viernes, 29 de julio de 2011

El Punto Final

Humberto Silva Torres



Conocí a Don José de Jesús Montoya Pérez en febrero de 2004, año en que llegué a esta bonita tierra. Conservo en mi memoria gratos recuerdos de su chispa como conversador y de la amabilidad de su trato. En mi repentino y discreto arribo a la dirección del Diario, una gentil colaboración suya que hacía referencia a mi nombramiento me motivó a no quedarle mal con su especulación. Ese era el peso de un periodista que, por su experiencia, no necesitaba quedar bien con nadie.


Orgulloso siempre de su familia, Don Picheto narraba a los conocidos que encontraba en su rutinario camino las andanzas de los suyos, ejemplos fieles de la cultura del esfuerzo y la dedicación. Así muchas veces presumió la deliciosa repostería de su señora esposa o las hazañas futbolísticas de su hijo Sergio, rebautizado por él mismo como el “Pata Santa”, en honor a aquel legendario jugador chileno Osvaldo Castro, conocido en el mundo del deporte como el “Pata Bendita”.


Asiduo lector a este diario, rondaba los pasillos de la Plaza del Río alrededor del medio día para intercambiar puntos de vista sobre la información del momento y para entregar a cambio de su suscripción de cortesía, el más reciente ejemplar de su amado Ecos del Valle.


En varias ocasiones se daba un tiempito para rememorar los ayeres de su estadía en Colima, sitio en donde cosechó grandes amistades, siendo testimonio fehaciente de los hechos su envidiable memoria, que daba cuenta de numerosas historias, todas ellas con una pícara reflexión que dibujaba una sonrisa a sus atentos oyentes.


En los inicios de este rotativo, su pluma fue una de las colaboraciones más mordaces, pero la limitación a su controvertido vocabulario lo orilló a tomar una decisión en conjunto con la entonces directiva para abandonar las páginas del “Di harina”, como le decía él. Desde ese tiempo, dedicó todo su empeño en hacer del Ecos del Valle una publicación constante y escrita a su particular modo de ver las cosas. Ahí están como huella de ese estilo que divaga entre la finura y la irreverencia, afamadas secciones como Los Rumores de Rosa, escrita bajo su seudónimo “Rosa Mesta”; La Vida en Cotorreo, y su sección policiaca que denominaba El Frescobote.


La noche del martes puso punto final a su último párrafo: el de su vida. No obstante, esperaremos que a partir de ahí se escriban muchos relatos en honor a ese legado. Este es sólo un ligero rasgo de un hombre que estuvo tan ligado a su profesión que, para darnos una idea de su espectro periodístico, hay que decir que su lamentable ausencia ocupó un lugar destacado en las noticias titulares. Descanse en paz, Don Picheto.

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