Ricardo Sigala
Qué pensaríamos de un libro de historia de México en
el que los protagonistas de los grandes momentos de nuestra nación fueran
presentados como “El pelón” Hidalgo, “El negrito” Guerrero, “El barbas”
Carranza, “El bigotes” Zapata, “El avaro” Ruiz Cortines, “El changuito” Díaz
Ordaz. Quizás lo primero que pensaríamos es que no se trata de un libro serio,
que quizás estemos ante una parodia, un juego, y en el peor de los casos
pensaremos que se trata un libro irrespetuoso para con los personajes de la
historia, para con el país y con los mexicanos en general. Muchos de los
hombres que han tomado las riendas de la política nacional y han contribuido,
buena o malamente a ser lo que somos hoy como realidad, han tenido apodos y en
muchos de los casos los definen y eso también puede ser un tema de estudio
histórico; pero la historia parte de nombres así como los documentos oficiales
no se firman como “El chorejón” Salinas o “El chuhpitos Calderón”, ahí se lee
Carlos Salinas de Gortari o Ernesto Zedillo Ponce de León.
Por todo lo anterior resulta
tan desconcertante que en las actuales campañas electorales algunos de los
candidatos se presenten con sus apodos. Desconozco las razones de tal decisión,
ni siquiera sé si se trata de una decisión meditada. Ya no se presentan como
profesionistas ¿Será que hoy en día los títulos académicos están tan
desprestigiados, que los candidatos ya no se presentan como el licenciado, el
profesor o el ingeniero, porque los han degradado al grado que temen que los
ciudadanos puedan asociarlos con la corrupción o la ignorancia o en el mejor de
los casos con la demagogia? He escuchado que se trata de una forma de
establecer familiaridad y cercanía con el ciudadano, de entrar en confianza y
aparentar cierta camaradería, sentirse en el barrio, en la colonia. Hay aquí un equívoco, nosotros no votamos
para tener compas, cuates. Nuestros amigos están ahí, siempre han estado y
seguirán estando, no elegimos a nuestros amigos por votación. Cuando
participamos en una elección estamos contribuyendo a la construcción de nuestra
historia como país y a nuestro bienestar como individuos.
¿Será entonces por eso que en
las presentes campañas el nivel de las propuestas y del debate es tan pobre?
¿La lógica de éstas supone que el hecho de ser lacio o prieto proporciona la
formación, las habilidades, la experiencia, la honestidad que se requiere para
sobrellevar una buena administración? ¿Es por eso que nos ponen cancioncitas
bobas, bailables, como argumentos para convencer a los electores, que nos
ofrecen una caricatura sonriente incitando al baile desenfadado cuando el país
se cae a pedazos? En el fondo no se trata sino de una cultura de la evasión,”
una mentalidad de Disney chanel” que no tiene nada que ver con nuestra
realidad.
En un foro en la universidad se
le preguntó a uno de los candidatos sobre el pasado oscuro del partido al que
representa, la respuesta de éste fue, “Ahorita te respondo en lo corto”. Esa
idea de que “acá entre cuates nos arreglamos” con palmada en el hombro
incluida, debe ser erradicada de la política. La política es un asunto de
interés público, trascendental, objetivo y responsable, nunca debe verse como
un asunto privado, personal, de cuates. Las campañas, realizadas en ese tono
corren el riego de resultar, para algunos ciudadanos, algo poco serio, una
parodia, un juego, y en el peor de los casos algo irrespetuoso. Si seguimos en
esa línea, en no mucho tiempo los libros de historia de México se convertirán
en versiones sofisticadas, en el mal sentido de la palabra, de la prensa de la
corazón y de la farándula, abarrotada de “Gaviotas”, “Mirreyes” y de toda esa
fauna superficial que tanto trivializa nuestra realidad.
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