jueves, 5 de noviembre de 2015

La épica María Cristina Pérez Vizcaíno

Mar Pérez





María Cristina Pérez Vizcaíno nace el 29 de octubre de 1916, de ascendencia española, única mujer en una familia de cinco hermanos, los cuales tuvieron una destacada trayectoria académica en la Universidad Autónoma de Guadalajara, institución para la cual María Cristina escribió el Himno y donde además, impartió cursos de literatura.



            Realizó sus estudios al cuidado de monjas francesas en Ciudad Guzmán, Jalisco, su lugar de nacimiento.

En la revista Jalisco, “Órgano del Instituto Jalisciense de Cultura Hispánica”, al cual ella perteneció, se documenta que en 1929, la autora se trasladó a España, donde siguió sus estudios en el Colegio de Jesús María, de Barcelona.  Posteriormente fue alumna de Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid.  Regresó a México en 1932, donde publicó poesías en los diarios que se editaban entonces en Ciudad Guzmán.

En 1938 concursó y ganó el primer premio en el certamen organizado por el diario Novedades, en honor al Ejército Nacional,  justamente con “Himno al ejército mexicano”; posteriormente se convertiría en colaboradora asidua de este periódico. Por esa época  también escribió para la revista “Amenidades”, de editorial Sayrols, famosa por la publicación periódica del cómic Paquín.

En el Distrito Federal tomó cursos de Filosofía, impartidos por el doctor Oswaldo Robles.
En el año 1942 regresó a vivir a la ciudad de Guadalajara, donde escribió para el periódico El Informador.

En 1945 se publica Atabal, poemario prologado por Julio Jiménez Rueda, quien también le hizo el prólogo de El asalto, de 1952, con el cual según J. Trinidad Núñez Guzmán, Pérez Vizcaíno se hizo acreedora al premio Jalisco de Literatura en 1954.

En 1950 cuando Juan José Arreola gana los Juegos Florales de esta ciudad con Oda terrenal a Zapotlán el Grande, María Cristina Pérez Vizcaíno obtiene el segundo lugar con A Zapotlán, en un empate con Félix Torres Milanés.

Con el poema “Provincia”, participa en los Primeros Juegos Marianos Sahuayenses que hoy, con el nombre de Juegos Florales Sahuayenses, se considera uno de los concursos de más prestigio en el país. Con dicha creación, María Cristina Pérez Vizcaíno obtiene, junto con Rubén Bonifaz Nuño, entre otros, una mención honorífica; poema que fue declamado por Manuel Bernal, el llamado “declamador de América”, en el programa radiofónico La Hora Nacional.

En 1960 publica, bajo el pseudónimo de Erick Bergen, “La tercera cara de Israel”, un complejo ensayo de veintisiete capítulos  que aunque incluye un apartado titulado “aclaración” en el que manifiesta no ser de ascendencia judía, se trata de un homenaje a la historia de un pueblo al que estudia principalmente a través de los personajes bíblicos. De esta manera, Pérez Vizcaíno forma parte de las mujeres quienes, para que su obra fuera tomada en serio, optaron por utilizar un pseudónimo masculino, el que las ayudaría a enfrentar un contexto que les era adverso. Hasta donde hemos revisado y consultado es la única autora jalisciense que usa un pseudónimo masculino.

Aunque no tenemos la fecha exacta en la cual contrae matrimonio con un comerciante español, es a partir de esa fecha, cuando deja de escribir poesía, según las declaraciones que hace a la revista “Nexo Universitario”, su hermano Carlos Pérez Vizcaíno, en agosto de 1987, unos meses después de que la autora había fallecido.

La sensibilidad de esta poeta es notable sobre todo en  “El mendigo y el muerto”, “Hijo de nadie”, “La tristeza de vivir”, entre otros. Es indudable que era una mujer conservadora, con profundo sentido religioso, por eso, éste es uno de los temas que predominan en su obra. Escribe poemas a las fiestas navideñas y también a personajes del antiguo testamento, hay un canto a San Francisco, que lo dedica justamente a los frailes franciscanos. Es también evidente su respeto a la autoridad, por eso hay poemas al ejército mexicano. Por otro lado hay una mujer rebelde, porque si bien escribir puede ser un acto propio, privado, publicar es signo de rebeldía y lo era más en el México de su tiempo, en el cual se dio el lujo de vivir como quiso.

Los poemas a los que hemos tenido acceso no dejan lugar a dudas de que estaba sumamente orgullosa de su sangre española, pero también de sus raíces mexicanas, por ello tiene poemas para la provincia jalisciense y para Zapotlán; tenemos finalmente a una mujer que aunque no simpatizaba con la República Española, sabía reconocer el talento de los poetas exiliados antifranquistas, como Federico García Lorca, Pedro Garfías, José de Espronceda, entre otros, de quienes tiene influencias bien asimiladas y temas en común, como la soledad del exilio y la añoranza por los paisajes provincianos que han quedado atrás; este es otro de los temas recurrentes. Es notable entonces la influencia que tuvo en ella el movimiento de la Generación del 27. En sus poemas hay pinceladas de Ultraísmo e Intimismo, pues se ocupa de su tiempo y con temas como “Onda corta”, “Semáforos”, “Telescopio” y “Biblioteca”.

Justamente en todo lo anterior estriba el valor literario de la autora. Rompe, además, un esquema femenino. Por regla general cuando una mujer escribe, la mayor parte de su obra la dedica al amor, al desamor, la presencia o ausencia masculina, la maternidad propia, etc. Esos no son los temas de María Cristina Pérez Vizcaíno, sí lo son en cambio: el exilio, los paisajes bucólicos, y como lo dijera Jiménez Rueda, lo épico; los poetas en su mayoría hablan en primera persona.

No hay otra mujer en las letras jaliscienses con estas características, ese es su indiscutible legado a la poesía del estado.


*Con información y material fotográfico proporcionado por Erika Elizabeth Sánchez Benavides y Pedro Valderama Villanueva.






EL PUEBLO AQUÉL

El pueblo aquél se ha caído
al fondo de una barranca.
Un alrededor de alturas,
erige cinco montañas
enhiestas con cinco dedos
y el pueblecillo en la palma.
El aire lleva sonrisas de mazorcas sazonadas.
Las casas tienen dos puertas
y una ausencia de fachadas.
En el pueblo hay dos arroyos,
de peces, y de muchachas,
dos arroyos y dos carnes,
una morena, otra blanca.
Un sol con lente de aumento,
erizado de cigarras,
va sembrando girasoles
de pereza, por las casas.
En sus tres o cuatro calles
macizas de tierra parda,
camina una mansedumbre
de gallinas y de vacas.
Los hombres, acuclillados,
siembran sombreros de palma.
Las mujeres van y vienen;
son muchas, y ¡Sobran tantas!
Calor y analfabetismo.
Ojos hondos, risa blanca.
Un fresco arroyo de peces,
y uno tibio de muchachas.
El pueblo aquél se ha caído
al fondo de una barranca,
y el mundo, en otro planeta, multiplica su distancia.


ENCRUCIJADA

El momento tenía cuatro ángulos
posesivos:
la noche, que rizaba su pelo
en un bucle azul de cigarrillo;
la daga fina de un violín, clavada
en el silencio tímido
que ondulaba
serpientes de oro límpido;
el árbol del cielo
que agitaba su follaje de asteriscos
parpadeando la teoría
de la luz hecha ritmo,
y el aire, que traía de lejos
la botánica estrofa del estío.
La penumbra era un temblor
de ojos, de labios y de oídos,
y el corazón, de cuatro voces,
clamaba cuatro veces cautivo.



ABRAHAM

“Te bendeciré largamente y multiplicaré
grandemente tu descendencia”.

Génesis. 22-17.


Abraham: tenías tu suelo
y tu raíz ahondado en él. Nada más.
Una raíz. Un racimo de balidos. Unas encinas.
Tu tienda y una tarde en que el mundo amanecía.
Pero lo tenías a Él. Y eso fue todo.

Yo ahora encuentro tu distancia
desenvolviendo el mapa
de auroras en milenios
para mostrarte el litoral de lo imposible:
mi presente, tu mañana,
la página exacta
que en tu oído deslizara su texto.

¡Alarga tus ojos!
de dimensión precisa
para lo imperecedero,
y mira tu nombre de mil direcciones
conjugando con grados y paralelos;
las arenas de tu carne,
la geometría de tu sangre,
¡el río tuyo
por todas las geografías fluyendo!
¡Ensancha tus ojos!
-proyección de lo Eterno-,
y desde tu diáfana estatura
escucha el gravitar de la Palabra
que justifica con ángulos exactos
la superficie de lo auténtico.
            Abraham:
Tú tenías tu raíz y tu suelo.
Y el corazón con alas.
Y el oído infinito.
Y lo tuviste a Él.
Todo fue eso.


POEMA MELÁNCOLICO

Hay una vaga tristeza en el ambiente
como voz menesterosa que llama en nuestra frente.

Tal vez porque las agujas de los pinos
hilvanada sonoridades de una oscura canción
insólitamente larga, como los caminos
por donde peregrina el corazón.

Quizá porque el lucero
ha puesto tembloroso el gris espacio
y la tarde aferrada a su azul postrero
se ha ido haciendo noche muy despacio.

Porque se ha ido haciendo noche, y en los montes
la sombra, agazapada,
en preludio de un salto de horizontes,
tensa silencios de emboscada.

Tal vez porque un árbol desnudo
incrusta en el paisaje su trágica indigencia
y es el signo desamparado y mudo
de la ausencia.

O por una huérfana florecita
que ante la inmensidad su pequeñez tirita
tan patéticamente sola y desvalida
como la misma vida.

O porque al ras de una nube marfilina
una rezagada golondrina
enciende el relámpago de su flecha veloz,
y su zig-zag estremecido por el cielo
tiene palpitaciones de pañuelo
enlutado en congojas de un adiós.


Hay en el ambiente una vaga desventura
como voz menesterosa que se vierte.
El firmamento es ya una honda inmensidad oscura
y sin fin, como la muerte.

“Antología poética de María Cristina Pérez Vizcaíno.
Compilación y presentación Vicente Preciado Zacarías. 

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