lunes, 9 de diciembre de 2013

Romance del Pintor y la Adolescente

José Luis Vivar

Ciudad de México, año de 1909. La capital del país vive la llamada paz porfiriana, a pesar de tantos rumores que llevan y traen la gente que viene de otras latitudes. El viejo caerá de un momento a otro, dicen unos; nada de eso, el señor general don Porfirio Díaz gobernará por muchos años más. Detractores y enemigos conviven, mientras que otros se preparan para el primer centenario de la Independencia.



            En una de las tantas vecindades que existen en el centro de la metrópoli, se encuentra un joven zapotlense de 26 años. Vive en un cuarto humilde, compuesto por un anafre, una mesa con unas cuantas sillas y un catre donde descansa después de concluir su jornada de trabajo. Las únicas riquezas que tiene son un caballete, algunos lienzos y un estuche de pinturas con su respectiva paleta. En efecto, es un artista de la pintura, y tiene la cabeza llena de sueños.

            Atravesando el enorme patio se halla otra vivienda. Es una familia de Sombrerete, Zacatecas. Está conformada por los padres y sus hijos. Una de las hijas, quien apenas tiene 12 años ha hecho amistad con el pintor. Le gusta que la trate como una señorita y que le platique de esas imágenes que va plasmando. Como es de esperarse, el romance entre ambos surge, situación que molesta al padre de la adolescente. Los regaños y los gritos se vuelven tema de los días, hasta que la familia decide regresarse a su pueblo. El muchacho, que por cierto se llama José Clemente, habla con los padres, pero ellos lo rechazan porque es pobre y no puede brindarle un buen futuro a Refugio, que es el nombre de la jovencita.

            Al quedar separados, él empieza a escribirle todas las noches, le platica de lo que sucede en esa ciudad, de cómo de las celebraciones por haberse cumplido un siglo del inicio de la Independencia, sobreviene un cambio social al que todos empiezan a llamar Revolución, y cómo don Porfirio decide viajar al puerto de Veracruz y de ahí al exilio, concretamente a Francia, de donde nunca volvería.

            Ella le cuenta de su pueblo, de cómo también todo cambia con una bola de pelones que disparan contra los hombres de un tal Francisco Villa. Pero entre nubles de pólvora, vendedores de pulque, catrines que pasean por el Zócalo de la ciudad, y demás cosas que ocurren, hablan y se prometen amor. José Clemente escribió a su adorada niña por muchos años, concretamente de ese 1909 hasta 1921. Él se volvió un pintor famoso, no sólo en su país sino en el extranjero. Ella dejó los juegos y se convirtió en maestra. Se amaron en la distancia, compartieron sus vivencias, esperanzas y deseos. Nunca concretaron su amor en la realidad, pero quedaron como ejemplo para tantos enamorados.

            Difícil imaginar que detrás de ese rostro severo, adusto, de José Clemente Orozco haya existido tanta ternura, tanta pasión por esa adolescente llamada Refugio Castillo, quien en 1975 al cumplir los 77 años, sintiendo que sus días estaban contados, entregó como herencia a José García Cervantes, uno de sus discípulos un total de 465 cartas, junto con recados, tarjetas, acuarelas y demás tesoros, que el pintor de Zapotlán el Grande le entregó a lo largo de esos años en que el fuego del amor los devoraba.

            Circunstancias ajenas a la voluntad de la maestra Castillo hicieron que ese tesoro quedara en el olvido durante 29 años, hasta que al morir Cervantes en 1990, su viuda decidiera venderlas en una casa de subastas. Un tesoro cultural ofrecido al mejor postor.
          
          Para suerte de todos, ese fardo amoroso fue adquirido por Juan Antonio Pérez Simón, quien al constatar aquella riqueza decidió que fueran publicadas. Gracias a la participación en este proceso del periodista Julio Scherer, la escritora Adriana Malvido ha hecho un trabajo minucioso, además de realizar investigaciones tanto en el Distrito Federal como en Sombrerete donde entrevistó a familiares y conocidos de la difunta maestra Refugio, de quien por desgracia no existen cartas de ellas en los archivos del pintor.
Seleccionado en orden cronológico una buena parte de esas misivas –las presentadas son las más significativas, según palabras de ella misma-, llegan hoy en formato de libro: “Las cartas inéditas de Orozco a su amor adolescente”, de editorial Lumen, para quienes busquen ser testigos de los sentimientos más íntimos del gran muralista, quien no sólo se dedicó a pintar, sino que también escribió, y escribió bien. El arte epistolar está presente en otras personas con las que mantenía correspondencia. Alfonso Reyes, Juan José Tablada, Justino Fernández, Luis Cardoza y Aragón, son algunos ejemplos.

Además de su espíritu creativo, de esa indomable personalidad, estamos frente a un Orozco que desconocíamos, pero que admiramos más porque se muestra como todo mortal que sabe vivir por para un amor. Un amor para la historia, un amor que vivirá en la eternidad, en este romance del pintor y la adolescente.


1 comentario:

  1. Un gusto leer el escrito, relato exquisito de tan linda historia. Comparto en twitter, facebook, g+1.
    Muchas gracias de todo corazón Filomena

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