Ricardo
Sigala
A mitad de los años ochenta encontré infinidad de veces en las vidrieras
de las librerías un libro, un mismo libro, su tapa blanca era tan llamativa
como su título, así nomás, una simple palabra inglesa: Ragtime. También era llamativo el nombre del autor E. L. Doctorow.
Me interesó porque yo era un aficionado al jazz y recién había leído que el
ragtime como el blues eran los padres musicales de dicho género. Entonces yo no
lo sabía pero el libro era tan famoso porque el checo Miloš Forman lo había
llevado al cine en 1981. El caso es que nunca lo compré, ni supe de qué se
trataba, tampoco supe que la novela además de haber sido un éxito de ventas
también había sido muy bien tratado por la crítica especializada. Siempre
imaginé al autor como un negro del Bronx.
En septiembre pasado
recibí una invitación para hablar de literatura y Jazz, ahí me volví a
encontrar con Ragtime de L.E.
Doctorow. Sólo el título me obligaba a incluirlo en la exposición. Pero ahora
el libro era inconseguible, lo que había sido omnipresente y al alcance de la
mano, ahora resultaba inaccesible, esa dura lección del paso del tiempo. En esa
ocasión, tampoco pude leer la novela, pero obtuve los siguientes datos sobre su
contenido: “trata de personajes y sucesos
de la historia estadounidense que nunca estarán en la Historia, con mayúsculas,
de ese país. Estamos en los años previos a la Primera Guerra Mundial, una época
en la que se están gestando los movimientos que marcarán los grandes cambios
sociales del siglo XX: obreros, inmigrantes, negros y mujeres protagonizan
manifestaciones por la exigencia de sus derechos. En ese contexto los miembros
de una familia norteamericana de clase media se relacionan con personajes
emblemáticos de la época: La anarquista Emma Goldman, Henry Ford, Sigmund Freud
y hasta Emiliano Zapata, entre muchos otros.
En la FIL pasada tuve la
oportunidad de presentar la novela Jaguar
negro de la brasileña Lucrecia Zappi, su editor mexicano, Carlos López de
Alba director de Editorial Pollo Blanco, me había encomendado la revisión de
estilo de la versión castellana de la novela. Se trataba de una ópera prima,
sin embargo traslucía una solidez encomiable. Al preguntarle a Zappi con quien
había trabajado su novela, respondió que con L. E. Doctorow, quien había sido
su maestro de escritura creativa en la Universidad de Nueva York, dijo que Jaguar negro había sido su trabajo
final. También entonces me propuse leer a Doctorow.
El
jueves, Lucrecia Zappi publicó en el diario Folha de Brasil un sentido texto de
despedida a su maestro, recordó la última vez que lo vio, hace poco más de un
año, y su sonrisa pícara que parecía jugar con el destino. Recordó también que
le recomendaba leer todos los días, no necesariamente mucho, “con sesenta
páginas diarias es suficiente”, aseguraba. Este fin de semana por fin compraré Ragtime de E. L. Doctorow y leeré
sesenta páginas diarias, como in homenaje a quien en palabras de José María
Guelbenzu fue un audaz, inteligente y penetrante escritor de novelas.
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