Fernando
G. Castolo
"Para contar es preciso ver antes…”, con
esta consigna inicia la invitación a la aventura por el sur de Jalisco.
Ver
y contar por el Sur de Jalisco es un cuaderno de notas de dos
viajeros que nos muestran la riqueza de una región que, a pesar de vivir en
ella, nos sigue pareciendo muy extraña y ajena dado que no la conocemos, o más
bien pareciera que no nos reconocemos como parte de ella.
Zacoalco de
Torres, Techaluta de Montenegro, Teocuitatlán de Corona, Amacueca, Atoyac,
Tapalpa, Sayula, San Gabriel, Zapotlán el Grande, Zapotiltic, Tamazula de
Gordiano, Zapotitlán de Vadillo, Tuxpan y Tonila, son los municipios por donde
deambulan y van recogiendo lo mejor de ellos Salvador Encarnación y Miguel
Ángel Barragán: sus devociones, sus festejos, sus leyendas, sus costumbres y
tradiciones… pero, sobre todo, su gastronomía, aspecto en donde se dan vuelo
nuestros viajeros degustando platillos típicos que acompañan con heladas
cervezas, tequilas, mezcales y ponches.
El tema de las
fiestas patronales es muy explorado en esta obra, dado el gran sentido de
religiosidad de una región que es vasta en celebraciones durante todo el año:
los Cristos llamados “El dulce nombre de Jesús” de Amacueca, “Nuestro Señor de
la Salud”, de Zacoalco de Torres, “El Señor de la Salud” de Atoyac, “El Señor
del Perdón” de Tuxpan, y “El Señor del Ocotito” de Atemajac de Brizuela. Las
virgencitas: “Virgen del Platanar” de Tuxpan, “Virgen de la Defensa” de
Juanacatlán, y “Nuestra Señora del Sagrario” de Tamazula de Gordiano. Y los
Santo-niños: “Santo Niño del Ocotito”, de Atemajac de Brizuela, “Santo Niño” de
Amacueca y “Santo Niño de Atocha” de Huescalapa. En esta relación, por supuesto,
no podría faltar la presencia del patriarca José, patrono de la diócesis
guzmanopolitana.
Nos muestran
también la riqueza artesanal que al paso de los años han consolidado un
referente sin igual desde y para esta geografía: los “equipales” de Zacoalco de
Torres, los “sarapes” de Tapalpa, los “cuchillos de Ojeda” de Sayula, los
“cintos” de Atoyac y las “sillas” de Gómez Farías. Y, finalmente, dedican un
apartado especial para la fruta que representa, por su colorido, la maravillosa
diversidad de la región sureña de Jalisco, vistosa siempre por su gran variedad
de tonos: las siempre afamadas pitayas.
“Enterramos
a nuestros muertos en los campos porque ellos son los que colorean a las
pitayas.
Las
pitayas rojas son de los que amaron y fueron amados; tuvieron hijos y sus ojos
contemplaron su descendencia. Por eso son las más y las más dulces.
Las
amarillas pertenecen a los que amaron sin ser amados y su corazón sólo recibió
el calor del sol.
A
los que amaron y se dejaron amar por todo el mundo, les nacen pitayas moradas.
Es más hermoso su color porque su sabor lo dejaron en miles de sitios.
Las
pitayas blancas son las más tristes y por suerte, las menos. Pertenecen a los
que murieron sin conocer el amor; no alcanzaron a pintarse de color alguno; la
mayoría de ellas son agrias porque nadie les dio el sabor.
Pero
todas las pitayas: blancas, amarillas, moradas o rojas, tienen el amor o el
desamor de nuestros antepasados; por eso es un fruto entre espinas en forma de
corazón.”
Los personajes
del Sur de Jalisco también son un referente iconográfico regional que apoyan,
con sus obras, el rico contenido de este libro: Eduardo Luquín, Juan José
Arreola, Federico Munguía Cárdenas, Luis Larios Ocampo, Ramón Corona, Enrique
García González, Juan Rulfo, Alfredo R. Placencia, Arcadio Zúñiga y Tejeda,
José Luis Martínez, José Ramírez Flores, Esteban Cibrián Guzmán, J. Jesús
Toscano Moreno, Salvador Encarnación Becerra, José Guadalupe Mojica, Justino
Orona Madrigal, Francisco Cárdenas Larios, Rodrigo Aguilar Alemán, Enrique Trujillo
González, Juan Díaz Santana, Adrián Gil Pérez y los Hermanos Záizar.
Miguel Ángel
Barragán, a través de la lente, lega un documento rico por su actualidad y su
colorido. Nos hereda un testimonio gráfico que algún día será fiel referente
del estado que guardaban nuestros entornos naturales y culturales, pero que es
preciso disfrutar mientras tengamos la oportunidad de hacerlo.
Por otro lado,
los textos de Salvador Encarnación, suelen ser divertidos, irreverentes,
históricos, irónicos, metafóricos y hasta apócrifos; son en realidad una
excelente combinación de cuatro personajes que han influido sobremanera en su
manera de ver y contar sus vivencias: el poeta coculense Elías Nandino
(1900-1993), los escritores sayulenses Eduardo Luquín (1896-1971) y Juan Rulfo
(1917-1986), y el escritor zapotlense Juan José Arreola (1918-2001); cuyas
obras, consideramos, son referente inspiracional en la particular prosa del
zacoalquense.
Tanto Barragán
como Encarnación son personajes orgullosamente forjados en estas tierras, en
estos paisajes, entre estos díceres y consejas, que con su gran sensibilidad y
creación cantan a la región con un sabor, valga decirlo, muy regionalista desde
todos los frentes.
“Este trabajo
–dicen los autores- es el resultado de muchas voluntades. Lo dedicamos a las
nuevas generaciones para que conserven su herencia cultural.”
Se
acabaron los pinos y empezaron los mezquites. El aire subió de temperatura.
Llegamos al cruce con la carretera. La camioneta se enfiló rumbo a Zacoalco… Así
termina la aventura de Ver y contar por
el Sur de Jalisco, pero inicia la aventura personal por palpar, oler,
sentir, reconocer y redescubrir nuestro entorno, porque sólo así tendremos la
vitalidad de amarlo y de conservarlo, como un homenaje a nuestros ancestros y
como una ofrenda para nuestros descendientes.
Gracias a
Salvador Encarnación y a Miguel Ángel Barragán, pero sobre todo gracias al
Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC) por su
importante apoyo en la cristalización de este proyecto editorial. ¡Enhorabuena!
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