Ricardo
Sigala
La
autora. Grace Licea nació a mediados de los años setenta en Colima. Ella ha
declarado que toda la vida ha estado vinculada con la poesía, derivado de ello
ha participado en los talleres literarios de Verónica Zamora, Efrén Rodríguez y
Efraín Bartolomé, entre otros. Ha tenido participación en diversos festivales
de poesía, ha sido una escritora transvolcánica; poemas suyos se incluyen en la
antología Bailando sin sostén, de Krishna Naranjo.
Azules versos negros es el primer
libro de Grace Licea, y en el título el volumen se define a sí mismo. El verso
es el protagonista, un verso que se arropa en una sensibilidad cuidada y en una
experiencia anecdótica que humaniza el trabajo poético. Los poemas se refieren
tanto a situaciones positivas como adversas, quizás de ahí la oscilación entre
en azul y el negro, siempre matizados por la palabra más o menos homogénea de
la poeta colimense. El título nos augura
una poesía visual, el sentido de la vista como escenario y recurso para la
manifestación de los contenidos, como si los sentidos de la poeta se
transmutaran en mirada y una gama de colores, del azul, quizás luminoso
modernista o melancólico, al negro,
noche y ausencia.
Grace Licea, en estos poemas es
“la mujer que se apropió del paisaje”. El paisaje cumple un papel importante,
tanto en lo que se refiere a la construcción de atmósferas como a estados
internos. La naturaleza luminosa de Colima también ocupa un lugar en las
imágenes, se habla de “manos fibrosas como el coco”, ojos tan profundos
“como la luz que tiene las frutas
tropicales”, la lluvia que “simula
volver líquidas las estrellas”, o el fuerte abrazo a la noche.
En sus veintidós poemas, Azules
versos negros es libro de la memoria, la reminiscencia que convoca la infancia
en el campo, un viejo potrero y la lluvia que lo evoca, las mujeres de la casa
y las que lavan en el río a mediodía, un recuerdo del jardín escolar, el deseo
ingenuo y puro de la adolescencia. La memoria es la patria en se asientan la
mayor parte de los poemas del libro.
Este breve volumen también es un
recuento familiar, una retrospectiva del pasado que nos va construyendo con sus
negros y azules. La materia de que se construye la realidad del poema es la de la
familia. El libro abre con el poema titulado “Un niño”, el principio del poema como el principio de la vida y viceversa. En
este poema asistimos a un parto, que Licea dibuja como “una violeta masculina
inundando el quirófano”. El tema del hijo volverá más tarde en el poema “Cuando
lo soñé”, o en un verso circunstancial en que un hijo vuela un papalote.
La genealogía continúa con una tía
entrañable, fuerte y amurallada, que se muere sola; el padre y su retrato dado
a guardar como único testimonio de su existencia, ese otro diálogo transparente
y poderoso que es el poema “Padre”: “Y una mañana el espanto / te obliga a
abandonar el confortable hogar (…) Padre / yo también soy joven y soltera /
sólo que no tengo tus fuerzas / ni tus alas de águila “. Están además las mujeres
de la casa que lavaban en el río y amamantaban niños. Hay también el
distanciamiento con el padre, con el hermano, con la poeta misma. En “Mi
hermano no me habla”, el hermano “sigiloso y prudente / el mejor hijo de mis
padres”, ese modelo de comportamiento se constituye como la antítesis de la
poeta que tomado decisiones.
La
mujer que subyace en la poeta asoma entre los versos. El poema titulado
“Absolutamente he dicho no” es una declaración de principios, alejándose de
clichés sociales y aferrándose al derecho a la soledad, afirma: “Absolutamente
he dicho no / a la compañía de nadie / al cine en un día soleado”. “Me he amado rigurosamente / bajo la sombra
de una muerte retardada. / Y la vida que injurié / me conmueve”. Casi al final
del poema se pone a “esperar a que regrese el día lluvioso / la tormenta el huracán”.
Este mismo tenor aparece en “Yo soy mujer de principios” una mujer que se burla de muerte, la
portadora de “la geométrica música del adiós”, la mujer soportando hasta hoy la
ignominia.
Sus
posiciones en torno a los roles femeninos se asientan en el diálogo que
establecen los poemas “La mujeres de mi
casa” y “Mujeres de mediodía”, si en el primero la descripción de esas mujeres
lleva a la “plenitud”, en el segundo crea una distancia, entrañable pero
distancia al fin, entre las mujeres de su casa
y ella: “La mujeres de mi casa / miran el tren y lo despiden / Yo todos
los días / me voy con el tren de ninguna hora”. No es extraño que en el poema
final el hogar se defina como “hermosa jaula donde cantas siempre”.
La obra de Licea es una suma de
lo que se mencionado y otros tópicos que aguardan al lector: la reafirmación
del amor y sus cenizas, la voz antigua que habla de la nostalgia de alguien,
una corona funeraria con una cosecha de música de ruiseñores, o el recuerdo de
los muertos que “se abren igual que una rosa banca”. Una suma de intuición,
sentido de la imagen, inesperados hallazgos y un oficio en construcción
constituyen algunos de los rasgos de la obra de Grace Licea, su identidad es la
de la aspiración poética.
De
Grace Licea, Óscar Robles escribió en su blog: “su
personalidad taciturna, su tono asequible, su amabilidad, sus poemas de buena
factura, su postura definida, parecen ser buenos atisbos para una voz
interesante.”
En el prólogo el libro Raúl Bañuelos escribió:“Azules versos negros (…) tiene
muy intensos momentos, plenos de plasticidad y belleza”. “las (…) referencias a
la naturaleza conmueven profundamente a la perfección. Y se agrupan de manera
hermosa (“certera y palpitante”) en el corazón del poema y del lector.”
Azules versos negros fue editado
en 2014 por la colimense Monte Venus ediciones, dirigida por la poeta Verónica
Zamora; la portada incluye un grabado de Rafael Mesina y un prólogo del poeta
Raúl Bañuelos.
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