(Para Chile con amor)
Giuseppe di María
… Y la tierra exhala su hiriente latido.
Lanza con furia su argumento al espacio
mientras la epidermis se convulsiona,
fracturada desde la sima de su aposento
para derramar la desolación sin piedad.
Los minutos se tornan en tiempo perpetuo,
el miedo ríe con placidez de los asustados cuerpos
y la angustia recorre agitada la sangre
por los laberintos de la desesperanza.
Así, la tierra gime su incontrolable castigo
contra la vida…y la muerte, expectante,
se apodera con afán de su sombra.
Tres y treinta y cuatro, plena madrugada.
La tierra se arrodilla temblorosa
incitando a la materia a caer por el piso.
Los cuadros y objetos se desploman sin voluntad.
La pared se derrumba por falta de compasión.
El puente quiebra su cintura de concreto
y la carretera, acongojada, se parte en dos.
El mar se recoge en humildad aparente
para descargar con estruendo su líquido fatal.
El famélico océano, mal denominado Pacífico,
abre sus fauces de oleaje mortífero
para engullir todo lo que hay a su alcance.
Poblados enteros pasan a la historia
y los apellidos fenecen también,
llanto y delirio flamea en el viento.
La tierra abre su desgarrado vientre
y da a luz, por fin, lo inevitable.
El dolor del pueblo sube de intensidad
como la marea lo hace con su vestido de playa,
cubriendo con su manto de infortunio, el sollozo de la arena.
Chile se convulsiona en pálido estertor.
Lágrimas amargas del bicentenario
se desprenden lentas, muy lentas sobre la nación.
Y la noche del sábado veintisiete
un día antes de la luna llena, en febrero
con todo y la belleza del cielo estelar,
queda indeleble sobre la historia de la patria,
esta página, conteniendo un poema
escrito con los residuos del dolor…
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