jueves, 17 de septiembre de 2015

Azules versos negros de Grace Licea

Ricardo Sigala


La autora. Grace Licea nació a mediados de los años setenta en Colima. Ella ha declarado que toda la vida ha estado vinculada con la poesía, derivado de ello ha participado en los talleres literarios de Verónica Zamora, Efrén Rodríguez y Efraín Bartolomé, entre otros. Ha tenido participación en diversos festivales de poesía, ha sido una escritora transvolcánica; poemas suyos se incluyen en la antología Bailando sin sostén, de Krishna Naranjo.



Azules versos negros es el primer libro de Grace Licea, y en el título el volumen se define a sí mismo. El verso es el protagonista, un verso que se arropa en una sensibilidad cuidada y en una experiencia anecdótica que humaniza el trabajo poético. Los poemas se refieren tanto a situaciones positivas como adversas, quizás de ahí la oscilación entre en azul y el negro, siempre matizados por la palabra más o menos homogénea de la poeta colimense.  El título nos augura una poesía visual, el sentido de la vista como escenario y recurso para la manifestación de los contenidos, como si los sentidos de la poeta se transmutaran en mirada y una gama de colores, del azul, quizás luminoso modernista o melancólico,  al negro, noche y ausencia.

Grace Licea, en estos poemas es “la mujer que se apropió del paisaje”. El paisaje cumple un papel importante, tanto en lo que se refiere a la construcción de atmósferas como a estados internos. La naturaleza luminosa de Colima también ocupa un lugar en las imágenes, se habla de “manos fibrosas como el coco”, ojos tan profundos “como  la luz que tiene las frutas tropicales”,  la lluvia que “simula volver líquidas las estrellas”, o el fuerte abrazo a la noche.

En sus veintidós poemas, Azules versos negros es libro de la memoria, la reminiscencia que convoca la infancia en el campo, un viejo potrero y la lluvia que lo evoca, las mujeres de la casa y las que lavan en el río a mediodía, un recuerdo del jardín escolar, el deseo ingenuo y puro de la adolescencia. La memoria es la patria en se asientan la mayor parte de los poemas del libro.

Este breve volumen también es un recuento familiar, una retrospectiva del pasado que nos va construyendo con sus negros y azules. La materia de que se construye la realidad del poema es la de la familia. El libro abre con el poema titulado “Un niño”, el principio del poema  como el principio de la vida y viceversa. En este poema asistimos a un parto, que Licea dibuja como “una violeta masculina inundando el quirófano”. El tema del hijo volverá más tarde en el poema “Cuando lo soñé”, o en un verso circunstancial en que un hijo vuela un papalote. 

            La genealogía continúa con una tía entrañable, fuerte y amurallada, que se muere sola; el padre y su retrato dado a guardar como único testimonio de su existencia, ese otro diálogo transparente y poderoso que es el poema “Padre”: “Y una mañana el espanto / te obliga a abandonar el confortable hogar (…) Padre / yo también soy joven y soltera / sólo que no tengo tus fuerzas / ni tus alas de águila “. Están además las mujeres de la casa que lavaban en el río y amamantaban niños. Hay también el distanciamiento con el padre, con el hermano, con la poeta misma. En “Mi hermano no me habla”, el hermano “sigiloso y prudente / el mejor hijo de mis padres”, ese modelo de comportamiento se constituye como la antítesis de la poeta que tomado decisiones.
           
La mujer que subyace en la poeta asoma entre los versos. El poema titulado “Absolutamente he dicho no” es una declaración de principios, alejándose de clichés sociales y aferrándose al derecho a la soledad, afirma: “Absolutamente he dicho no / a la compañía de nadie / al cine en un día soleado”.  “Me he amado rigurosamente / bajo la sombra de una muerte retardada. / Y la vida que injurié / me conmueve”. Casi al final del poema se pone a “esperar a que regrese el día lluvioso / la tormenta  el huracán”.  Este mismo tenor aparece en “Yo soy mujer de principios”  una mujer que se burla de muerte, la portadora de “la geométrica música del adiós”, la mujer soportando hasta hoy la ignominia.
Sus posiciones en torno a los roles femeninos se asientan en el diálogo que establecen los poemas  “La mujeres de mi casa” y “Mujeres de mediodía”, si en el primero la descripción de esas mujeres lleva a la “plenitud”, en el segundo crea una distancia, entrañable pero distancia al fin, entre las mujeres de su casa  y ella: “La mujeres de mi casa / miran el tren y lo despiden / Yo todos los días / me voy con el tren de ninguna hora”. No es extraño que en el poema final el hogar se defina como “hermosa jaula donde cantas siempre”.
           
La obra de Licea es una suma de lo que se mencionado y otros tópicos que aguardan al lector: la reafirmación del amor y sus cenizas, la voz antigua que habla de la nostalgia de alguien, una corona funeraria con una cosecha de música de ruiseñores, o el recuerdo de los muertos que “se abren igual que una rosa banca”. Una suma de intuición, sentido de la imagen, inesperados hallazgos y un oficio en construcción constituyen algunos de los rasgos de la obra de Grace Licea, su identidad es la de la aspiración poética.
De Grace Licea, Óscar Robles escribió en su blog: “su personalidad taciturna, su tono asequible, su amabilidad, sus poemas de buena factura, su postura definida, parecen ser buenos atisbos para una voz interesante.” En el prólogo el libro Raúl Bañuelos escribió:“Azules versos negros (…) tiene muy intensos momentos, plenos de plasticidad y belleza”. “las (…) referencias a la naturaleza conmueven profundamente a la perfección. Y se agrupan de manera hermosa (“certera y palpitante”) en el corazón del poema y del lector.”

Azules versos negros fue editado en 2014 por la colimense Monte Venus ediciones, dirigida por la poeta Verónica Zamora; la portada incluye un grabado de Rafael Mesina y un prólogo del poeta Raúl Bañuelos.










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