Marianela Puebla
Gea, quítate el vestido, bebamos en la copa del silencio.
Los astros dormitan su noche eterna
y nadie nos verá deslizar entre brillos de luna y gotas de rocío.
Tus cabellos se estremecen al soplo de mi aliento tibio,
tupida maraña de ramas y árboles que te hacen ver tan bella.
Amada, mis dedos imaginarios acarician sin prisa
tu piel tan largamente deseada.
Gea, tan mía y a la vez tan distante
no te atreves a cruzar la franja delgada del horizonte,
titubeas y permaneces sin palabras dejando mi cielo destrozado
sin luz para los recuerdos.
Gea, no me olvides volveré cuando menos lo pienses,
soy quizás una marejada de viento inoportuno
que detuvo el camino en su afán de acariciarte,
susurrar que sin ti no soy nadie:
tal vez una lágrima vagabunda,
un reflejo de un sueño que busca tus labios,
la cima de tu cáliz para fundirme en ti
y nacer otra y otra vez en un sempiterno abrazo.
Gea, mi bien amada Gea, serena
y delicada flor entre tantas constelaciones.
La luna aparece vestida de blanco y anuncia mi retirada.
Adiós cielo, me sumo en el mar de la distancia,
soy el eterno viajero,
una sombra enamorada de un imposible.
Un reflejo en el cristal de tus ojos.
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