martes, 15 de septiembre de 2015

Paco

José Luis Vivar Ojeda


Si alguien me pregunta cuándo conocí a Paco, diría que fue a principios de la década de los noventa del siglo pasado, al poco tiempo de haber llegado a esta ciudad, y en la vieja central camionera, donde a diario a las seis de la mañana yo viajaba a Sayula para laborar como odontólogo en el IMSS de aquella entidad. Su alborotada melena junto con la delgadez de su cuerpo cubierta por un suéter rojo de grecas blancas, un viejo pantalón de mezclilla y unos tenis rotos es lo primero que viene a mi memoria.


            Lo que más llamaba mi atención era la doble personalidad del mencionado personaje: por una parte su aspecto e indumentaria como hombre perteneciente a la calle, y por otra su capacidad para dialogar sobre Metafísica y hacer la lectura del Tarot, amén de la forma educada con que se refería a sus interlocutores al momento de dialogar. Algo en verdad inusitado, y al mismo tiempo difícil de creer.

            La cotidianidad de los días me permitía encontrármelo en diferentes espacios, aunque generalmente en las avenidas Reforma y Manuel M. Diéguez; y desde luego, en la Calzada Madero y Carranza, pues según supe, él pernoctaba en las instalaciones de la Normal.

Coincidir con él en diversos instantes se volvió a un acto rutinario y también una sorpresa para los sentidos de cualquier mortal. Con el cabello largo o rapado a coco, con el rostro sucio y barbado, o recién afeitado, él daba testimonio de su presencia: unas veces girando sobre elementos invisibles que podrían ser una cadena de círculos cromáticos; otras, haciendo sombras en mitad de la banqueta como si fuese un auténtico pugilista; y si no, inclinado sobre el suelo trazando constelaciones lejanas con el dedo índice. Y la más terrible de todas, tratando de tumbar los muros de la realidad con su propia cabeza, una y otra vez. “Aquí matando el tiempo”, decía justificándose, al sentirse descubierto.    

            De vez en cuando se le podía ver por el mercado, fumando un cigarro, bebiendo un vaso de café o devorando unos taquitos, sin dejar de sonreír. Aunque eso sí, Paco sabía muy bien quién lo trataba como a una persona más de las muchas que conocemos, y quién lo evitaba. Recuerdo aquella vez en un puesto de periódicos, reconoció a un compañero de la secundaria quien vestido de traje le hizo saber que trabajaba como funcionario en el ayuntamiento. Al sentir que la plática refería tiempos idos con nombres y apellidos, el mencionado sujeto dio por terminada la conversación y literalmente salió corriendo, quizás avergonzado porque lo vieran dialogando con alguien diferente. Con su actitud me dejó en claro que los prejuicios en México también son clasistas.

            Como personaje pintoresco Paco siempre daba de qué hablar, y en ocasiones también se metía en problemas, tal y como una noche le sucedió hace más de diez años, en las afueras del inmueble donde antes estaba la CONASUPO, cuando una patrulla con tres policías pretendía llevárselo sólo porque lo consideraban sospechoso.

             Después de tanto tiempo tengo la impresión de que dichos guardianes del orden, no eran oriundos de esta población y por eso no lo identificaron. Por lo que haya sido, el asunto es que como no quiso obedecerlos para que abordara la unidad pretendieron hacerlo a la fuerza.

             La oportuna intervención de un maestro normalista impidió que se le fueran encima a los golpes. Sus argumentos sobre el estado de salud del acusado, convencieron a los uniformados, o tal vez fue por la cantidad de curiosos que se arremolinó en cuestión de minutos.

            Al momento que la patrulla empezó a alejarse, en un acto inusitado Paco le reclamó a su improvisado defensor: “Profe, me los hubiera dejado, yo ya estaba listo para darles su merecido”, dijo, haciendo gala de su técnica boxística.
            ¡Vaya ocurrencia!

            A fines del año pasado corrió el rumor de que nuestro personaje había fallecido. El rumor se volvió viral en las redes sociales, pero no pasó mucho tiempo para que él mismo saliese a declarar en un video que estaba con vida, y que por mucho tiempo así lo haría.

            Fiel a su palabra hace menos de tres meses se le volvió a ver en la calle. Muy feliz saludaba a medio mundo. Estaba de vuelta, y como pieza indiscutible del paisaje urbano volvía a encontrar su lugar. Sin embargo, en su interior cargaba el peso de sus males, que como todo enemigo silencioso carcomía su débil organismo.

            Tanto así que este sábado 12 del mes en curso, muy temprano nos enteramos que el buen Paco, cuyo nombre era Juan Francisco Armendáriz había fallecido. De pronto y para sorpresa de propios y extraños se marchaba con todas sus ocurrencias a un sitio lejano, tal vez mejor que este mundo en donde nos toca vivir.  

           
Vecinos generosos pagaron los gastos funerarios; amigos, conocidos, y simpatizantes le acompañamos en la Misa de difuntos que se celebró al otro día en el templo del Santuario de Guadalupe, sí, en el corazón de su barrio, de la avenida Reforma. Por cierto, su llegado al sagrado recinto ocurrió con el ulular de las sirenas de la Cruz Roja, como anunciando en toda Ciudad Guzmán su inminente partida.

            Entre tantas anécdotas, hoy solo nos resta decir: hasta pronto Paco, filósofo de la Metafísica y lector del Tarot. Te vamos a recordar siempre. 

            

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