Antonio Navarro
Sin duda que una de las prácticas
del ser humano que mejor definen su
personalidad es en el uso y manejo del lenguaje, y si éste se da por vía del
diálogo y/o la conversación, aquello se convierte en un verdadero deleite para
el buen entendimiento y la comprensión de las ideas, o en su nivel más íntimo,
la percepción de los sentimientos. En la palabra descubrimos las voces que cada
uno de nosotros hemos alimentado a lo largo de nuestras vidas. He ahí nuestro
más profundo signo de identidad: el lenguaje.
Sea bien que disfrutemos de una buena
conversación sentados a la mesa de una aromática cafetería, rodeados de
aquellas múltiples voces que de igual manera entretejen cada palabra humedecida
en un sorbo de café; o los momentos que se acompañan con exquisitos condimentos,
que lo mismo ennoblecen nuestros vegetales, el pan y el vino, como así a nuestra charla
que se deja fluir entre cada platillo. Momentos y circunstancias para la
ocasión: en un encuentro fortuito; sentados en la banca de un parque; en una
caminata vespertina…sea donde fuere, la ocasión de entablar un diálogo, una
conversación, siempre será motivo para enriquecer nuestra convivencia con los demás.
En cada tiempo, época o realidad, se hace
necesario alimentar las palabras con el ánimo de quererlas vivas en su fonética
constante y sonante, nombrando cada visión en este mundo que hemos conocido y
reconocido precisamente al través del lenguaje, de otorgarle los signos que por
milenios ha permitido el darle sentido a la vida humana. Nombramos lo desconocido para hacerlo nuestro, que sea parte
de nuestra existencia. Porque en la ignorancia se debilita la palabra y muere
el lenguaje. No es éste el deseo compartido. De ahí los ánimos vertidos en lo dicho:
alimentar las palabras, construir el diálogo, provocar la conversación.
navarro1958@prodigy.net.mx
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