Pedro Mariscal
A
ALGUNOS LES GUSTA LA POESÍA
A
algunos,
Es
decir, no a todos.
Ni
siquiera a los más, sino a los menos.
Sin
contar las escuelas, donde es obligatoria,
Y
a los mismos poetas,
Serán
dos de cada mil personas.
Les
gusta,
Como
también les gusta la sopa de fideos,
Como
les gustan los cumplidos y el color azul,
Como
les gusta la vieja bufanda,
Como
les gusta salirse con la suya,
Como
les gusta acariciar al perro.
La
poesía,
Pero
qué es la poesía.
Más
de una insegura respuesta
Se
ha dado a esta pregunta.
Y
yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro
Como
a un oportuno pasamanos.
Wisława
Szymborska (Polaca, Premio Nobel de Literatura 1996)
Soy uno de esos
dos por mil que gusto de la poesía, pero aquí estamos varios–muchos–, que según
el porcentaje, podemos representar a más de la mitad de la población Zapotlense
en lo que al gusto por este género literario…se refiere. Dicho lo anterior
prosigo con mi discurso.
Me senté a leer Territorios
y ya no pude levantar la mirada. Solo escuchaba los escandalosos graznidos de las golondrinas en
busca de sus críos, para entregarles alimento en sus pequeñas bocas. Eso lo sé
porque a fuerza de observar, se quedan grabadas las imágenes y no necesité
elevar la mirada al nido. Empecé a leer
el primer verso y ya no pude levantar la vista. Las imágenes poéticas pasaban
frente a mí como las golondrinas, y me dejé llevar por ese vuelo circular, como
un viejo y renegrido disco de acetato en cual se graban los sonidos, las
imágenes, las voces, los silencios, los gemidos, el murmullo de la lluvia, la
soledad, la tristeza, el pez helado que te muerde el corazón, la rana
melancólica y distante, y la nostalgia;
esa irremediable compañía que no se va, que no se aleja ni a la hora de la
siesta.
Me dejé llevar
por el viento negro de una cruel tormenta en medio de un desierto. Me sumergí
en las arenas movedizas de la palabra: palabra por palabra, nombre por nombre,
imagen por imagen; aún pensé en las
palabras que no han sido nombradas y la
invención de las palabras nuevas que le den sentido a las cosas: ¿cómo nombrar
los conceptos para que no sean: la misma
alcoba, el mismo corazón, el mismo negro sol de medianoche, la misma flor, la
misma agua, el mismo olvido y soledad impostergable, la misma historia, el mismo beso, el mismo pecho atormentado y turgente?
No me detuve a pensar. Solo sentí la emoción
de las palabras dichas a medio tono, sin detenerme, sin pausas; a veces las
palabras se revelaron ante mis ojos arrebatadas y fuertes; otras, susurrantes y
llanas; las más, tiernas y eróticamente deseables. No me detuve a pensar, porque “el agua de los
pensamientos”, diría el poeta Roberto Espinoza Guzmán, vendría después. Yo
quería en ese mágico momento, (un atardecer
de golondrinas y granadas rojas, como la sangre de ángeles diminutos y enhiestos), sumergirme hasta lo más profundo de los Territorios,
hasta donde se halla el agua de los sentimientos.
En un Territorio
que se conquista todo es válido: las astillas que punzan los ojos para llorar
lágrimas de arcángeles, la lluvia que moja las pupilas para encontrar otros
ríos adormecidos por la hiedra del recuerdo y del olvido, la “Mezquita muerta”
y el “ lobo encerrado”; destinar los domingos
para llevar la ropa a la lavandería, y tomar la sal de los periódicos para
cocinar un poema, entre otras muchas estrategias novedosas y osadas, para no
dejar que el lector desista de la sana intención de salir al antro y encontrarse una boca que
de un salto mortal le apasione sus labios. Diría Carmen Villoro: “Un beso es
una pequeña audacia que abre el cuerpo, una llave de espuma, la palabra
prohibida pronunciada en silencio, la mágica palabra que abre el mar.
Es un sacrilegio
elevar la voz frente al templo de la palabra que todo lo inventa y lo reinventa
y lo vuelve novedoso frente a la pila bautismal, donde el agua cristalina
limpia el pecado original de la palabra, esa por la que somos lo que somos, la
que nos constituye, y reconstruye nuestro
entorno y lo transforma, y lo hace real y pecaminosamente deseable, como
lo diría el poeta Hugo Gutiérrez Vega : “ En el otoño del cuerpo/ la primavera
vale una chingada./ Este otoño la pondrá en su sitio; / le tumbará sus ramitas
/ y le hará polvo sus flores, / sus hojas, sus frutos, / sus imágenes
tempraneras/ y sus bellas personas/ (
Peregrinaciones; Poesía 1965-2001). Tal vez, por el mismo motivo, Sor Juana nos
haga esta invitación:” Óyeme con los ojos,/ ya que están tan distantes los
oídos”.
No estamos aquí
para hablar por encimita de las cosas. Martín
escribe, crea y reinventa con sus palabras otro mundo, otra realidad de sueños
y deseos postergados por un tiempo sin tiempo, sin reloj de sol, ni timonel. El poeta llama la atención sobre
temas serios y profundos, nos habla acerca del verdadero sentido del dolor del
alma y la melancolía, la tristeza, la nostalgia, la desdicha, la traición, la amargura, la
ausencia, la sangre, el hastío, la desesperanza y del humo que mancha las
margaritas, todo esto, redimido por la fuerza del amor. Dice Pablo Neruda:
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, y Martín
Adalberto, en Territorios, ha escrito los versos
más húmedos de las últimas noches que ha
pasado sin dormir, y Francisco Hernández
López, de acuerdo con esta hipótesis confirma: “Llueve /Fuera y dentro llueve
intensamente./El único espacio cubierto/Somos tú y yo. (Contra Viento y Marea,
1998)
Amo la metáfora
y la imagen, el juego de palabras y la hilvanada luz del ritmo, amo el tono de
la voz poética de los Territorios de Martín, una voz de
largo aliento, una voz que fluye a borbotones como el agua de la Roca de Horeb
que tocó Moisés en Rafidim, agua viva para mojar la lengua, para inventar y
reinventar el mundo, porque este que tenemos ya no es nuestro. Nunca ha
sido nuestro. Lo heredamos así porque no
había más remedio. Pero así no nos
sirve. Es impostergable acudir al corazón y cambiar las estatuas de los
templos, y de las plazas y de los jardines, por la palabra viva del poeta. No
hay tiempo que perder: la ignominia está a punto podrir todas las cosas y Efraín Huerta nos advierte:
“Ahora llegan los incendiarios, los santoficios. Ya llegaron y en el valle todo
es humo, sudor, palabras ardientes ardiendo, y aquí, un poeta muerto de risa,
amor, adoración y deseo. Llueve” (Absoluto amor, 2014, Año de Efraín Huerta)
Quiero sentir la
arena del desierto pegada a mi sudor y a mis pupilas, quiero andar por
largas horas bajo el abrazante sol del
mediodía y dar pasos lentos y sedientos, hasta el oasis de la palabra
viva, irreverente y triste; profunda y melancólica, como pinceladas de colores que
adornan el lienzo de la tragedia erótica
y de la comedia que arrastra la risa por
los pezones prohibidos. Todas las miradas de los poetas se cruzan en algún
punto, en alguna soledad cósmicamente dibujada a fuerza de atardeceres con
“Grafitis en tu espalda”. Nos recuerda Octavio Paz que existe “Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo
cuerpo/un cuerpo como día derramado/y noche devorada; /la luz de unos
cabellos/que no apaciguan nunca/la sombra de mi tacto; /una garganta, un
vientre que/ amanece como el mar que se enciende/cuando toca la frente de la
aurora. (Bajo tu clara sombra) Los
índices de los poetas se unen en la bóveda celeste de Miguel Ángel.
Se transmuta la
palabra colectiva, palabra de todos que el poeta atrapa y la hace suya para
devolverla en frases que sorprenden: “Todos los días hago fila, /en la antesala
de la muerte”, o esta otra que arranca la sonrisa maliciosa: “Más vale plátano
en mano”, o aquella que describe: “
Mi mujer de pechos de madera/ es la
muerte derretida en los minutos”, o esta otra : “ Adentro, peces de sangre
brotan de mi cama” No hay duda: la poesía es infinitamente escurridiza: “
Déjame que te cuente cómo lo hallé/ en el agua/ en el centro del agua/ donde el
agua es bastante”( Luis Armenta Malpica,
Llámenme Ismael, 2014).
“Ella, la que
hubiera amado tanto, la que hechizó con
música mi alma, me pide con ternura que la olvide, que la olvide sin
odios y sin llanto”(Los Tres Ases). “Ella quiso quedarse, cuando vio mi
tristeza, pero ya estaba escrito que aquella noche, perdiera su amor” (José
Alfredo Jiménez) Música y poesía se funden para cantar a la mujer y al amor,
veneración o desdicha, y Martín también se refiere a la idílica mujer y nos
dice:” Ella tiene sus manos de gitana en mi garganta/ En su pupila dos gatos
bajo la luna/ Y me mira/ Como una lámpara encendida/ De ternura/. Carlos Gutiérrez Cruz, poeta jalisciense, nos
comparte: “Invoco/ loco/ la imagen de Ella/ la llamo a voces con dolor
vivo/para pedirle con mi querella/ ¡una limosna de lenitivo! Y abunda nuestro autor en Territorios: “Amar el
mar/ Eso es melancolía/ Dejar el viento/ En tus muslos mojados de esperanza/
Llegar a ti/ Húmedo de alcohol y sueño/ Eso/ Morder tu aroma verde de mujer
sobre el lecho/ Amar tu risa/ De clavel desangrado/ Eso/ Es el amor/
Concentrado beso en la mordida fruta de tu pecho/. Termino esta parte con un relato de mi amigo
poeta y escritor Víctor Manuel Pazarín: “–Llévame contigo–le dijo Ella. Y el
escenario preparatorio para el amor comenzó a conformarse. Después vinieron las
palabras reconciliatorias. El ahogo de las voces. La flama que iluminó para
siempre los cuerpos conjugados, amándose”.
Martín, estas
perdonado. ¿Ninguno de los que están aquí te acusa? Yo tampoco. Vete y vuelve a
pecar como solo tú lo sabes hacer: con las palabras. Vete y peca todo lo que
quieras, haz con las palabras lo que mejor te venga en gana. Muerde el pezón de
Eros, de Ella, de todas las mujeres– reales o imaginarias–, de cualquier
territorio conquistado por tí. En el principio fue el verbo quien habitó entre
nosotros, y sus palabras construyeron el mundo, como tú, Martín…que con tus
palabras construyes otro mundo intangible pero
tan real que es posible vivirlo dentro y fuera del tiempo. ¿Cuál tiempo?
El tiempo de uno, que es de todos: Dad al tiempo lo que es del tiempo y a
Dios….los Territorios de Martín Adalberto Sánchez Huerta, para que vuelva
a sentir cómo tiemblan sus muslos…
cuando un pez helado le muerda el corazón.
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