José de Jesús Juárez Martín
Parecía oración de alabanza de la alejada infancia en nuestra escuela primaria cuando las Maestras presentaban a sus alumnos nuevos el principio del evangelio cívico: “Septiembre, es el mes de la Patria”. Las imágenes veneradas de los héroes conocidos de la independencia presididos por Don Miguel Hidalgo y Costilla, eran colocadas en el altar de nuestra veneración y desde los muros recordaban su evangelio de ¡Sacrificio por la justicia y la libertad!
Desde el día primero, día del informe presidencial los colores verde, blanco y rojo llenaban adornando las plazas y edificios públicos, los centros educativos y la campana en reposo, esquila por cierto de las ciudades capitales, pronto dejaría su sopor porque la noche del día 15 sería su llamada momento culminante del histórico recuerdo del “Grito de Dolores”. La alegría contagiosa de la celebración de la defensa del Castillo de Chapultepec del día 13 ante el ejército invasor norteamericano de 1847 por los Niños Héroes, tocaba las fibras más sensibles de nuestra emotividad, era la clarinada para subir la intensidad de nuestro patriótico al bravucón nacionalismo, luego el ambiente mágico de la noche sagrada ante la multitud que frenética gritaba ¡Viva México! “Jijos de... José María Morelos”, los redobles de tambores, el toque de clarines, los sonidos de la replica legendaria, la Campana de Dolores tocada por la autoridad en turno, el canto frenético del Himno Nacional; tal vez el más irreverente; pero con las mejores intenciones, el estentóreo grito de “viva México”, el estruendo de cohetes y millares de luces de los juegos de pirotecnia culminaba la noche más mexicana entre apretujones y comunión de identidad mexicana, con sabor nuestro y caras jubilosas de nuestro pueblo alegre, trastornado de contento, de autoestima elevada con furor acompasado de repiques, dianas, sonidos y acordes de marchas.
El día dieciséis con su desfile de contingentes escolares, asociaciones cívicas y de la fuerza pública, llenaba nuestros anhelos vocacionales, según Francisco González Bocanegra de “un soldado en cada hijo te dio”. luego la tarde que se gastaba entre juegos y competencias que lo importante era participar y si llegaba algún premio ¡Qué mejor! Todo está sepultado, aunque a “flor de piel” los entretenimientos de la actualidad en su evolución desconocen la música y los alimentos mexicanos, desconocen el México inmanente que inhumamos. ¡Dos días de sentirnos mexicanos! Nacidos en esta tierra, nuestra linda nación. Quedaba en receso la indiferencia gubernamental, preparaban para el pueblo todos los eventos, y hasta invitaban a la celebración de la noche del grito. El arco iris cívico nos situaba sobre el entierro del tesoro del gozo y flotábamos como globos aerostáticos visualizando el México querido como pompa de jabón. El México deseado.
Nuestros reclamos y gritos rescatan por momentos la libertad de expresión. Ahora sufrimos muchas ataduras para la celebración gozosa: la inseguridad creciente, generalizada, el sufrimiento de los rigores de las inundaciones de muchos mexicanos, la frustración de un México que no se conduce por los caminos del progreso, de la democracia, la lucha contra la delincuencia organizada es una espiral violenta cercana y peligrosa, las fricciones políticas entre las propias autoridades nos preocupan porque crece el encono y se niegan estrategias de diálogo razonable. Pero aún hay motivo suficiente, espacios y tiempos para celebrar el bicentenario del inicio de la independencia y cambiar actitudes que favorezcan nuestro aprecio patriótico por nuestro México, patria nuestra. ¡Felicidades mexicanos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario