José Luis Vivar Ojeda
Si alguien me pregunta cuándo conocí a
Paco, diría que fue a principios de la década de los noventa del siglo pasado,
al poco tiempo de haber llegado a esta ciudad, y en la vieja central camionera,
donde a diario a las seis de la mañana yo viajaba a Sayula para laborar como odontólogo
en el IMSS de aquella entidad. Su alborotada melena junto con la delgadez de su
cuerpo cubierta por un suéter rojo de grecas blancas, un viejo pantalón de
mezclilla y unos tenis rotos es lo primero que viene a mi memoria.
Lo
que más llamaba mi atención era la doble personalidad del mencionado personaje:
por una parte su aspecto e indumentaria como hombre perteneciente a la calle, y
por otra su capacidad para dialogar sobre Metafísica y hacer la lectura del
Tarot, amén de la forma educada con que se refería a sus interlocutores al
momento de dialogar. Algo en verdad inusitado, y al mismo tiempo difícil de
creer.
La
cotidianidad de los días me permitía encontrármelo en diferentes espacios, aunque
generalmente en las avenidas Reforma y Manuel M. Diéguez; y desde luego, en la
Calzada Madero y Carranza, pues según supe, él pernoctaba en las instalaciones
de la Normal.
Coincidir con él en diversos instantes se
volvió a un acto rutinario y también una sorpresa para los sentidos de
cualquier mortal. Con el cabello largo o rapado a coco, con el rostro sucio y
barbado, o recién afeitado, él daba testimonio de su presencia: unas veces
girando sobre elementos invisibles que podrían ser una cadena de círculos
cromáticos; otras, haciendo sombras en mitad de la banqueta como si fuese un
auténtico pugilista; y si no, inclinado sobre el suelo trazando constelaciones lejanas
con el dedo índice. Y la más terrible de todas, tratando de tumbar los muros de
la realidad con su propia cabeza, una y otra vez. “Aquí matando el tiempo”,
decía justificándose, al sentirse descubierto.
De
vez en cuando se le podía ver por el mercado, fumando un cigarro, bebiendo un
vaso de café o devorando unos taquitos, sin dejar de sonreír. Aunque eso sí, Paco
sabía muy bien quién lo trataba como a una persona más de las muchas que
conocemos, y quién lo evitaba. Recuerdo aquella vez en un puesto de periódicos,
reconoció a un compañero de la secundaria quien vestido de traje le hizo saber
que trabajaba como funcionario en el ayuntamiento. Al sentir que la plática
refería tiempos idos con nombres y apellidos, el mencionado sujeto dio por
terminada la conversación y literalmente salió corriendo, quizás avergonzado
porque lo vieran dialogando con alguien diferente.
Con su actitud me dejó en claro que los prejuicios en México también son clasistas.
Como
personaje pintoresco Paco siempre daba de qué hablar, y en ocasiones también se
metía en problemas, tal y como una noche le sucedió hace más de diez años, en
las afueras del inmueble donde antes estaba la CONASUPO, cuando una patrulla
con tres policías pretendía llevárselo sólo porque lo consideraban sospechoso.
Después de tanto tiempo tengo la
impresión de que dichos guardianes del orden, no eran oriundos de esta
población y por eso no lo identificaron. Por lo que haya sido, el asunto es que
como no quiso obedecerlos para que abordara la unidad pretendieron hacerlo a la
fuerza.
La oportuna intervención de un maestro
normalista impidió que se le fueran encima a los golpes. Sus argumentos sobre
el estado de salud del acusado, convencieron a los uniformados, o tal vez fue
por la cantidad de curiosos que se arremolinó en cuestión de minutos.
Al
momento que la patrulla empezó a alejarse, en un acto inusitado Paco le reclamó
a su improvisado defensor: “Profe, me los hubiera dejado, yo ya estaba listo
para darles su merecido”, dijo, haciendo gala de su técnica boxística.
¡Vaya
ocurrencia!
A
fines del año pasado corrió el rumor de que nuestro personaje había fallecido.
El rumor se volvió viral en las redes sociales, pero no pasó mucho tiempo para que
él mismo saliese a declarar en un video que estaba con vida, y que por mucho
tiempo así lo haría.
Fiel
a su palabra hace menos de tres meses se le volvió a ver en la calle. Muy feliz
saludaba a medio mundo. Estaba de vuelta, y como pieza indiscutible del paisaje
urbano volvía a encontrar su lugar. Sin embargo, en su interior cargaba el peso
de sus males, que como todo enemigo silencioso carcomía su débil organismo.
Tanto
así que este sábado 12 del mes en curso, muy temprano nos enteramos que el buen
Paco, cuyo nombre era Juan Francisco Armendáriz había fallecido. De pronto y
para sorpresa de propios y extraños se marchaba con todas sus ocurrencias a un
sitio lejano, tal vez mejor que este mundo en donde nos toca vivir.
Entre
tantas anécdotas, hoy solo nos resta decir: hasta pronto Paco, filósofo de la
Metafísica y lector del Tarot. Te vamos a recordar siempre.
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