lunes, 27 de julio de 2015

El traje nuevo del emperador

Ricardo Sigala


Esta semana el tema central en los diversos medios informativos del mundo fue la segunda fuga del Chapo Guzmán. No me voy a detener en un asunto del que tanto se ha hablado y del que muchos podrán hablar mejor que yo. Lo que me inquieta sobremanera son las declaraciones tan insistentes del Secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, en torno a la certificación del penal federal de máxima seguridad del Altiplano. Desde hace cuatro años la Asociación de Correccionales de América, estableció que el penal cuenta con las condiciones físicas, de operación y servicios, y en este año se esperan los resultados de la revisión más reciente. También se insistió en que la Asociación de Correccionales de América es el organismo internacional encargado de la certificación de servicios penitenciarios y, entre otros países afiliados están Estados Unidos y Canadá. La prisión está a la altura de las mejores del mundo, cuenta con un equipamiento de última tecnología y los procesos que regulan la seguridad han sido aprobados por ese organismo acreditador. Aún así la fuga del Chapo no se pudo evitar, en otras palabras que la acreditación no tiene consecuencias en la buena operación de penal.
 

Me pregunto si las autoridades no se darán cuenta que esas declaraciones empeoran el panorama y que los hace ver ante el mundo mucho más ineptos, irresponsables y corruptos que si se tratara de una cárcel improvisada en manos de inexpertos; las autoridades se escudan en una certificación, algo tan abstracto y burocrático como fallido, y no han querido asumir la responsabilidad de lo que es un escándalo mundial que merma la reputación del ya tan endeble Estado mexicano, encabezado por Enrique Peña Nieto. 

            El mundo actual cada vez más vive de espaldas a la realidad en su afán de evaluar procesos, de certificar instituciones y personas, en su tendencia a ataviar las responsabilidades con isos 9 mil y un sinnúmero de distractores meramente burocráticos, y que como hemos constatado una y otra vez sólo son indicadores de escritorio, riquísima materia prima para discursos políticos y de campaña así como para la ampliación del presupuesto; pero que casi nunca tienen que ver con la optimización de recursos que incidan positivamente en el entorno.

            Vivimos una realidad nacional donde los planes, los proyectos, los programas, las validaciones son más importantes que los resultados. En el mundo académico científico, por poner un ejemplo, pareciera más importante un sistema de citación que el propio conocimiento generado; los títulos académicos cada vez pierden más su antigua reputación; la inmensa masa de profesionistas desempleados y analfabetos funcionales crece sin control, pero eso sí, las instituciones y su personal cuentan con las más diversas certificaciones, evaluaciones y reconocimientos verdaderamente ostentosos. La fuga del Chapo Guzmán del penal de alta seguridad del altiplano es una bofetada en nuestro rostro ingenuo, una ingenuidad que supone que un decreto anula la realidad.

En su página de Facebook, el académico Roberto Castelán Rueda escribió dos definiciones del concepto de certificación 1: Oneroso proceso burocrático mediante el cual un vivales estafa a un ingenuo necesitado de reconocimiento. 2: Elaborarle al pretencioso rey un costoso traje invisible para hacerle creer que va lujosamente ataviado cuando en realidad va desnudo.



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