Jesús
Vargas
La premisa con
la que cualquier lector debe acercarse a la literatura de Vila Matas es: saber
que el escritor español no se aviene con una escritura canónica. Suele decirse
–dentro de la crítica literaria– que en Latinoamérica el escritor precisa ser
anticanónico; o, entre otras acepciones de lo anterior, subversivo ante la literatura
de su contemporaneidad. Quizás excéntrico, palabra con la que Sergio Pitol
definió a Enrique Vila Matas cuando este último preguntó la razón por la que su
obra era bien recibida por los lectores de nuestro país. Y es cierto, Pitol no
erraba. Vila Matas es un escritor raro, inclasificable, extrañamiento que
–quizá– le ha otorgado prestigio en nuestro continente y, al mismo tiempo,
desprecio en su país.
Enrique Vila
Matas –el más latinoamericano de los escritores españoles– nació en Barcelona
en 1948. Se autoexilio, durante su juventud, del régimen franquista –imperante
por aquel entonces en España– y del hogar familiar, motivado con la ilusión de
convertirse en escritor. Viajó a Francia –según la costumbre literaria de esa
época– y se hospedó, a causa de uno de esos ”azares de la literatura” que tanto
asombraron a Juan Rulfo, en una propiedad de la eximia escritora francesa Marguerite
Duras. Su obra, traducida a 29 idiomas, ha consistido en mayor medida de
novelas, cuentos y ensayos. Inauguró su carrera con “Mujer en el espejo
contemplando el paisaje” (1973), después publicó “La asesina ilustrada” (1977)
y más tarde “El viaje vertical” (novela ganadora del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos). En 2002 su obra “El mal de Montano” –novela de
investigación conformada por obsesos de literatura, sistema a la inversa de
“Bartleby y compañía” (2001) en donde los protagonistas son escritores con la característica
de negarse a seguir escribiendo– recibió el Premio Herralde de Novela. En su
haber literario constan más de una treintena de libros. Seis de ellos,
volúmenes de cuentos. Entre los cuales destaca “Suicidios Ejemplares” donde,
como el título indica, el leit motiv que da unidad al libro es el suicidio.
“La literatura
no enseña medios prácticos sino posiciones” dice Vila Matas cuando se le
pregunta sobre el objetivo –según su concepción– de la literatura. “Al escritor
sólo le queda narrar las historias que nos rodean desde un punto de vista muy
personal” y este quizá sea el motivo por el cual en su obra –casi siempre
contada en primera persona– nos regala una visión particular –cargada de
ironía, imaginación y libertad– del mundo. “Suicidios Ejemplares” es una
evidencia de lo anterior. Rosa Schwarzer
vuelve a la vida, narra la historia de una gris dependienta de museo que un
día cualquiera comienza a escuchar –proveniente de una pintura– cierto sonido
de invitación al país de los suicidas; Las noches del Iris Negro, relato
magistral desde el punto de vista estructural, relata la relación amorosa entre
un hombre recién divorciado y una joven desahuciada durante su estancia en una
urbe –Port del Vent– donde una misteriosa secta de filósofos –con vocación
estoica– ha fraguado, en complicidad y desde tiempos remotos, un plan para
quitarse la vida periódicamente, de acuerdo a fechas prefijadas; El arte de desaparecer, nos muestra como
un tímido escritor –una especie de alter
ego– intenta –pero no lo consigue y esto conlleva un desenlace indeseado–
evitar que su obra literaria salga a la luz debido a las miserias de su
“especie de interminable y falsificado chisme sobre mí mismo”; o sea, sus
escritos. Cabe decir que en este cuento el autor imagina una ciudad inexistente
–recurrente en su narrativa– llamada Umbertha. La atmósfera de indiferencia
ante la muerte de algunos de los seres que deambulan estas páginas provoca una
sensación inquietante en el lector. Por otra parte, la ardua reflexión de otros
incita a pensar en la faceta intelectual de este fenómeno tan temido y mal visto
–y a la vez tan poco analizado– por sus ingenuos acusadores. El narrador –en un
acto inteligente– no emite juicios, aunque el tema es peligroso, sino que
delega esa labor al lector. Desconsuelo, vidas indignas y, en algunos relatos,
vidas superficialmente exitosas que osan dejar de ser, son varios de los
componentes de este gran libro de cuentos.
En la escritura
de Vila Matas, la división entre vida y literatura, entre realidad y ficción se
ha eliminado. Nos movemos libremente en cada uno de los espacios, más que
confundidos, divertidos y estimulados. Este acierto, aunado a otras tantas
virtudes en su obra, le ha granjeado el merecido reconocimiento –dado sus
muchos premios, como el reciente Premio FIL por su obra completa– del que
actualmente goza. Esperemos y Vila Matas, no deje de publicar –emulando a sus bartlebys–
ni, mucho menos, tome la trágica o, a veces, salvadora decisión de los
personajes de este libro.
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