan sutil y sucio que solo nos queda salir a las calles a reventarle los tímpanos al desencanto, a los que creyeron la teoría del olvido.
Y los veranos, las traiciones, el olvido me hace pensar también en ese fragmento en el que Sergio Pitol hablaba de lacontrariedad que supone la traición del Estado al pueblo, un fragmento en el que le explicaba a Carlos Monsiváis la vergüenza que dan los que se llenaron la boca de oratoria: Es necesario que todo el mundo aprenda a reírse de esos monigotes ridículos y siniestros que se dirigen a la nación como si por su boca se expresara la historia, no la vida, eso nunca, sino la que ellos han embalsamado.
Y todos sabemos, que estos abismos de ahora son los que calan en los huesos más que una bayoneta apunto de ser disparada. Sabemos que estos veranos de ahora asfixian tanto como la muerte, silencian tanto como la traición del 1 de Julio que todo mundo se empeña en olvidar --otros ilusos--.
De esta vida que duele les comparto desde la sierra, donde también duele el desencanto, donde las instituciones caen paulatinamente y uno ya no sabe si sentir gozo o espanto porque tampoco se sabe la diferencia de las sumas y restas que vienen a pintar en las paredes o en las calles con su falso discurso. Con las lonas tricolores que ahora sirven para el techo de los chiqueros y los tantos testimonios de las personas que entregaron su soberanía a cambio de un favor que nunca terminará de consumarse. Por ahora, me quedo con la libertad de los árboles, con el sonido nítido de los pájaros que allá solamente pueden escuchar en el mercado, donde los tienen presos en jaulas de colores y con la consigna de que al menos, a muchos nos queda la tinta.
Los abrazo con el último verso del gran cocodrilo, consciente cada vez de las pieles que hemos dejado en las carreteras por las que vamos:
¿Entonces soy el perro-poeta de rodillas/ o el jaguar vencido, hincada la mandíbula en la tierra que nada engendra?/ Con el hocico enfermo de plumas y cuarzos/ subo y bajo, bajo y subo la pirámide del miedo, oh dios endemoniado y brujo, tragador de hongos,/dios de soles envilecidos y príncipes y sacerdotes homosexuales,/yo estoy en adoración todos los días en nombre de mis muertos/y de mis vivos, de todos los que amo y de todos los que no he aprendido a odiar,/así, de rodillas, salvajemente mexicano,/adherido a las hoyos inmundos de tu ancha cara sin horizontes. //Porque se debe decir, partiendo/en dos la podrida manzana de la epopeya:/la patria es/impecable como un asesinato al pie de las ruinas/y una mujer que no pudo parir ni una oración,/la patria es diamantina como la hora del alba en que un hombre es crucificado y los panes y semillas del hombre parecen crecer entre telarañas/y rayos e incendios, oh dios de dioses, ciegan y matan la inmensidad del sueño.
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