lunes, 21 de julio de 2014

Juan Gabriel Vásquez, la reinvención de la literatura

(Segunda parte)

Ricardo Sigala

En 2011 el nombre de Juan Gabriel Vásquez se convirtió en una presencia permanente en los medios literarios del mundo de habla hispana. Había ganado el premio Alfaguara de novela y el estruendo de esas campañas publicitarias sonaban tanto como el sonoro nombre de su novela: El ruido de las cosas al caer. El ruido al que se refiere la novela es el de un avión que se desploma, es un ruido siempre inminente, nunca escuchado y que sin embargo está ahí, se trata del ruido de las tragedias públicas y el silencio de las tragedias privadas, el estruendo mudo del habló César Vallejo. Cae un avión y se derrumba la vida de la gente de la calle, que son como los hipopótamos escapados del zoológico de Pablo Escobar tras su muerte, una ¨persecución de criaturas inocentes por parte de un sistema desalmado¨. Caen los aviones, las vidas, las certezas, la alegría, se derrumba la familia, la sexualidad. Asistimos al ámbito del miedo, no a las cifras ni a las imágenes de los diarios y noticieros, a los archivos o a las hemerotecas, asistimos al miedo que nos deja solos en el mundo, un miedo que como todo sentimiento verdaderamente profundo no es espectacular.


El ruido de la cosas al caer concilia en perfecta armonía una sensibilidad emanada de la experiencia con lo que Juan Gabriel Vásquez llama “la caja de herramientas de la tradición”, es decir, el método. Hay un claro homenaje a aviadores de la literatura universal, Saint Exuperi y  William Faulkner, la obra se presentó al concurso con el nombre: Todos los pilotos muertos,  y se perciben las enseñanzas de Carlos Fuentes, Orham Pamuk, Naipaul, sólo por nombrar a algunos.
Vásquez deja de lado los tópicos facilistas que tanto mal le han hecho a la literatura relacionada con el narco en nuestros países y ha abierto “la caja de herramientas”, a partir de una buena historia iniciada en la circunstancial e incipiente amistad entre un joven profesor y un ex presidiario y la sugerencia de que todos estamos muertos en el viaje en descenso que habitamos.
            Las novelas de Juan Gabriel Vásquez son una indagación en el pasado histórico y personal, buscan recuperar la experiencia del individuo frente a la historia, se concentran en “el fatigoso ejercicio de le memoria”.  Hasta hoy Colombia ha sido su centro geográfico, son recurrentes los encuentros casuales que influyen determinantemente en las vidas de sus personajes. Llaman la atención las relaciones entre padres e hijos: la sucesión de rupturas y reconciliaciones en Los informantes, el Telémaco José Altamirano en busca del padre en Historia secreta de Costaguana, Maya Laverde descubriendo el pasado de su padre, y la complicidad de su madre, en El ruido de las cosas al caer. Destaca el tema del traidor, aunque sin héroe, y especialmente destaca la vulnerabilidad de los hombres, es este un asunto fundamental, hay un pasaje memorable en su más reciente novela sobre la ilusión en que vivimos al pensar que lo que nos pasa es consecuencia de nuestras decisiones.
            Finalmente es necesario referirnos aunque sea brevemente a El arte de la distorsión, un volumen de 17 ensayos, que da la pauta al autor para saldar un asunto pendiente con el medio literario, la dificultad para encontrar interlocutores entre los colegas con el fin de reflexionar sobre el oficio de escribir, pues es complicado ser artista sin ser crítico. El libro abre con una reflexión sobre la ficción y cierra con otra sobre el ensayo. La ficción, asevera, es el ámbito de la búsqueda de certezas, “pero no de certezas morales, que para eso están la religión o la autoayuda, sino de algo mucho más misterioso: la profunda satisfacción que nos dan los mundos cerrados, autónomos y perfectos, de las grandes ficciones”, antes lo hemos dicho, se escriben y se leen ficciones como un intento de darle orden al caos del mundo. Por otra parte, “el ensayo suele ser el género del que no sabe: escribimos ensayos para descubrir nuestras propias opiniones, y los mejores ensayos suelen ser intentos desesperados por justificar una insolencia inicial”. El libro se detendrá a hablar sobre el lector de ficción como un adicto, de la necesidad de leer de otra forma los clásicos, es decir del arte de la distorsión, otra vez sobre Conrad y el inevitable García Márquez, sobre Phillip Rooth, el Quijote, Salman Rushdie, Coetzee, Vargas Llosa, Naipaul, Orham Pamuk, Vladimir Nabokov. Es probable que la obra de Juan Gabriel Vásquez oscile entre la búsqueda de las citadas certezas y la conciencia de nuestra ignorancia, de que la indagación en nuestras insolencias puede revelarnos a nosotros mismos. Para eso es necesario escribir literatura, leer literatura, hablar de literatura, Juan Gabriel Vásquez sabe hacerlo.



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