lunes, 10 de marzo de 2014

Las Almas inquietas de Jiménez

Juan José Arreola


Palabras de Juan José Arreola en la ceremonia del centenario del natalicio del ilustre y diplomático Guillermo Jiménez, en Ciudad Guzmán, Jal.


1.      Guillermo Jiménez. (Una de las fotos de regalo de
Constanza Jiménez de Juárez
  a Milton Iván Peralta)
Hacer un panerírico del hombre que aspiró su primer sorbo de oxígeno en esta tierra, que fue arrullado en los amorosos brazos de Constanza, que fue abriendo los ojos y pudo contemplar como en un marco de verdes esmeraldas sus montañas, las que cobijan este valle que fue donde asentaron su cuna.






            Muchos como tú, pero en distintas disciplinas, cantaron su canción a Zapotlán, lo hicieron con tal fuerza que imprimieron en su estandarte la silueta de sus montañas, la hermosura de su hondonada, así fueron amontonando en el morral de sus recuerdos, las grandes mazorcas que alimentaron su organismo, le nutrieron en forma tal, que gritaron con fuerza el nombre milenario de Zapotlán.
          
Cuando el ser humano detiene su andar para contemplar todo lo que le rodea, queda maravillado de la grandeza que hay en su alrededor, admira la pequeña florecilla que  se abre por breves instantes, para quedar expuesta y así poder presentar su belleza, quien se guarece bajo la sombra de la zarza, quien la protege con sus afiladas espinas de la profanación del que destruye su montaña.
Guillermo en su caminar cantó Himnos de Gloria al Eterno, que le hizo nacer en este hermoso valle, que tiene como fondo un maravilloso escenario, sus majestuosos volcanes: El uno de vez en vez, cubre su desnudez con un desgarrado Sudario blanco. El volcán “El Colima” con sus grandes fumarolas que se lanzan al espacio, dando en cada una un espectáculo maravilloso, donde el oyamel, el pino y la flora en general cantan glorias a la madre naturaleza.

            El viento arranca melodías, las aves entonan su canción, dando al hombre ejemplo de agradecimiento a quien lo hizo respirar el viento de la libertad, ese canto adormece y las formas quedan inmóviles para contemplarlas en toda su belleza.

            Valle de Zapotlán, que has anidado dentro de tu gran hondonada una pléyade de tus hijos, que agradecidos nunca olvidaron y han cantado tu nombre hasta en lo más lejanos confines, que han impreso en la mente de sus amigos, ese nombre que suena a grandeza, que tú Guillermo dejaste plasmado en un volumen el grandioso poema, palabra escrita en letras de oro, Zapotlán, nido de alondras que se acurrucan cantando las plegarias de su pueblo.

            Venimos en este día que el tiempo acumula un montón de años, que todos hacen cien, que durante ese tiempo tu nombre nunca fue olvidado, se guarda en el relicario de los recuerdos con veneración y respeto, pero fue imposible seguirlo haciendo porque tu grandeza creció y creció hasta gritar su protesta, y ese lamento lo captaron las barrancas y lo transmitieron en un eco sonoro que nos hicieron despertar de nuestra modorra, ahora como agradecimiento a tu memoria, te ofrecemos este insignificante homenaje en este día que cumples cien años de haber venido a esta tierra, que recordando tu nombre, el pueblo con sus autoridades encabezadas por su presidente municipal, señor licenciado León Elizondo Días, también hijo de este bendito suelo, te ofrecemos y te acompañamos en tus cantares, con las melodías salidas de esa caja de resonancia nos atraen el recuerdo de las capillas de tus hermanos los indígenas. El Pastor, La Candelaria, la del árbol de “Temblorosas Flores Rojas que se torna en Listones”. La Capilla de la Soledad, de las Calles que se hacen barrios, El Alacrán, El Portón Azul, La Colorada, por donde se escucha el taconeo de los transeúntes, San Antonio, San Pedro, El Rey Dormido y La Chulada, se guarecen en La Ventana Chata.

            Así en el ancho camino que recorriste, fuiste sembrando en cada sendero un ramillete, dejando a la posteridad “Almas inquietas”.  

*Excélsior, sábado 30 de marzo de 1991, sección B, página 4



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