martes, 12 de mayo de 2015

Nuestro pequeño apocalipsis

Ricardo Sigala



El viernes pasado vivimos en Jalisco una jornada violenta que encendió los focos rojos en el país e incluso en el extranjero, por los llamados, primero, bloqueos, luego narcobloqueos, luego simples actos de vandalismo. El pánico cundió en todos los sectores de la población que veía en la televisión y en las redes sociales las imágenes de nuestro pequeño apocalipsis de bolsillo. Se trató de una operación pirómana, con todo lo que de significativo, simbólico, terrorífico y al mismo tiempo atractivo tiene el fuego, que vemos con el mismo asombro antiguo de los hombres de las cavernas. Autos particulares, camiones del transporte público y de carga, sucursales bancarias y de cajas populares fueron objeto de ataques, y con esto fueron puestas en duda, una vez más, las políticas de seguridad y de lucha contra la delincuencia en nuestro estado en particular y del país en general, pero sobre todo dejó ver con más insistencia algo que ha venido develándose durante los últimos sexenios, el poder del crimen organizado, que sólo es posible con una red de corrupción directamente proporcional al tamaño de su alcance.    



            Si existen grupos delictivos de tal magnitud, capaces de paralizar un estado y de derribar un helicóptero del ejército de manera tan sencilla, es porque ha habido y hay un medio propicio para su desarrollo y auge. Sólo es posible que el crimen organizado tenga tanto poder si en el gobierno existe la corrupción que le permite margen de acción, si desertores de la policía y del ejército los nutren y fortalecen, y los que permanecen toleran las tienditas y comercio hormiga en general. No puede haber negocios ilegales que manejen tanto dinero como el que maneja el narco, salvo que grandes empresarios se vean, directa o indirectamente, involucrados en el lavado de dinero, y un sistema hacendario capaz de identificar que un empleado no ha cumplido con sus contribuciones pero que le resulta imposible ver corruptelas multimillonarias del dinero sucio.  Y qué decir del inexplicable enriquecimiento de algunos funcionarios públicos de alto nivel. Hay un rasgo de hipocresía, de doble moral, en todo esto.

            Pero el problema del empoderamiento del narcotráfico no sólo se origina en los grupos de poder, el ciudadano común también tiene responsabilidad. El hombre o la mujer (jóvenes  o maduros o viejos, maleantes o decentes, pobres o de hijos de papi, obreros o empresarios, solteros o casados, profesionistas o desempleados), que el viernes sintieron miedo e indignación no quisieron ver que hay una relación con el cigarro de marihuana que han consumido en plan ocasional y de convivencia, o quizás se trate de consumidores consuetudinarios de drogas sintéticas que critican la incapacidad del gobierno en los temas de seguridad al tiempo que contribuyen a fortalecer el negocio ilegal de las drogas. Y hay más, la narcocultura, bares y restaurantes amenizan con canciones populares que hacen apoteosis de los narcotraficantes, los toros de once y las fiestas familiares no siempre están exentos de estas manifestaciones. Ostentosos vehículos circulando por los pueblos y ciudades que causan admiración y envidia, a cuántas personas no hemos escuchado presumir que conocen a un narcotraficante, que es amigo de un pariente, que lo vieron en una fiesta, que él manda en la región. Los pseudovalores de esta subcultura han impregnado en todos los ámbitos de la sociedad: la violencia, la admiración por las armas, el enriquecimiento fácil, el fomento de la ilegalidad y la impunidad, el dinero por encima de cualquier caso y el beneficio personal desligado de toda noción de solidaridad y humanismo . El modelo de las aspiraciones de muchos es vivir con las ostentaciones, los lujos y el mal gusto de esta subcultura, se envidian sus coches, sus casas, sus viajes. Los ciudadanos también contribuimos con dicha cultura al practicar esa doble moral. Muchos de los que el viernes primero de mayo, estaban indignados han cantado con orgullo machista, y quizás algo pasados, las canciones del Komander.

            El fiscal del estado dice que hemos regresado a la paz y a la tranquilidad, ¿a la paz y la tranquilidad de los policías emboscados y asesinados en Autlán y en Ocotlán? El gobernador asegura que el sucesos del viernes pasado sólo se tratan de actos vandálicos, como si lo sucedido fuera equivalente a pintar un grafitti o de robo de autopartes, no fueron de ninguna manera actos de terrorismo. Y finalmente el gobierno de Estados Unidos ha puesto una alerta para sus ciudadanos que visitan a nuestro país. Sí, Estados Unidos, el mismo que representa el mercado más alto de consumidores de drogas en el mundo, el país de donde vienen la mayor parte de armas que usa el crimen organizado.




No hay comentarios:

Publicar un comentario