Juan José
Arreola
Palabras de Juan
José Arreola en la ceremonia del centenario del natalicio del ilustre y diplomático
Guillermo Jiménez, en Ciudad Guzmán, Jal.
1.
Guillermo
Jiménez. (Una de las
fotos de regalo de
Constanza Jiménez de Juárez a Milton Iván Peralta) |
Hacer un
panerírico del hombre que aspiró su primer sorbo de oxígeno en esta tierra, que
fue arrullado en los amorosos brazos de Constanza, que fue abriendo los ojos y
pudo contemplar como en un marco de verdes esmeraldas sus montañas, las que
cobijan este valle que fue donde asentaron su cuna.
Muchos como tú, pero en distintas
disciplinas, cantaron su canción a Zapotlán, lo hicieron con tal fuerza que
imprimieron en su estandarte la silueta de sus montañas, la hermosura de su
hondonada, así fueron amontonando en el morral de sus recuerdos, las grandes
mazorcas que alimentaron su organismo, le nutrieron en forma tal, que gritaron
con fuerza el nombre milenario de Zapotlán.
Cuando el ser humano detiene su andar
para contemplar todo lo que le rodea, queda maravillado de la grandeza que hay
en su alrededor, admira la pequeña florecilla que se abre por breves instantes, para quedar
expuesta y así poder presentar su belleza, quien se guarece bajo la sombra de
la zarza, quien la protege con sus afiladas espinas de la profanación del que
destruye su montaña.
Guillermo en su
caminar cantó Himnos de Gloria al Eterno, que le hizo nacer en este hermoso
valle, que tiene como fondo un maravilloso escenario, sus majestuosos volcanes:
El uno de vez en vez, cubre su desnudez con un desgarrado Sudario blanco. El
volcán “El Colima” con sus grandes fumarolas que se lanzan al espacio, dando en
cada una un espectáculo maravilloso, donde el oyamel, el pino y la flora en
general cantan glorias a la madre naturaleza.
El viento arranca melodías, las aves
entonan su canción, dando al hombre ejemplo de agradecimiento a quien lo hizo
respirar el viento de la libertad, ese canto adormece y las formas quedan
inmóviles para contemplarlas en toda su belleza.
Valle de Zapotlán, que has anidado
dentro de tu gran hondonada una pléyade de tus hijos, que agradecidos nunca
olvidaron y han cantado tu nombre hasta en lo más lejanos confines, que han
impreso en la mente de sus amigos, ese nombre que suena a grandeza, que tú
Guillermo dejaste plasmado en un volumen el grandioso poema, palabra escrita en
letras de oro, Zapotlán, nido de alondras que se acurrucan cantando las
plegarias de su pueblo.
Venimos en este día que el tiempo
acumula un montón de años, que todos hacen cien, que durante ese tiempo tu
nombre nunca fue olvidado, se guarda en el relicario de los recuerdos con
veneración y respeto, pero fue imposible seguirlo haciendo porque tu grandeza
creció y creció hasta gritar su protesta, y ese lamento lo captaron las
barrancas y lo transmitieron en un eco sonoro que nos hicieron despertar de
nuestra modorra, ahora como agradecimiento a tu memoria, te ofrecemos este
insignificante homenaje en este día que cumples cien años de haber venido a
esta tierra, que recordando tu nombre, el pueblo con sus autoridades
encabezadas por su presidente municipal, señor licenciado León Elizondo Días,
también hijo de este bendito suelo, te ofrecemos y te acompañamos en tus
cantares, con las melodías salidas de esa caja de resonancia nos atraen el
recuerdo de las capillas de tus hermanos los indígenas. El Pastor, La
Candelaria, la del árbol de “Temblorosas Flores Rojas que se torna en
Listones”. La Capilla de la Soledad, de las Calles que se hacen barrios, El
Alacrán, El Portón Azul, La Colorada, por donde se escucha el taconeo de los
transeúntes, San Antonio, San Pedro, El Rey Dormido y La Chulada, se guarecen
en La Ventana Chata.
Así en el ancho camino que
recorriste, fuiste sembrando en cada sendero un ramillete, dejando a la
posteridad “Almas inquietas”.
*Excélsior,
sábado 30 de marzo de 1991, sección B, página 4
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