lunes, 4 de junio de 2012

Octogenarios

Juan Mireles

Yuxtaponemos los caleidoscopios para ver y dejar que la alucinación trabaje. Se generan nuestras amancebadas efigies gozando tiempos de ayeres; estaciones de eterno verano: sol, marte, hierro fundido, llamas avivadas por los ósculos vehementes, abstractos, pintura de Picasso, furia de Goya; derramamiento de lascivia por las comisuras de nuestras bocas. Figuras artesanales los cuerpos poligonales: nosotros. Líneas transversales se acercan y alejan, los colores mudan su piel, ceguedad, ingenua visión de ojos añosos. Tú y yo, mujer; arruga perfecta, sabia caída de piel, fragancia matutina, cabello invernal, dedos trémulos, aférrate a los míos, sigamos viendo lo que ya fuimos, abrazados.



SOBRE LA SOLEDAD Y LA AMISTAD

Sabemos que estamos solos cuando nos encontramos rodeados de gente. En ocasiones es lastimoso ver con qué afán se busca la compañía, porque no se toleran, no son uno mismo. Es pensamiento contra cuerpo, raciocinio contra deseo. La soledad puede causar severos problemas de salud, alteraciones en el estado mental e incluso la muerte cuando se está poco preparado; cuando no se es amigo de uno mismo. Porque hay que ser justo: estar en sincronía con lo que se quiere y se hace; hay que ser padre, madre, amigo, compañero, hermano de uno mismo para no sufrir nunca más, la soledad.

El alcohol y las drogas son como un cubo de hielo que ocupa ese espacio vacío, que se va derritiendo en poco tiempo y, al final, el agujero que se intentó tapar, sigue siendo una ventana para que la soledad se asome. Los centros nocturnos: bares, antros, cantinas, table dance, etcétera; son lugares llenos de solitarios con caretas de rostros sonrientes. Es un eufemismo al dolor de saber que no pueden tolerarse. Siempre en búsqueda de sus iguales para sentir que no son los únicos que padecen esos síntomas. Las risotadas, las palmadas, los te quiero, los amigo mío, los abrazos de piernas tambaleantes; las bocas desconocidas que se rozan, las lenguas juguetonas que se entrelazan por segundos y jamás se vuelven a sentir; los cantos que se desgarran al contacto con el recuerdo de la amada, son gritos desesperados hacia la nada; es el llanto transformado en palabras en busca de un samaritano que sea capaz de descifrar su infortunio, y entonces ayudarlo en ese lastimoso proceso para eliminar la soledad. ¿Cuántas muertes se evitarían al lograr la sinergia entre alma y cuerpo, deseo y razón, querer y convicción? Si bien es cierto que entiendo a la soledad como un ente inmortal, al lograr esa amistad individual, podemos ignorarla, no porque no seamos capaces de verla y de sentirla, sino por el hecho de saber que ya no puede dañarnos. 

El proceso para ser amigo de uno mismo lleva tiempo, hay que alimentar al alma con vivencias digeridas y procesadas, éstas se convertirán en experiencias una vez que seamos capaces de entender, en su totalidad, la acción realizada. Debemos ir moldeando cada uno de nuestros sentidos: la vista debe admirar la belleza pero no desearla; los oídos deben dejar pasar la buena música que hace que los sentimientos dancen, salgan de lo más profundo del alma. Hay que educar al paladar para degustar los alimentos con buen sabor y desechar aquellos que nos produzcan sensaciones contrarias a lo bueno. Igualmente el olfato debe aprender a diferenciar los distintos aromas y, mostrar siempre, gusto por las fragancias que acarician y dejar pasar y, hasta aborrecer, los malos aromas. El tacto es una simple herramienta del pensamiento, es el arma que tiene el cuerpo para hacer o deshacer. Y el pensamiento es el que aprovechará todo lo que los sentidos le ofrezcan; en él, habitan la razón y el deseo en un batalla encarnizada donde siempre termina por imponerse uno de los dos; pero que en un individuo en búsqueda de lo justo, que cultiva y forma sus sentidos gracias a sus valores y a las acciones bien entendidas, el pensamiento levantará la mano de la razón en muchas más ocasiones. El buscar lo justo es un proceso evolutivo que nos ofrece la naturaleza como seguro de vida: la evolución da vida porque es justa, solamente en lo justo encontramos lo bueno y en lo bueno encontramos la vida. En lo injusto encontraremos lo malo y en lo malo la involución y en la involución la muerte no solo terrenal sino espiritual: es un absoluto que no debe temer el justo pues este no sabrá nada sobre la muerte.  

Desdichados aquellos que son injustos; tienen falsas amistades; el deseo, los domina; la ambición, los vuelve locos; la mentira, su mejor arma; la violencia, su forma de expresión. Ellos están destinados al fracaso individual y colectivo. Nunca conocerán ni entenderán la amistad. Morirán siendo enemigos de si mismos, y lastimosamente, no se darán cuenta de ello, aun y cuando la muerte toque a su puerta, porque el llanto será a causa del miedo y no producto de una reflexión concienzuda. Solo el justo conocerá la verdadera amistad: buscará a sus iguales y sabrá reconocerlos porque quién se conoce, conoce a los demás. El justo no pedirá amor a los otros, pues ya se sabe amado por el mismo.

El inmortal

La herida madura sigilosamente, adormeciéndome, casi sin ver; el gato maúlla por la palidez del potencial ente que se gesta en mi cuerpo filiforme. Aristóteles sigue con la palma de su mano hacia abajo, en la pintura, abre la tierra, el fuego expulsa demonios, los míos. Platón que ya no señala, el dedo índice se ha borrado, no hay cielo, no hay más allá, el paraíso se lo robó Dante. Pecado, mi perro, lame la herida salada, su hocico bañado en mí, me aterra. Escucho pasos, rodean al moribundo, al que se refleja en el espejo con un agujero en el pecho. De la recamara salen dos tipos, armados, se detienen ante mí que ya babeo como animal bajo el influjo de anestesia. Dicen que dónde tengo el resto del dinero que les robé, pero si pudiese hablar les diría que no me acuerdo, pero mi lengua esta torcida, hecha piedra. Espero que toda mi vida pase en un momento, pero ese momento no llega y ya tengo a Satanás hecho metal listo para incrustarse en mí frente. No vale la pena arrepentirse ya de todos los muertos que he cargado y acumulado por años: me sé demonio. Escupo mi último suspiro en el rostro del que me disparó en el torso. De pronto todo mi cuerpo se acalambra y se  sacude por el golpe fortísimo que recibí en la cabeza; no siento nada, veo pies que se alejan y salen por la puerta de entrada del departamento. Ya la muerte me acaricia y cierro los ojos. 
Despierto y camino despacio hacia el ventanal, veo a mis verdugos subiendo a un auto, y me excito, gruño, rebuzno; el gato sale corriendo despavorido, el perro chilla, la madera truena; salto por la ventana, sin ruido; subo al auto de los matones, me pongo cómodo en la parte de atrás, los saboreo, no puedo contener la risa de nervios, me escuchan y se vuelven hacia a mí, aterrados…


Te beso en un recuerdo difuminado

Eres un recuerdo tan vago; incapaz de formarte en mi memoria. Tu rostro no termina por ser claro, como si fueses un ente difuminado. Unos ojos que no acaban por dar color. Pestañas que sobresalen por su negrura; tu boca la recuerdo vagamente: dos líneas muy delgadas hacían de labios, tu nariz es tu rostro y el cabello castaño termina por cubrir tu recuerdo. Lo lacio de tu cabellera se me presenta de espaldas a mi mirada, a mis ojos que te contemplan cuidadosamente, no saben si fuiste real, no saben si eres lo que en verdad decías ser. Tu nombre aparece sobre tu cabeza y por eso te reconozco y entiendo que el daño esta hecho, pero quiero recodar los buenos momentos, aunque en mi infortunio, solamente te encuentro en la indiferencia de tus actos, y es como si lo hicieses a propósito, como si con ello tu recuerdo se perdiera entre otros. Después, juego a las palabras y trato de resolver el crucigrama. Deseo encontrar en mi memoria, las respuestas que tu falsedad se ha negado a develarme. Escucho el ruido de los hielos cayendo en el vaso que espera el whisky. Me vuelvo hacia ti y veo tu figura degradada en colores pasionales; miro como tu lengua se asoma divertida, bromista, seductora. Lo mio es rememorarte en partes, y trato de armarte para generar a una mujer que sé que eres pero al construirte en la habitación de mi memoria solamente se atisban partes de un cuepo bello que es el tuyo: te quedas en eso, en partes. Eres el remanente de una figura quebrada al choque con mi anhelo de verte. Y me esfuerzo en dibujarte desde los pies, pero tus palabras me desvían; una digresión a lo que pudo ser: tu y yo tomados de la mano caminando por algún bulevar y te beso, beso el recuerdo de tus labios, paso estos sobre el contorno de los tuyos, ahí se forman, se detallan, se estilizan, y es acercarme y sentir como contienes la respiración, lo esperas porque me atraes hacia ti, pero justo cuando te siento cercana a mi boca, las dunas carnosas que tienes por labios se achican, se esconden, se refugian en tu misterio; en el misterio aún no develado del porqué de tu indiferencia.
Me quedo en la despedida, ahí me estanco y no quiero irme. No quiero subirme al tren. Quisiera regresar y tomarte de la mano y no dejarte ir, y darte los besos que deseabas en tu interior, pero ni en mi memoria lo logro, ni en lo onírico te logro. Es magia el no poder dar luz a tu rostro; es un hechizo maléfico; es arte oscura el no poder besarte ni en un sueño. Y el tren parte conmigo, lamentando lo que dejé de hacer. Sabedor de los errores cometidos pero creyendo que no seria la última vez que te vería. Ahora la nostalgia me abofetea y me muestra que por confiado, ingenuo, poco previsor, te he perdido en la remembranza inconexa de esa tarde. Estoy impedido de regresar el tiempo, ni tu partida se sostiene en mi mente: ha sido erosionada de mi interior afligido. El último adiós fue un beso, frio de parte mía y así de fría fue tu despedida; despedida sin palabras, palabras que se quedaron anudadas en tu garganta y en la mía.

Es el adiós este recuerdo vago que no termina por serlo, esta búsqueda de un por qué, aunque la respuesta es tacita: es todo y nada, es lo que pudo ser y lo que no fue, es el infierno y el cielo, es mi boca y tu boca y nuestros cuerpos deseándonos, pero a fin de cuentas no fue nada, y ahora, bajo del tren y me pierdo en la multitud que nada sabe de nosotros.


JUAN MIRELES
Estado de México. México. Escritor y Editor. Director-Editor de la revista literaria independiente Monolito.
Le han sido publicados 3 relatos en la edición número 35 de la revista española Palabras Diversas.
Soy Miembro Fundador del club de escritores: http://palabrasobrepalabra.es/teniendo 2 textos seleccionados para ser integrados en una antología que saldrá a finales de año en España.
Publico relatos, microrrelato y poemas en http://www.mundopalabras.es/donde se han seleccionado algunos de mis textos para ser agregados en una antología que se editará próximamente en España.
Colaboro para  http://www.laplumaafilada.es/página web española con tintes de revista.
Soy Miembro de la página http://www.bookad.co/publicando textos periódicamente.
Miembro de la Red Mundial de Escritores en Español.
Tengo una sección llamada: Cuentos que me cuento en http://www.laplumaafilada.es/sección que se me ofreció meses atrás.

Desde hace aproximadamente 9 años escribo. He descubierto los distintos géneros literarios de forma natural; comencé escribiendo historietas, pequeños ensayos sobre lo que en ese momento entendía sobre la vida, basándome en la filosofía de Platón. Poco tiempo después escribí una novela gráfica muy influenciado por Frank Miller, novela ya desaparecida. Así seguí, alternando mis actividades laborales que nada tienen que ver con la literatura, estudiando en distintos talleres: redacción, ortografía, para mejorar mis textos e ir creando mi propio estilo literario. Todo esto lo veía como un hobby, nunca pensé en intentar si quiera dedicarme a escribir o a querer ser escritor, todo se fue dando de manera natural. Pero cuando realmente se me abrió otro panorama, fue al leer los fantásticos relatos de Edgar Allan Poe y Julio Cortázar. Leer sus relatos fue sumergirme en un mundo que para mí había pasado desapercibido, fue el despertar de mi vocación: el escribir.Después de ese momento no he parado de escribir, y por fin después de ensayos borrados en un parpadeo, de novelas olvidadas, de poemas que deambulan en el dédalo vertiginoso de los concursos literarios, he encontrado un estilo propio.

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