lunes, 18 de julio de 2011

Farabeuf: una lectura quirúrgica

Julio M. Virrueta/Bajo el volcán



Crónica de un instante es el subtítulo de este libro, del escritor mexicano Salvador Elizondo, que resume en esa frase el quid de toda la narración. Las casi doscientas páginas que narran la historia de una pasión, de una tortura, de un anhelo, pero cuyo tiempo está detenido, no trascurre, pues está reducido a la casi inexistencia del instante, eso es Farabeuf.


El libro, me ahorraré llamarlo novela pues es algo diferente, es un intrincado rompecabezas formado por párrafos sin aparente relación directa pero que poco a poco, a saltos, va narrando la historia del amor y del suplicio. Este último es el tema en torno al cual gira el texto.


Es sobrecogedor, después de alusiones veladas a la famosa tortura de los cien cortes, encontrar cerca del final del libro la fotografía del tormento acompañada por la descripción pormenorizada del procedimiento de ejecución, consistente en ir haciendo cortes en el condenado, arrancando los miembros y dejando expuestas las costillas. Es inmediata la relación que surge entre ese procedimiento de ejecución y la estructura de la narración, que parece en efecto estar constituida por cientos de cortes.


Pero Farabeuf también es un juego de espejos e ilusiones, donde no sé sabe quién es quién ni dónde se encuentra a ciencia cierta. Justo cuando ya se cree comprendida una escena, cuando ya se han ubicado los personajes y se ha definido la situación, se da un giro en la escritura transportándonos a algo completamente distinto. Es casi imposible identificar el origen de las distintas voces narrativas que se desarrollan a lo largo de las páginas, ¿Es el doctor Farabeuf? ¿Su conciencia? ¿La Enfermera? ¿Las imágenes reflejadas en un espejo? Siempre un juego de mascaras intercambiadas en la que los pronombres no son de ayuda, al contrario.


Esa técnica de desviaciones y retornos constantes, variaciones sobre un mismo tema y al fin de cuentas sobre un mismo tiempo, es lo que da al texto una de sus cualidades más interesantes, la tensión. La expectativa, la ignorancia, un secreto temor que no se sabe de dónde viene, mantienen al lector en un estado mental de constante alteración, se quiere leer más para descubrir algo nuevo aunque al final no haya nada ahí. Un verdadero libro para no dormir, para leerlo de principio a fin de un solo golpe. Una única palabra podría describirlo bien: desquiciante, bellamente desquiciante.


Porque es innegable que hay belleza en Farabeuf, la belleza de algo intrincado en que cada parte, cada palabra, resulta importante. Se genera en la mente un nuevo sentido estético, ese que nos permite apreciar el delicado arte de interpretar el I Ching y de la tortura de los cien cortes. Una belleza que va más allá de lo humanitario o lo bonito, algo superior e inquietante. Nos es imposible no sobresaltarnos ante ese sentimiento despertado por la muerte de un hombre, y más al descubrir que no nos importa su muerte sino el arte tras ella.


En definitiva Farabeuf es un libro desafiante. Nos desafía a entenderlo, al momento que nos obliga a reconstruirlo en nuestra mente, desafía nuestras ideas preconcebidas y sobre todo nos desafía a disfrutar sufriéndolo.

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