jueves, 16 de diciembre de 2010

Los trabajos y los días de un librero...

Ricardo Sigala

“Un libro antiguo puede ser un trasto sin interés para algunos,
y para otros puede ser una fuente importantísima de conocimiento.
El bibliófilo ama los libros por sí mismos... La bibliofilia es un arte…”
Elías Trabulse

Leí con pasión y entusiasmo las cartas entre Vicente Preciado y José Luis Costanzo. Algo sabía de ellas, el Dr. Preciado me había hablado más de una vez sobre la existencia de un librero en Buenos Aires y de su rica y elegante comunicación por correo; de hecho algunos momentos destacados de su prosa me habían sido leídos como se comparten citas del libro en turno o los poemas que nos han acompañado por la vida.

            Durante los años en que me ha sido dado compartir la mesa y la conversación con el Dr. Preciado, la figura de Costanzo fue una presencia habitual, especialmente por dos alegrías que viajaban por correo con cierta frecuencia: por una parte, el electrónico, con la deliciosa prosa del librero, siempre acompañada de erudición, afecto y un excelente sentido del humor; por otra, el postal, con la envoltura característica del correo argentino, y la emoción tomando la integridad de la persona del Dr.Preciado. Fui testigo de varias ocasiones en que la apertura del paquete que había recorrido miles de kilómetros desde el cono sur era precedida por una sesión de buen vino y selectos quesos. Más de alguna vez se me dio el privilegio de develar el hallazgo y tener en mis manos un ejemplar, en ocasiones intonso, de más de medio siglo de antigüedad y fuera de circulación desde hace décadas. Por eso cuando leí esta colección que el Dr. Preciado ha llamado, en evocación de Hesíodo, Los trabajos y los días de un librero... descubrí que sin darme cuenta había sido testigo indirecto de la gestación y el nacimiento de una buena obra, gestada al abrigo de la cotidianidad y una pasión fundamental: la de los libros.

            Para mí, y creo que esto nos hermana humildemente a muchos con Preciado Zacarías y José Luis Costanzo, los libros no son un asunto exclusivo de la escuela, los que piensan así están perdidos; los libros de texto y las “golosinas culturales” de que habla Cioran, los libros entendidos como ornamentación, como decoración superflua, son prescindibles en el mundo; y seguro por eso en Los trabajos y los días de un librero... se habla de otros, de aquellos que ocupan un sitio central en el devenir de la civilización, los libros como forma de vida, como tabla de salvación, el libro como una extensión de la memoria y la imaginación, el más asombroso invento de la humanidad, como lo entendía Borges.

            Pienso que todos los libros literarios hablan de otros libros, algunos lo hacen de una manera sigilosa y discreta, otros como una ocasión de celebrarlo, como en un carnaval de las ideas. Es justo en estos últimos en que se inserta el epistolario que el lector tiene en sus manos: un homenaje a la cultura del libro, una relación epistolar que muestra cómo dos seres distantes llegan a crear nexos increíblemente fuertes en torno a autores, rarezas bibliográficas, primeras ediciones, traducciones específicas, autores injustamente olvidados por la ingratitud del mercado y el dominio de las novedades impuesto por los grandes consorcios editoriales.

            La historia visible de este libro (porque entiendo que la relación de Costanzo y Preciado es anterior y  será posterior a las cartas que aquí se recopilan) se remonta a enero de 2006, cuando el bibliófilo zapotlense, maestro emérito de la Universidad de Guadalajara, discípulo y amigo íntimo de Juan José Arreola, solicita por correo electrónico los servicios del librero de Buenos Aires. Lo que comienza como una relación meramente comercial y utilitaria, revela primero una demostración por parte de ambos autores de una elegancia y agudeza del lenguaje en verdad envidiables, las cartas entre los dos nos muestran un cultura literaria, cinematográfica, musical, una cultura en pocas palabras humanista y universal a la manera de los hombres del renacimiento. Pero aún más, Los trabajos y los días de un librero... se convierte también en una historia del devenir de ciertos sucesos en la vida de sus protagonistas, asistimos pues a la incertidumbre y al gozo de las pequeñas y las grandes cosas cotidianas.

            Entre las innumerables obras que se han dedicado al culto del libro, el Dr. Preciado suele recordar el volumen que en 1970 Helene Hanff publicó bajo el título de 84 Charing Cross Road, en el que la autora norteamericana establece una correspondencia de veinte años con el librero británico Frank Doel, en busca de títulos de difícil acceso en su país. Igual que en el libro que nos ocupa, las cartas muestran una relación entrañable en la que el vínculo principal es el del amor a los libros y el arte de la amistad independiente de la distancia. El epistolario de Hanff se popularizó cuando fue llevada al cine por David Jones en 1986 y protagonizada por Anne Bancroft y Anthony Hopkins, que en español llevó el ridículo nombre de Nunca te vi, siempre te amé. A Vicente Preciado le gusta imaginar esta obra como antecedente de su epistolario con Costanzo.

            Los trabajos y los días de un librero... es una biografía compartida en torno al amor por los libros, pero del amor no como un lujo o un decorado de la vida, sino como una necesidad para la propia existencia y para la armonía del mundo. 



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