martes, 1 de septiembre de 2015

Fray Antonio de Aguilar. “Nunca más grande que cuando nació tal águila en su solar”

Jorge Mauricio Barajas


Diego Fernando de Aguilar del Rivero Sáyago, franciscano, misionero, orador consumado,  nació el 30 de mayo de 1718 en Zapotlán el Grande. Hijo de don Sebastián de Aguilar y de doña Antonio del Rivero y Sáyago “calificados por la nobleza de su sangre y acreditados por la honradez y bondad de cristiana conducta”. Aprendió las primeras letras en su pueblo natal. Enviado por sus padres a la población de Sayula para aprender gramática en el Convento Franciscano, vivió en casa de un noble español, donde se le presentó su vocación religiosa. A los 17 años ingresó al Convento de San Francisco de la Ciudad de Guadalajara, donde profesaría como franciscano y cambiaría su nombre por el de Antonio, con el que sería conocido posteriormente.
 

Repartía su tiempo en la cátedra y el púlpito, según nos refiere el Maestro Salvador Reynoso Reynoso, en un artículo publicado por la UNAM, en el Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, destacando sobremanera en ambos ámbitos por su sabiduría, elocuencia y santidad, así como en la atención y cuidado de los pobres y los indígenas, por los que tenía especial predilección. Después de ocupar el puesto de Custodio de la Provincia, fue mandado a Roma al Capítulo General de la Orden como representante de la misma. Viajó por Europa durante cinco años, caminando siempre a pie, descollando en todas partes por su humildad, santa vida e infinita caridad.

A su regreso a la Nueva Galicia determinó entregarse a la ardua tarea de la conversión de los indios. Moraba en el Convento Franciscano de Amacueca cuando recibió la aceptación para misionar en Coahuila. Salió de Zacoalco el 6 de marzo de 1755, acompañado por Fray Francisco Solano y un burro cargado con paramentos para el culto. Recorrió el camino hasta Coahuila entrando por Texas totalmente a pie y descalzo a donde llegó el 21 de mayo de 1755.

En carta a Fray Juan Vecino Provincial de Xalisco, de 28 de mayo de 1755, Fray Antonio de Aguilar aseguraba haber encontrado la tierra sosegada y en paz, por lo que el Gobernador de la Intendencia de Coahuila y Tejas,  Miguel de Sesma le autorizó la entrada a la región de la comarca de “los salineros”. Se instaló en la Misión de San Fernando de Austria, en Coahuila, desde donde salió a predicar y a convertir a los “apaches”, que habitaban en el interior de la Provincia. Estuvo en la Misión del Dulcísimo Nombre de Jesús de Peyotes, asistida por Fray Juan Rubio de Monroy, fundador de San Fernando, en todas sus empresas mucha ayuda obtuvo del Teniente del destacamento de la región, gracias a ello pudo llegar al Rio Grande del Norte, predicando a cerca de dos mil “de arco y flecha”.

Los copiosos frutos que recogía Fray Antonio de Aguilar, despertaron el celo de los misioneros del Colegio de la Santa Cruz de Querétaro, originando una controversia por la jurisdicción del lugar de conversión. Cartas fueron y vinieron entre los Provinciales de Querétaro y Xalisco, y fue el Gobernador Miguel de Sesma quien resolvió el predicamento a favor de Fray Antonio de Aguilar. Nueve años duró la labor evangelizadora del hijo de Zapotlán, en 1764 se le ordenó regresar al Convento de San Francisco en Guadalajara, para ser enviado a España como Procurador de la Orden. Regresó como fue, a pie y descalzo.

Se estableció en Madrid para arreglar los asuntos y litigios de su Provincia. Logró entrevistarse con Carlos III, de quien logró favores para su orden. Cargado de méritos y bien ganada fama de sabio y santo, murió en Madrid, después de una enfermedad de ocho días, el 12 de julio de 1781. Fue sepultado en el Convento de San Francisco de Madrid.

El 5 de abril de 1782 el Provincial Fray Miguel María de Valcárcel, recibió la noticia de la muerte de Fray Antonio de Aguilar, todos los conventos de la Provincia celebraron honras fúnebres, sobresaliendo las realizadas en el Convento de San Francisco de la Nueva Galicia.

Existe el impreso original de las honras fúnebres del hijo esclarecido de Zapotlán el Grande, deliciosa muestra de la literatura colonial, con todo el estilo de la época. El Maestro José Cornejo Franco, lo recoge y da a conocer en su “Por la calle de San Francisco”. “Se describe el funeral (de Fray Antonio de Aguilar) bajo el símbolo de LLANTO y CANTO DE LAS AVES: Aguilar, si se le quita la R, que denota error, quedará sin él, el nombre de AGUILA, y esa es ahora el renombre de nuestro Fray Diego Antonio, cuya concertada vida borró la R, porque no pudo caber error en Varón que conquistó su nombre y renombre con los aciertos heroicos de sus virtudes”. Y añade el autor de las exequias, que “en algunas exequias se oyó el llanto de las Estrellas, en otras el de Flora, vistiéndose las virtudes de Flores, y ya de Luceros. Desnuda pusieron los griegos a la virtud llorosa mezandose los cabellos en el Sepulcro de Ayax, y en el de los Macabeos se levantaron siete virtudes en otros tantos Pyramides…”

El Convento Franciscano de Guadalajara se volcó en homenajes póstumos a uno de sus más grandes moradores, el día 25 de septiembre de 1782 por la tarde se celebró la solemne misa, duró cuatro horas el pomposo y solemne acto. Después del responso siguió la Oración Fúnebre latina que dirigió Fray José Manuel Andrade, con sentida energía y viveza. Al día siguiente se cantó la Misa y después del REQUIESCAT IN PACE, subió al pulpito Fray Juan José Aguilar, lector jubilado, examinador sinodal, definidor, ex Ministro Provincial de la Provincia de Santiago de Xalisco. El predicó el sermón fúnebre. Finalmente el autor de las honras fúnebres dedica el siguiente poema:

Padres Andrade y Aguilar
Dios os perdone por tanto,
Que al compás de un dulce canto
Nos habéis hecho llorar
Vuestro orar y predicar
Fue de arte tan soberano
Que al Pastor, y al Cortesano
Al oír de Aguilar el fin,
Hizo cantar en latín
Y llorar en castellano.

Al poco tiempo s inició el proceso de beatificación de tan insigne franciscano.







                       



















                       




















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