Ricardo
Sigala
El 21 de septiembre se trasladaron a la Rotonda de los jaliscienses
ilustres los llamados “restos mortales” de Juan José Arreola. Los actos
protocolarios no dejaron pasar la oportunidad para poner en juego ese viejo
mecanismo en que los políticos se ubican a sí mismos en primer plano con el
supuesto objetivo de homenajear a alguien que casi siempre queda desterrado en
calidad de ruido de fondo. Eso es normal. Algo también normal fueron los
desatinos en las declaraciones y los discursos.
No señores, Arreola no es equivalente ni del tequila ni del mariachi, se
trató siempre de un ciudadano, y esta cosificación discursiva, este desliz
lingüístico, desde luego que habla mucho del sentido que tienen para los
políticos estos homenajes. Pero quizás el disparate más generalizado que se
dijo y se escribió, y aquí se incluyen sociedad en general, periodistas,
escritores e intelectuales, fue que estábamos asistiendo a un gran logro de
Juan José Arreola y que era objeto de una gran dignidad.
Disiento de esta
declaración. Para comenzar, Arreola es un jalisciense ilustre desde hace varias
décadas, desde que a mediados del siglo XX comenzaron a aparecer sus libros que
con paciencia y constancia fueron sorprendiendo a propios y extraños, por la
autenticidad de su palabra, su agudeza mental, su humor a veces dolorido, su
imaginación prodigiosa y su deslumbrante inteligencia. El autor de Confabulario
arribó a las más altas cumbres de la
literatura de su tiempo, y por si fuera poco se dedicó a hacer una encomiable
tarea de formación de escritores y de lectores. Se equivocan los que piensan
que un decreto de los legisladores lo ha convertido en ilustre, ¿el logro de
Arreola fue que lo declararan un jalisciense ilustre? La respuesta es no, de
eso se encargó él mismo y lo dejaron claro personalidades de la talla de Borges
y Cortázar que escribieron páginas de admiración y reconocimiento para nuestro
hombre de letras.
El otro punto
controversial es considerar también un homenaje yacer en la rotonda de los
jaliscienses ilustres. No niego que no lo sea, sin embargo en la rotonda hay casi cien personajes, de los cuales muchos son “ilustres”, entre comillas, un
porcentaje altísimo resultan totalmente desconocidos, ni quiera la Wikipedia
cuenta con estradas para sus nombres.
Aún más, existen ahí restos de personas que tienen un rastro de sangre
en su haber, otros que representan los
momentos más oscuros del sindicalismo charro y la corrupción (todos
casos de persona ilustre por decreto de los legisladores, no por sus
obras). Afortunadamente también se
encuentran grandes individuos que por su innegable trayectoria artística,
científica o política dignifican el sitio, muchos de éstos seguro pueblan el Nobile Castello al que arriba Arreola.
Ustedes conocen esos nombres.
Con esta circunstancia es un hecho que la presencia de Juan José Arreola,
este jalisciense, ilustre por sus méritos y no por un decreto, se convierte en
un gran logro para la dignificación de la Rotonda de los Jaliscienses ilustres,
y desde luego un logro de los políticos
que no dejaron pasar la oportunidad tomarse la selfie para el face,
mientras que años atrás Arreola ya se había tomado esa foto para la historia.
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