Ricardo Sigala
Esta semana el tema central en los diversos medios informativos del mundo
fue la segunda fuga del Chapo Guzmán. No me voy a detener en un asunto del que
tanto se ha hablado y del que muchos podrán hablar mejor que yo. Lo que me
inquieta sobremanera son las declaraciones tan insistentes del Secretario de
Gobernación, Miguel Ángel Osorio, en torno
a la certificación del penal federal de máxima seguridad del Altiplano. Desde hace
cuatro años la Asociación de Correccionales de América, estableció que el penal cuenta
con las condiciones físicas, de operación y servicios, y en este año se esperan
los resultados de la revisión más reciente.
También se insistió en que la Asociación de Correccionales de
América es el organismo internacional
encargado de la certificación de servicios penitenciarios y, entre otros países
afiliados están Estados Unidos y Canadá. La
prisión está a la altura de las mejores del mundo, cuenta con un equipamiento
de última tecnología y los procesos que regulan la seguridad han sido aprobados
por ese organismo acreditador. Aún así la fuga del Chapo no se pudo evitar, en
otras palabras que la acreditación no tiene consecuencias en la buena operación
de penal.
Me pregunto si las autoridades no se darán cuenta
que esas declaraciones empeoran el panorama y que los hace ver ante el mundo
mucho más ineptos, irresponsables y corruptos que si se tratara de una cárcel
improvisada en manos de inexpertos; las autoridades se escudan en una certificación,
algo tan abstracto y burocrático como fallido, y no han querido asumir la
responsabilidad de lo que es un escándalo mundial que merma la reputación del
ya tan endeble Estado mexicano, encabezado por Enrique Peña Nieto.
El mundo actual cada vez
más vive de espaldas a la realidad en su afán de evaluar procesos, de
certificar instituciones y personas, en su tendencia a ataviar las
responsabilidades con isos 9 mil y un sinnúmero de distractores meramente
burocráticos, y que como hemos constatado una y otra vez sólo son indicadores
de escritorio, riquísima materia prima para discursos políticos y de campaña
así como para la ampliación del presupuesto; pero que casi nunca tienen que ver
con la optimización de recursos que incidan positivamente en el entorno.
Vivimos una realidad
nacional donde los planes, los proyectos, los programas, las validaciones son
más importantes que los resultados. En el mundo académico científico, por poner
un ejemplo, pareciera más importante un sistema de citación que el propio
conocimiento generado; los títulos académicos cada vez pierden más su antigua
reputación; la inmensa masa de profesionistas desempleados y analfabetos
funcionales crece sin control, pero eso sí, las instituciones y su personal
cuentan con las más diversas certificaciones, evaluaciones y reconocimientos
verdaderamente ostentosos. La fuga del Chapo Guzmán del penal de alta seguridad
del altiplano es una bofetada en nuestro rostro ingenuo, una ingenuidad que
supone que un decreto anula la realidad.
En su página de Facebook, el académico Roberto
Castelán Rueda escribió dos definiciones del concepto de certificación 1: Oneroso proceso burocrático mediante el cual un vivales
estafa a un ingenuo necesitado de reconocimiento. 2: Elaborarle al pretencioso rey un costoso traje
invisible para hacerle creer que va lujosamente ataviado cuando en realidad va
desnudo.
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