lunes, 24 de septiembre de 2012

Sensaciones de un hombre próximo a la lluvia


8 de septiembre 2012
Alejandro von-Düben


En ocasiones es mejor no pensar.  Eso es lo que deseo encontrar en tu carta, Lizeth. No pensar; qué fácil se escribe. Ausentarse. Pero no esta ausencia que el otoño trae consigo. Más bien, la ausencia de los veranos, de algún verano pasado en el que se solía amar al más íntimo abismo. Porque, sí, hay bicéfalas ausencias que las estaciones traslucen. Ustedes saben, la diferencia entre primavera/verano con otoño/invierno.
Yo, amigos, lejana vez tuve una bella ausencia de verano.
                                                                                                Recuerdo.
                                                                                                 Fue…
                                                                                                 Fue hace no tanto…
                                                                                                 Intento recordar…
Había un amor declamado entre intervalos de silencio, en la ciega búsqueda de labios amantes. Ausencia a besos, haciéndome. No tengo reparo en decir que el más mínimo sentimiento hería la hegemonía de mis neuronas. Así, enamorado, ese otro individuo tan lejano a mí no pensaba en, por ejemplo, compromisos sociales, cortesías, cuestionamientos sobre el fluir de la sangre derramada en México. No.  Todo era más vívido, tan cercano, incuestionable.  Como la sublimación que nace en una bolsa de plástico danzando en el aire muy a lo American Beauty.  Tanta belleza que                                                   
he dejado atrás
                                                                                                                               he olvidado.

Hoy sólo hace otoño, aquí, dentro.
Y este ser no mío, gesticulándome, se duele de vacío.
Es la otra ausencia, similar al spleen baudelaireano, del color Edvard Munch. Sin música, sólo eco. Donde todo es y, sin embargo, pareciera que nada queda. Está la familia, los amigos, el amor que cambia de rostro y toma nombre y, además, la universidad. Están los muertos que leo y este otro mundo ficticio donde me sé más real que en carne y hueso.  Pero no es suficiente. Tengo las sensaciones de un hombre bajo lluvia, lluvia donde cada gota esconde el peso de un cometa. O donde cada idea, cada pensamiento, cada mínimo gesto te asedia y luego te devora, despiadadamente te devora una y otra vez, sin término. Y no sé a qué se debe y no sé porqué, si estoy solo, si acaso les ha ocurrido por el clima, por el mal tiempo. Borges escribe: “El tiempo es un río que me arrebata pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. Pero, ¿y yo, quién soy? ¿acaso importa? ¿les importa, Hiram, Lizeth? A mí no. En otoño, sólo quiero mi muerte de cada día. Sé que tan trágico puede leerse, somos humanos, qué se le puede hacer.
Por último, les dejo un poema de Alejandra Pizarnik que subleva la noche y que, por supuesto, me fascina así como me fascina transcribirlo en masculino:
Sólo un nombre
alejandro alejandro
debajo estoy yo
 alejandro   
No quiero pensar más.
Saludos.


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