lunes, 17 de enero de 2011

Cine revolucionario: la banda del automóvil gris

 José Luis Vivar


El año es 1919. En la capital del país y en gran parte de la república mexicana todavía se escucha los fragores de la lucha revolucionaria. En los salones al correr la película lo primero que aparece es el letrero que dice: “Hemos procurado desarrollar la acción de esta cinta en los mismos sitios que fueron teatro las hazañas de la funesta banda… 

            A continuación comienza la película silente de Enrique Rosas: La Banda del Automóvil Gris. Una producción curiosa para su tiempo debido a los pormenores que se presentan. Se trata de una historia lineal que por una parte presenta las fechorías de una banda que asoló la capital en 1915, y por otro es una mezcla de aspectos nacionalistas todavía con aires del porfiriato, pues se trata de unir secuencias reales con ficticias.

            La preocupación en esos momentos de Rosas es mostrar un cine auténtico, una cine verídico –deberían pasar todavía algunas décadas para que el mundo atestiguara el realismo italiano-, una verdad en imágenes, la cual por muy cruda que fuese lograra satisfacer al espectador más exigente.

            Como evidencia de lo antes planteado, Rosas contó con los servicios del detective Juan Manuel Contreras interpretándose a sí mismo, ya que según se sabe él fue quien logró aprehender a los delincuentes. Más que actuar frente a la cámara, Contreras recrea el proceso criminalístico que puso en práctica para dar con el paradero de ese grupo que haciéndose pasar por oficiales asaltaban y asesinaban importantes personajes de la época, como el acaudalado hombre de negocios Gabriel Mancera, interpretado por Antonio Galé, a quien asesinaron dentro de su residencia.

Rosas, apegado al realismo, filma la escena del funesto suceso. Juan Canals de Homs interpreta a Higinio Granda, supuesto líder del grupo delictivo, a quien la policía jamás logró capturar. Para acentuar más la figura de hombre despiadado, Canals porta el sombrero tejano del ejército carrancista, cuya imagen ganaba simpatizantes o detractores.

La película es una ambivalencia de contextos: el rural y el urbano se conjugan a medida que transcurre la historia. Lo mismo se puede ver una pelea de gallos en un palenque, que las calles destruidas por las balas y los obuses, señal del paso de los diferentes grupos revolucionarios. El Distrito Federal es una ciudad fea, poblada de ruinas, harapientos miserables y perros famélicos. A nadie extraña lo que se muestra porque esa ciudad ha participado como escenario para un conflicto que parece interminable. 

En la realidad de 1915 parecía que esa banda jamás iba a ser capturada. Los esfuerzos de la policía resultaban en vano, hasta que una noche en uno de los teatros a los que asistían la clase militar y los ricos sucedió lo que menos esperaban. En escena, la tiple María Conesa conocida como “La gatita blanca”, cantaba uno de sus temas, seguramente “Mi querido Capitán”, cuando entre el público una respetable dama gritó: “¡Mi collar! ¡Mi collar! ¡Esa mujer trae mi collar!”. En efecto, la lujosa gargantilla que esa lucía la artista era de una distinguida dama cuya residencia había sido saqueada por la banda del automóvil gris.

Las detenciones fueron como el efecto dominó. Cada uno de los integrantes fue cayendo, hasta que se anunció que se había desarticulado aquel peligroso grupo. Estaban en la cárcel todos, excepto Higinio Granda a quien nunca se le pudo capturar.

Por mucho tiempo se manejó la hipótesis que detrás de la banda se hallaba el general encargado de cuidar la seguridad de la capital, y más tarde candidato a la presidencia de la república, Pablo González, a quien se le identificaba como uno de los enamorados de “La Gatita Blanca”. ¿Él le obsequiaría el collar? Eso nunca se sabrá, porque la Conesa se llevó el secreto a la tumba. Lo que todo mundo sí sabe es que curiosamente, el militar fue uno de los productores de esta película.

Al llegar el final, Enrique Rosas se prometió que no iba decepcionar a su público, así que para la última secuencia utilizó material de archivo donde se muestra el fusilamiento real de los miembros de la mítica banda. En un principio diez, pero en el mismo paredón por órdenes de Pablo González se exoneró a cuatro; uno de ellos salvado por la intersección de su amante Mimí Derba, actriz de teatro y cine, a quien todos recuerdan por su papel –entre muchos que hizo- como la madre de Jorge Negrete en “Dos tipos de cuidado”, de Ismael Rodríguez.

 A noventa y cinco años de distancia la muerte de esos desdichados es realmente estremecedora no sólo porque se aprecia cómo caen por la terrible descarga, sino por la forma en que los soldados del pelotón corren hacia ellos para pegarles el tiro de gracia.

La Banda del Automóvil Gris tuvo un gran éxito comercial y puso punto final a la segunda década del siglo veinte. Con Venustiano Carranza en el poder, Rosas fue elogiado por su trabajo, y aunque para algunos sirvió como propaganda para los constitucionalistas, para otros es un ejemplo incipiente de cine nacionalista que en la siguiente década empezaría a desarrollarse a pasos agigantados. Por desgracia su director ya no sería testigo de esos años dorados que alcanzarían su esplendor en la llamada Época de Oro. Ya no estaría, porque al poco tiempo de estrenarse su película, él moriría.

Aunque es un poco difícil hallarla, existen dos versiones de esta cinta. La primera es silente y con letreros; la segunda es sonora, se le montó el sonido a principios de la década de los sesenta. Sin dudarlo, la primera versión es la mejor. Por desgracia, al igual que la sonora, está incompleta –una tercera parte de ella se perdió- debido a que los negativos hechos a base de nitrato de plata se deterioraban rápidamente. De cualquier manera, esos minutos que aun se conservan, sirven como ejemplo de un auténtico cine revolucionario, realizado en el momento que se escribía ese capítulo que forma parte de la historia de México.

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