Héctor Alfonso
Rodríguez Aguilar
Para los que gustamos de las letras, el pasado viernes en la madrugada en un
noticiera matutino de una estación de radio de la ciudad de México, me enteré
de la muerte de un importante miembro de la
conocida generación de escritores que ha sido llamada de “la Onda”, se
trata de Gustavo Sainz (1940-2015).
Este escritor formó parte de aquella generación de jóvenes escritores
mexicanos sesenteros, que les dio por escribir de una manera jovial con una
frescura en su estilo propio de los chavos de aquella época.
En su escritura aquellos jóvenes reflejaban las vivencias y los
acontecimientos trascendentes de los años que vivían de la década de los
sesenta, caracterizada por rupturas y trasformaciones sociales; de los
movimientos y protestas estudiantiles reivindicando democracia y mejores
condiciones sociales en varias ciudades del mundo. Aquí en México con los
acontecimientos del fatídico 2 de octubre de 1968, y de la Olimpiada en nuestro
país.
Era un decenio de soñadores y momento de caballos largos y faldas cortas,
telenovelas e historietas (comics); de la llegada del hombre a la luna; de la
aparición de la pastilla anticonceptiva; del encuentro de obispos de la Iglesia
en el Concilio vaticano II; de la
experiencia amarga para Estados Unidos por la guerra de Vietnam; de la
revolución cultural en china por parte de Mao; de la guerra de los seis días
por parte de Israel en contra de algunos países árabes; de los magnicidios de
Martín Luther King y John F. Kennedy y de la ejecución de Ernesto “Che”
Guevara; de la invasión de Bahía de Cochinos en Cuba, y de los crisis de los
misiles atómicos por parte de Estados Unidos, la isla caribeña y la URSS; la confrontación de las dos súper potencias
en la guerra fría; de la conferencia episcopal de América Latina en Medellín,
Colombia; del surgimiento de la Teología de la Liberación; de la irrupción del arte
pop y de la ruptura con el arte elitista y de la festividad musical de
Woodstock; el movimiento Hippie con su lema de “amor y paz” y del uso de la
marihuana.
Los principales representantes de esta generación narrativa fueron: José
Agustín que surge con su novela “La tumba”, Parménides García Saldaña y su
famosa obra “Pasto verde” y Gustavo Sainz con su libro “Gazapo”. Dentro de esta trilogía de generación de “la
literatura de la Onda” también podrían incluirse por la similitud de temáticas y de sus edades
los nombres de Gabriel Careaga, Luis Guillermo Piazza y René Avilés Fabila.
Gustavo Sainz además de su novela de Gazapo, escribió otras obras como “La
Princesa del palacio de hierro” (1974), que según algunos críticos es su mejor
novela y obra literaria, misma con la cual se hizo acreedor al premio de
literatura mexicana Xavier Villaurrutia uno de los más importantes del país
para los narradores.
En la amistad que tuve con el sociólogo Gabriel Careaga Medina, amigo y
colega de Sainz, en uno de muchos encuentros que tuvimos en alguno de los
Samborn´s, por allá por el año de 1995 en la capital de la república mexicana.
Me comentó de su amistad con Gustavo, y como le había tocado asistir con él a
una edición de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara, y de un viaje
que habían realizado a la ciudad de Colima. Así mismo Careaga me hablaba de la
última novela de Sainz que le parecía muy extraña dado que es una novela
innovadora que utiliza como recurso narrativo la interrogante, dado que
absolutamente toda la novela es una serie de preguntas una tras de otra. Esa
novela lleva por título: “La muchacha que tenía la culpa de todo” (1996).
Para mi fortuna y como anécdota, en una ocasión que asistí a una de las
ediciones de la Fil o Feria Internacional de Libro en la capital tapatía, me
tocó a medio día según mi costumbre salir a comer fuera del recinto librero.
Dado que no me gustaba alimentarme dentro de la fil por los altos costos o
porque siempre hay mucha gente en su zona gastronómica. Pues al salir y tomando
ya el rumbo por la avenida Mariano Otero con dirección a la Plaza del Sol,
cuando de pronto veo que viene de regreso a la expo, un señor de tez morena con
algunas arrugas propias de la edad de cierta madurez, sin llegar aún a la vejez. Su barba y pelo cortos y canos. Su dentadura tenía incrustaciones metálicas
propias de los puentes dentales o placa. Vestía ropa informal de mezclilla. Pues
bien, al fijarme en el deambulante se trataba de Gustavo Sainz, que pasaba
desapercibido en su caminata entre los demás transeúntes. Le hable por su
nombre y lo saludé. Al darse cuenta que lo había reconocido, se paro porque yo
ya estaba de frente, y me presenté por mi nombre, le dije que era de Ciudad
Guzmán de la tierra donde había nacido otro literato Juan José Arreola.
Y para reforzar su confianza y
sentirme más seguro, le comenté que conocía y tenía como amigo a Gabriel
Careaga, y que cuando lo visitaba o le veía me hablaba de él. Ya con esa
observación, él también se sintió con mayor familiaridad. Recuerdo que me dijo,
que no había visto ya a Gabriel y que él vivía en Indiana, Estados Unidos. Eso
lo sabía porque Careaga me había dicho que trabajaba como profesor en la
Universidad de Indiana. Así mismo como otros colegas literatos o escritores
mexicanos, que habían emigrado a las universidades norteamericanas como una
opción profesional o de desarrollo y así ampliar sus horizontes. De esa manera,
se había hecho más o menos una constante por los años setenta el que esas
instituciones abrieran sus puertas para los intelectuales mexicanos, entre esa
lista ahora recuerdo: Luis Arturo Ramos, Sara Poot Herrera, Jorge G. Castañeda
y también como conferencistas o profesores invitados habían estado: Carlos
Fuentes, Octavio Paz, Emmanuel Carballo y el propio Juan José Arreola.
Con la muerte de Gustavo Sainz, nos invita a regresar a la lectura o
relectura de su obra. Sea este pilar (Gustavo Sainz) representativo de aquella
generación de jóvenes escritores llamado de “la literatura de la Onda”, que
descanse en paz.
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