lunes, 25 de mayo de 2015

Alias el político

Ricardo Sigala


Qué pensaríamos de un libro de historia de México en el que los protagonistas de los grandes momentos de nuestra nación fueran presentados como “El pelón” Hidalgo, “El negrito” Guerrero, “El barbas” Carranza, “El bigotes” Zapata, “El avaro” Ruiz Cortines, “El changuito” Díaz Ordaz. Quizás lo primero que pensaríamos es que no se trata de un libro serio, que quizás estemos ante una parodia, un juego, y en el peor de los casos pensaremos que se trata un libro irrespetuoso para con los personajes de la historia, para con el país y con los mexicanos en general. Muchos de los hombres que han tomado las riendas de la política nacional y han contribuido, buena o malamente a ser lo que somos hoy como realidad, han tenido apodos y en muchos de los casos los definen y eso también puede ser un tema de estudio histórico; pero la historia parte de nombres así como los documentos oficiales no se firman como “El chorejón” Salinas o “El chuhpitos Calderón”, ahí se lee Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo Ponce de León.


           
Por todo lo anterior resulta tan desconcertante que en las actuales campañas electorales algunos de los candidatos se presenten con sus apodos. Desconozco las razones de tal decisión, ni siquiera sé si se trata de una decisión meditada. Ya no se presentan como profesionistas ¿Será que hoy en día los títulos académicos están tan desprestigiados, que los candidatos ya no se presentan como el licenciado, el profesor o el ingeniero, porque los han degradado al grado que temen que los ciudadanos puedan asociarlos con la corrupción o la ignorancia o en el mejor de los casos con la demagogia? He escuchado que se trata de una forma de establecer familiaridad y cercanía con el ciudadano, de entrar en confianza y aparentar cierta camaradería, sentirse en el barrio, en la colonia.  Hay aquí un equívoco, nosotros no votamos para tener compas, cuates. Nuestros amigos están ahí, siempre han estado y seguirán estando, no elegimos a nuestros amigos por votación. Cuando participamos en una elección estamos contribuyendo a la construcción de nuestra historia como país y a nuestro bienestar como individuos.
           
¿Será entonces por eso que en las presentes campañas el nivel de las propuestas y del debate es tan pobre? ¿La lógica de éstas supone que el hecho de ser lacio o prieto proporciona la formación, las habilidades, la experiencia, la honestidad que se requiere para sobrellevar una buena administración? ¿Es por eso que nos ponen cancioncitas bobas, bailables, como argumentos para convencer a los electores, que nos ofrecen una caricatura sonriente incitando al baile desenfadado cuando el país se cae a pedazos? En el fondo no se trata sino de una cultura de la evasión,” una mentalidad de Disney chanel” que no tiene nada que ver con nuestra realidad.
           
En un foro en la universidad se le preguntó a uno de los candidatos sobre el pasado oscuro del partido al que representa, la respuesta de éste fue, “Ahorita te respondo en lo corto”. Esa idea de que “acá entre cuates nos arreglamos” con palmada en el hombro incluida, debe ser erradicada de la política. La política es un asunto de interés público, trascendental, objetivo y responsable, nunca debe verse como un asunto privado, personal, de cuates. Las campañas, realizadas en ese tono corren el riego de resultar, para algunos ciudadanos, algo poco serio, una parodia, un juego, y en el peor de los casos algo irrespetuoso. Si seguimos en esa línea, en no mucho tiempo los libros de historia de México se convertirán en versiones sofisticadas, en el mal sentido de la palabra, de la prensa de la corazón y de la farándula, abarrotada de “Gaviotas”, “Mirreyes” y de toda esa fauna superficial que tanto trivializa nuestra realidad.


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