José Luis Vivar
Hace apenas unos días en la Casa del
Arte de esta ciudad, se presentó al escritor Óscar Solano García que con su
obra Los echamos de menos, resultó
ganador de la XIV edición de Cuento “Juan José Arreola”, organizado por la
UdeG. Además del monto económico recibido -$100 mil pesos-, este autor pasa a
formar parte de la élite de autores que con sus cuentos han enaltecido la
figura y la trayectoria del inolvidable juglar guzmanense.
Y aunque se anunció que la presentación
del libro ganador será en el marco de la FIL, queda claro que al igual que sus
antecesores la divulgación de dicha obra será limitada. Es decir, solo unos
cuantos lectores tendrán acceso a esas historias. Y no precisamente por falta
de promoción sino por lo difícil que resulta colocar libros de cuentos en el
mercado editorial.
Según informes de editores y libreros de
México, Estados Unidos, España y otros países, la reina de las ventas es la
novela. No importa que sea un auténtico ladrillo, o se trate de una trilogía
que en su totalidad sume más de tres mil páginas. Sin lugar a dudas la novela
ha sido y será el género que más lectores atrae. Y aunque los libros de cuentos
se siguen publicando en todo el mundo, es un hecho que no logran competir en
cuanto a ejemplares vendidos.
Pero independientemente de la polémica
generada, curiosamente la realidad que vivimos en Ciudad Guzmán es que muy parecida
a lo antes señalado, en el sentido de la escasa o nula promoción de los cuentos
que escribió Arreola. Y si esto no fuese convincente basta ver cómo entre
muchos lectores resulta siempre más conocida La Feria –novela-, que Bestiario, Palindroma o Confabulario, por citar unos cuantos ejemplos.
El interés no es gratuito, la mencionada
obra puede verse cuando menos en tres
diferentes niveles. Uno es el mosaico de anécdotas y personajes de esta
población. Otro es el referente a la estructura literaria con que su autor
desarrolla el conjunto de diversas tramas. Y uno más son sus valores históricos,
estéticos y lingüísticos en que interactúan sus fascinantes personajes. En
pocas palabras se trata de una obra de arte.
Pero aún con todo esto, los cuentos de
Arreola son de una verdadera riqueza literaria, una muestra de talento
imaginativo que nada le piden a otros autores universales. De hecho, varios de
ellos recibieron en su momento elogios por parte de autores como Jorge Luis
Borges o el mismo Octavio Paz. Por desgracia, ni en su propia tierra natal se
les conoce.
Conviene aclarar que la escasa promoción
de esas historias cortas –como se refieren los literatos estadounidenses a los
cuentos-, no es responsabilidad de una institución u organismos en particular
sino de todos los sectores de la sociedad dedicados a la promoción de la
lectura.
Hace falta que se conozcan más los
cuentos de Arreola, pero no solo en abril, mes del libro, o en septiembre,
cuando se celebra su natalicio; hace falta que exista en los programas de
lectura, en las escuelas, y que de manera constante se ofrezcan ciclos
dedicados a sus libros.
La figura del escritor guzmanense no
debe quedar en el cliché o en el
lugar común de Hombre Ilustre o figura de bronce. No es necesario. Hace rato
que él brilla con su propia luz, por su
talento, por su obra, por su ejemplar trayectoria como arquitecto de la palabra
–que no retórico-, por haber sido maestro de escritores y de lectores.
Aunque dejó obras para teatro, sus
cuentos –tal y como lo señalé en otra entrega-, pueden ser llevados a la
pantalla, cierto, pero también a los salones de clases, a las casas, o a donde
la gente pueda conocer cada una de esas historias celebradas en otros lugares
menos en su ciudad natal.
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