Ricardo Sigala
El mundial terminó para la mayoría de los mexicanos. Asistimos al desencanto nacional, un desencanto cíclico: cada cuatro años se repite la misma historia como una prueba del eterno retorno. Desde 1994 a Bulgaria, Alemania, Argentina, Estados Unidos y ahora a Holanda les hicimos ver de qué estamos hechos, que no es fácil doblegar a la noble raza de bronce. En largos lapsos del partido les propinamos su versión de la noche triste, les hemos dado su batalla de puebla, porque nuestros futbolistas son émulos de aquellos imberbes que batallaron en Chapultepec contra el eterno enemigo.
La
comparación no es casual, en nuestro país el juego suele confundirse con el
honor y el patriotismo, y la selección de futbol con los nuevos próceres
nacionales. Estamos más atentos a los cambios que hace o deja de hacer el
director técnico que a los movimientos en el gabinete presidencial, y más
prestos a los designios de un árbitro que a un fallo de la suprema corte de
justicia.
Entre
los críticos del futbol algunos dicen que el mundial es una cortina de humo
para que el gobierno haga de las suyas y nos meta gol a los mexicanos, este
juicio también sobrevalora al futbol, no hace falta ser muy lúcido para ver que
a diario el gobierno nos propina escandalosas goleadas: reformas a modo para
las élites, detenciones ilegales y sospechosas, impunidad, gasolinazos
mensuales, y repito sin necesidad de mundial de futbol. Es importante dejar
bien claro que se trata de un deporte, sí apasionante, pero al fin sólo un
juego.
Pero
¿por qué si desde hace veinte años los mexicanos hemos dado muestras de poder
competir y formar parte de la élite del futbol, no pasamos del cuarto partido,
es decir de los octavos de final? Si ya
tenemos dos campeonatos mundiales juveniles y una medalla de oro en los juegos
olímpicos, ¿se tratará de una maldición como algunos suponen? Voy a ensayar dos
respuestas, como mera especulación.
La
primera especulación. El futbol es un gran negocio que genera ganancias
millonarias. Clubes como el Manchester United de Inglaterra, el Ajax de
Holanda, el Celtic de Escocia, la Juventus de Turín de Italia, el Oporto y el
Benfica de Portugal, el Borussia Dortmund alemán y el Olympique de Lyon de
Francia cotizan en las bolsas de valores. El estudio 'Football Money League',
elaborado por la empresa Deloitte, que analiza la información financiera de las
entidades futbolísticas, reveló que El Real Madrid logró la pasada campaña una
facturación de 518,9 millones de euros, 12. 119 millones de euros fueron en
concepto de entradas; 188,3 millones por derechos de televisión; y 211,6
millones por publicidad, patrocinios y venta de productos. Los clubes europeos
basan el crecimiento de sus ganancias en sus éxitos. Ganar campeonatos se
traduce en entradas, en publicidad, venta de camisetas y derechos de
transmisión.
Por su parte el futbol mexicano
es el líder en nuestro continente, sólo Chivas y América reportaron en 2013
ganancias, entre ambos, por más de mil millones de dólares (según la agencia
Euromericas Sport Marketing). Esto demuestra que en nuestro país el futbol es un
gran negocio aun sin la obtención de títulos pues México no sólo nunca ha
ganado no digamos un mundial, sino ni siquiera una Copa América ni una
Libertadores, Brasil, Argentina y Uruguay suman nueve títulos mundiales y sus
ganancias están por debajo de las del futbol mexicano). Juan Villoro escribe en
Balón dividido que el negocio del
futbol mexicano no se basa en triunfos sino en el mercado de piernas, en las
transferencias de jugadores, en el tan criticado draft. En el mercado nacional los futbolistas mexicanos son
escandalosamente caros, independientemente de su rendimientos y resultados. Por
eso las lesiones de Montes y Moreno son verdaderas tragedias económicas.
La
segunda especulación. En México tendemos a celebrar la derrota. En el ámbito
cívico celebramos la batalla de Puebla, aunque no ganamos la guerra. Rendimos
honores a los niños héroes aunque perdimos la mitad de nuestro territorio (más
de dos millones de kilómetros cuadrados) frente a Estados Unidos; en lo
referente a la Independencia y la Revolución, no festejamos el triunfo de las
mismas sino el inicio. En la tradición religiosa pesa más el Cristo en la cruz
que el Cristo resucitado. Po eso nada más natural que festejar y celebrar la
selección del Piojo Herrera, que jugó el mejor campeonato de la historia y dio
guerra a sus rivales, aun cuando apenas obtuvo el décimo lugar.
La derrota nos tienta, nos
seduce y en momentos parece enorgullecernos.
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