Ricardo Sigala
El viernes pasado vivimos en Jalisco una jornada violenta que encendió
los focos rojos en el país e incluso en el extranjero, por los llamados,
primero, bloqueos, luego narcobloqueos, luego simples actos de vandalismo. El
pánico cundió en todos los sectores de la población que veía en la televisión y
en las redes sociales las imágenes de nuestro pequeño apocalipsis de bolsillo.
Se trató de una operación pirómana, con todo lo que de significativo,
simbólico, terrorífico y al mismo tiempo atractivo tiene el fuego, que vemos
con el mismo asombro antiguo de los hombres de las cavernas. Autos
particulares, camiones del transporte público y de carga, sucursales bancarias
y de cajas populares fueron objeto de ataques, y con esto fueron puestas en
duda, una vez más, las políticas de seguridad y de lucha contra la delincuencia
en nuestro estado en particular y del país en general, pero sobre todo dejó ver
con más insistencia algo que ha venido develándose durante los últimos
sexenios, el poder del crimen organizado, que sólo es posible con una red de
corrupción directamente proporcional al tamaño de su alcance.
Si existen grupos
delictivos de tal magnitud, capaces de paralizar un estado y de derribar un
helicóptero del ejército de manera tan sencilla, es porque ha habido y hay un
medio propicio para su desarrollo y auge. Sólo es posible que el crimen
organizado tenga tanto poder si en el gobierno existe la corrupción que le
permite margen de acción, si desertores de la policía y del ejército los nutren
y fortalecen, y los que permanecen toleran las tienditas y comercio hormiga en
general. No puede haber negocios ilegales que manejen tanto dinero como el que
maneja el narco, salvo que grandes empresarios se vean, directa o
indirectamente, involucrados en el lavado de dinero, y un sistema hacendario
capaz de identificar que un empleado no ha cumplido con sus contribuciones pero
que le resulta imposible ver corruptelas multimillonarias del dinero sucio. Y qué decir del inexplicable enriquecimiento
de algunos funcionarios públicos de alto nivel. Hay un rasgo de hipocresía, de
doble moral, en todo esto.
Pero el problema del
empoderamiento del narcotráfico no sólo se origina en los grupos de poder, el
ciudadano común también tiene responsabilidad. El hombre o la mujer
(jóvenes o maduros o viejos, maleantes o
decentes, pobres o de hijos de papi, obreros o empresarios, solteros o casados,
profesionistas o desempleados), que el viernes sintieron miedo e indignación no
quisieron ver que hay una relación con el cigarro de marihuana que han
consumido en plan ocasional y de convivencia, o quizás se trate de consumidores
consuetudinarios de drogas sintéticas que critican la incapacidad del gobierno
en los temas de seguridad al tiempo que contribuyen a fortalecer el negocio
ilegal de las drogas. Y hay más, la narcocultura, bares y restaurantes amenizan
con canciones populares que hacen apoteosis de los narcotraficantes, los toros
de once y las fiestas familiares no siempre están exentos de estas
manifestaciones. Ostentosos vehículos circulando por los pueblos y ciudades que
causan admiración y envidia, a cuántas personas no hemos escuchado presumir que
conocen a un narcotraficante, que es amigo de un pariente, que lo vieron en una
fiesta, que él manda en la región. Los pseudovalores de esta subcultura han
impregnado en todos los ámbitos de la sociedad: la violencia, la admiración por
las armas, el enriquecimiento fácil, el fomento de la ilegalidad y la impunidad,
el dinero por encima de cualquier caso y el beneficio personal desligado de
toda noción de solidaridad y humanismo . El modelo de las aspiraciones de
muchos es vivir con las ostentaciones, los lujos y el mal gusto de esta
subcultura, se envidian sus coches, sus casas, sus viajes. Los ciudadanos
también contribuimos con dicha cultura al practicar esa doble moral. Muchos de
los que el viernes primero de mayo, estaban indignados han cantado con orgullo
machista, y quizás algo pasados, las canciones del Komander.
El fiscal del estado
dice que hemos regresado a la paz y a la tranquilidad, ¿a la paz y la
tranquilidad de los policías emboscados y asesinados en Autlán y en Ocotlán? El
gobernador asegura que el sucesos del viernes pasado sólo se tratan de actos vandálicos,
como si lo sucedido fuera equivalente a pintar un grafitti o de robo de
autopartes, no fueron de ninguna manera actos de terrorismo. Y finalmente el
gobierno de Estados Unidos ha puesto una alerta para sus ciudadanos que visitan
a nuestro país. Sí, Estados Unidos, el mismo que representa el mercado más alto
de consumidores de drogas en el mundo, el país de donde vienen la mayor parte
de armas que usa el crimen organizado.
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