(Segunda parte)
Ricardo Sigala
En 2011 el nombre
de Juan Gabriel Vásquez se convirtió en una presencia permanente en los medios
literarios del mundo de habla hispana. Había ganado el premio Alfaguara de
novela y el estruendo de esas campañas publicitarias sonaban tanto como el
sonoro nombre de su novela: El ruido de las cosas al caer. El ruido al que
se refiere la novela es el de un avión que se desploma, es un ruido siempre
inminente, nunca escuchado y que sin embargo está ahí, se trata del ruido de
las tragedias públicas y el silencio de las tragedias privadas, el estruendo mudo
del habló César Vallejo. Cae un avión y se derrumba la vida de la gente de la
calle, que son como los hipopótamos escapados del zoológico de Pablo Escobar
tras su muerte, una ¨persecución de criaturas inocentes por parte de un sistema
desalmado¨. Caen los aviones, las vidas, las certezas, la alegría, se derrumba
la familia, la sexualidad. Asistimos al ámbito del miedo, no a las cifras ni a
las imágenes de los diarios y noticieros, a los archivos o a las hemerotecas,
asistimos al miedo que nos deja solos en el mundo, un miedo que como todo
sentimiento verdaderamente profundo no es espectacular.
El
ruido de la cosas al caer concilia en perfecta armonía una sensibilidad emanada de la
experiencia con lo que Juan Gabriel Vásquez llama “la caja de herramientas de
la tradición”, es decir, el método. Hay un claro homenaje a aviadores de la
literatura universal, Saint Exuperi y
William Faulkner, la obra se presentó al concurso con el nombre: Todos
los pilotos muertos, y se perciben las
enseñanzas de Carlos Fuentes, Orham Pamuk, Naipaul, sólo por nombrar a algunos.
Vásquez
deja de lado los tópicos facilistas que tanto mal le han hecho a la literatura
relacionada con el narco en nuestros países y ha abierto “la caja de
herramientas”, a partir de una buena historia iniciada en la circunstancial e
incipiente amistad entre un joven profesor y un ex presidiario y la sugerencia
de que todos estamos muertos en el viaje en descenso que habitamos.
Las novelas de Juan Gabriel Vásquez
son una indagación en el pasado histórico y personal, buscan recuperar la
experiencia del individuo frente a la historia, se concentran en “el fatigoso
ejercicio de le memoria”. Hasta hoy
Colombia ha sido su centro geográfico, son recurrentes los encuentros casuales
que influyen determinantemente en las vidas de sus personajes. Llaman la
atención las relaciones entre padres e hijos: la sucesión de rupturas y
reconciliaciones en Los informantes, el Telémaco José Altamirano en busca
del padre en Historia secreta de Costaguana, Maya Laverde
descubriendo el pasado de su padre, y la complicidad de su madre, en El
ruido de las cosas al caer. Destaca el tema del traidor, aunque sin héroe, y especialmente
destaca la vulnerabilidad de los hombres, es este un asunto fundamental, hay un
pasaje memorable en su más reciente novela sobre la ilusión en que vivimos al
pensar que lo que nos pasa es consecuencia de nuestras decisiones.
Finalmente es necesario referirnos aunque
sea brevemente a El arte de la distorsión, un volumen de 17
ensayos, que da la pauta al autor para saldar un asunto pendiente con el medio
literario, la dificultad para encontrar interlocutores entre los colegas con el
fin de reflexionar sobre el oficio de escribir, pues es complicado ser artista
sin ser crítico. El libro abre con una reflexión sobre la ficción y cierra con
otra sobre el ensayo. La ficción, asevera, es el ámbito de la búsqueda de
certezas, “pero no de certezas morales, que para eso están la religión o la
autoayuda, sino de algo mucho más misterioso: la profunda satisfacción que nos
dan los mundos cerrados, autónomos y perfectos, de las grandes ficciones”,
antes lo hemos dicho, se escriben y se leen ficciones como un intento de darle
orden al caos del mundo. Por otra parte, “el ensayo suele ser el género del que
no sabe: escribimos ensayos para descubrir nuestras propias opiniones, y los
mejores ensayos suelen ser intentos desesperados por justificar una insolencia
inicial”. El libro se detendrá a hablar sobre el lector de ficción como un
adicto, de la necesidad de leer de otra forma los clásicos, es decir del arte
de la distorsión, otra vez sobre Conrad y el inevitable García Márquez, sobre
Phillip Rooth, el Quijote, Salman Rushdie, Coetzee, Vargas Llosa, Naipaul,
Orham Pamuk, Vladimir Nabokov. Es probable que la obra de Juan Gabriel Vásquez
oscile entre la búsqueda de las citadas certezas y la conciencia de nuestra
ignorancia, de que la indagación en nuestras insolencias puede revelarnos a
nosotros mismos. Para eso es necesario escribir literatura, leer literatura,
hablar de literatura, Juan Gabriel Vásquez sabe hacerlo.
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