martes, 8 de septiembre de 2015

Territorios, de Martín Adalberto Sánchez Huerta

Pedro Mariscal



A ALGUNOS LES GUSTA LA POESÍA

A algunos,
Es decir, no a todos.
Ni siquiera a los más, sino a los menos.
Sin contar las escuelas, donde es obligatoria,
Y a los mismos poetas,
Serán dos de cada mil personas.

Les gusta,
Como también les gusta la sopa de fideos,
Como les gustan los cumplidos y el color azul,
Como les gusta la vieja bufanda,
Como les gusta salirse con la suya,
Como les gusta acariciar al perro.

La poesía,
Pero qué es la poesía.
Más de una insegura respuesta
Se ha dado a esta pregunta.
Y yo no sé, y sigo sin saber, y a esto me aferro
Como a un oportuno pasamanos.

Wisława Szymborska (Polaca, Premio Nobel de Literatura 1996)




Soy uno de esos dos por mil que gusto de la poesía, pero aquí estamos varios–muchos–, que según el porcentaje, podemos representar a más de la mitad de la población Zapotlense en lo que al gusto por este género literario…se refiere. Dicho lo anterior prosigo con mi discurso. 



Me senté a leer Territorios y ya no pude levantar la mirada. Solo escuchaba los  escandalosos graznidos de las golondrinas en busca de sus críos, para entregarles alimento en sus pequeñas bocas. Eso lo sé porque a fuerza de observar, se quedan grabadas las imágenes y no necesité elevar  la mirada al nido. Empecé a leer el primer verso y ya no pude levantar la vista. Las imágenes poéticas pasaban frente a mí como las golondrinas, y me dejé llevar por ese vuelo circular, como un viejo y renegrido disco de acetato en cual se graban los sonidos, las imágenes, las voces, los silencios, los gemidos, el murmullo de la lluvia, la soledad, la tristeza, el pez helado que te muerde el corazón, la rana melancólica y distante, y  la nostalgia; esa irremediable compañía que no se va, que no se aleja ni a la hora de la siesta.

Me dejé llevar por el viento negro de una cruel tormenta en medio de un desierto. Me sumergí en las arenas movedizas de la palabra: palabra por palabra, nombre por nombre, imagen por imagen;  aún pensé en las palabras que no han sido  nombradas y la invención de las palabras nuevas que le den sentido a las cosas: ¿cómo nombrar los conceptos  para que no sean: la misma alcoba, el mismo corazón, el mismo negro sol de medianoche, la misma flor, la misma agua, el mismo olvido y soledad impostergable,  la misma historia, el mismo beso,  el mismo pecho atormentado y turgente?

No me detuve a pensar. Solo sentí la emoción de las palabras dichas a medio tono, sin detenerme, sin pausas; a veces las palabras se revelaron ante mis ojos arrebatadas y fuertes; otras, susurrantes y llanas; las más, tiernas y eróticamente deseables.  No me detuve a pensar, porque “el agua de los pensamientos”, diría el poeta Roberto Espinoza Guzmán, vendría después. Yo quería en ese mágico momento, (un atardecer  de golondrinas y granadas rojas, como la sangre de  ángeles diminutos y enhiestos),  sumergirme hasta lo más profundo de los Territorios, hasta donde se halla el agua de los sentimientos.   

En un Territorio que se conquista todo es válido: las astillas que punzan los ojos para llorar lágrimas de arcángeles, la lluvia que moja las pupilas para encontrar otros ríos adormecidos por la hiedra del recuerdo y del olvido, la “Mezquita muerta” y el “ lobo encerrado”;  destinar los domingos para llevar la ropa a la lavandería, y tomar la sal de los periódicos para cocinar un poema, entre otras muchas estrategias novedosas y osadas, para no dejar que el lector desista de la sana intención  de salir al antro y encontrarse una boca que de un salto mortal le apasione sus labios. Diría Carmen Villoro: “Un beso es una pequeña audacia que abre el cuerpo, una llave de espuma, la palabra prohibida pronunciada en silencio, la mágica palabra que abre el mar.

Es un sacrilegio elevar la voz frente al templo de la palabra que todo lo inventa y lo reinventa y lo vuelve novedoso frente a la pila bautismal, donde el agua cristalina limpia el pecado original de la palabra, esa por la que somos lo que somos, la que nos constituye, y reconstruye  nuestro  entorno y lo transforma, y lo hace real y pecaminosamente deseable, como lo diría el poeta Hugo Gutiérrez Vega : “ En el otoño del cuerpo/ la primavera vale una chingada./ Este otoño la pondrá en su sitio; / le tumbará sus ramitas / y le hará polvo sus flores, / sus hojas, sus frutos, / sus imágenes tempraneras/  y sus bellas personas/ ( Peregrinaciones; Poesía 1965-2001). Tal vez, por el mismo motivo, Sor Juana nos haga esta invitación:” Óyeme con los ojos,/ ya que están tan distantes los oídos”.

No estamos aquí para hablar por encimita  de las cosas. Martín escribe, crea y reinventa con sus palabras otro mundo, otra realidad de sueños y deseos postergados por un tiempo sin tiempo, sin reloj de sol,  ni timonel. El poeta llama la atención sobre temas serios y profundos, nos habla acerca del verdadero sentido del dolor del alma y la melancolía, la tristeza, la nostalgia,  la desdicha, la traición, la amargura, la ausencia, la sangre, el hastío, la desesperanza y del humo que mancha las margaritas, todo esto, redimido por la fuerza del amor. Dice Pablo Neruda: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”,  y Martín  Adalberto, en Territorios, ha escrito los versos más húmedos  de las últimas noches que ha pasado sin dormir, y  Francisco Hernández López, de acuerdo con esta hipótesis confirma: “Llueve /Fuera y dentro llueve intensamente./El único espacio cubierto/Somos tú y yo. (Contra Viento y Marea, 1998)

Amo la metáfora y la imagen, el juego de palabras y la hilvanada luz del ritmo, amo el tono de la voz poética de los Territorios de Martín, una voz de largo aliento, una voz que fluye a borbotones como el agua de la Roca de Horeb que tocó Moisés en Rafidim, agua viva para mojar la lengua, para inventar y reinventar el mundo, porque este que tenemos ya no es nuestro. Nunca ha sido  nuestro. Lo heredamos así porque no había más  remedio. Pero así no nos sirve. Es impostergable acudir al corazón y cambiar las estatuas de los templos, y de las plazas y de los jardines, por la palabra viva del poeta. No hay tiempo que perder: la ignominia está a punto podrir  todas las cosas y Efraín Huerta nos advierte: “Ahora llegan los incendiarios, los santoficios. Ya llegaron y en el valle todo es humo, sudor, palabras ardientes ardiendo, y aquí, un poeta muerto de risa, amor, adoración y deseo. Llueve” (Absoluto amor, 2014, Año de Efraín Huerta)

Quiero sentir la arena del desierto pegada a mi sudor y a mis pupilas, quiero andar por largas  horas bajo el abrazante sol del mediodía y dar pasos lentos y sedientos, hasta el oasis de la palabra viva,  irreverente y  triste; profunda y  melancólica, como pinceladas de colores que adornan  el lienzo de la tragedia erótica y de la comedia  que arrastra la risa por los pezones prohibidos. Todas las miradas de los poetas se cruzan en algún punto, en alguna soledad cósmicamente dibujada a fuerza de atardeceres con “Grafitis en tu espalda”. Nos recuerda Octavio Paz que existe   “Un cuerpo, un cuerpo solo, un sólo cuerpo/un cuerpo como día derramado/y noche devorada; /la luz de unos cabellos/que no apaciguan nunca/la sombra de mi tacto; /una garganta, un vientre que/ amanece como el mar que se enciende/cuando toca la frente de la aurora. (Bajo tu clara sombra)  Los índices de los poetas se unen en la bóveda celeste de Miguel Ángel.

Se transmuta la palabra colectiva, palabra de todos que el poeta atrapa y la hace suya para devolverla en frases que sorprenden: “Todos los días hago fila, /en la antesala de la muerte”, o esta otra que arranca la sonrisa maliciosa: “Más vale plátano en mano”, o aquella que describe:  “ Mi  mujer de pechos de madera/ es la muerte derretida en los minutos”, o esta otra : “ Adentro, peces de sangre brotan de mi cama” No hay duda: la poesía es infinitamente escurridiza: “ Déjame que te cuente cómo lo hallé/ en el agua/ en el centro del agua/ donde el agua es bastante”(  Luis Armenta Malpica, Llámenme Ismael, 2014).

“Ella, la que hubiera amado tanto, la que hechizó con  música mi alma, me pide con ternura que la olvide, que la olvide sin odios y sin llanto”(Los Tres Ases). “Ella quiso quedarse, cuando vio mi tristeza, pero ya estaba escrito que aquella noche, perdiera su amor” (José Alfredo Jiménez) Música y poesía se funden para cantar a la mujer y al amor, veneración o desdicha, y Martín también se refiere a la idílica mujer y nos dice:” Ella tiene sus manos de gitana en mi garganta/ En su pupila dos gatos bajo la luna/ Y me mira/ Como una lámpara encendida/ De ternura/.  Carlos Gutiérrez Cruz, poeta jalisciense, nos comparte: “Invoco/ loco/ la imagen de Ella/ la llamo a voces con dolor vivo/para pedirle con mi querella/ ¡una limosna de lenitivo!  Y abunda nuestro autor en Territorios: “Amar el mar/ Eso es melancolía/ Dejar el viento/ En tus muslos mojados de esperanza/ Llegar a ti/ Húmedo de alcohol y sueño/ Eso/ Morder tu aroma verde de mujer sobre el lecho/ Amar tu risa/ De clavel desangrado/ Eso/ Es el amor/ Concentrado beso en la mordida fruta de tu pecho/.  Termino esta parte con un relato de mi amigo poeta y escritor Víctor Manuel Pazarín: “–Llévame contigo–le dijo Ella. Y el escenario preparatorio para el amor comenzó a conformarse. Después vinieron las palabras reconciliatorias. El ahogo de las voces. La flama que iluminó para siempre los cuerpos conjugados, amándose”.

Martín, estas perdonado. ¿Ninguno de los que están aquí te acusa? Yo tampoco. Vete y vuelve a pecar como solo tú lo sabes hacer: con las palabras. Vete y peca todo lo que quieras, haz con las palabras lo que mejor te venga en gana. Muerde el pezón de Eros, de Ella, de todas las mujeres– reales o imaginarias–, de cualquier territorio conquistado por tí. En el principio fue el verbo quien habitó entre nosotros, y sus palabras construyeron el mundo, como tú, Martín…que con tus palabras construyes otro mundo intangible pero  tan real que es posible vivirlo dentro y fuera del tiempo. ¿Cuál tiempo? El tiempo de uno, que es de todos: Dad al tiempo lo que es del tiempo y a Dios….los Territorios de Martín Adalberto Sánchez Huerta, para que vuelva a sentir cómo tiemblan sus muslos…  cuando un pez helado le muerda el corazón.









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