lunes, 26 de octubre de 2015

Fiestas Josefinas en medio de alarmantes precipitaciones

Fernando G. Castolo



Considerando que la tan anunciada precipitación pluvial del pasado 22 y 23 de octubre no tuvo los efectos que se pronosticaban en forma alarmante, es indiscutible que la fe del pueblo de Zapotlán el Grande, con el apoyo moral de los miles de peregrinos que nos visitan desde diversas latitudes, se hizo presente; pero es menester ventilar que este fenómeno devocional sí tiene un precedente, dado que no es la primera ocasión en que la ciudad, envuelta en pertinaz diluvio, saca avante el juramento realizado por nuestros ancestros en 1749, donde se comprometían en realizar una procesión “… con su personal asistencia en forma de marcha militar… en la tarde de dicho día al santísimo Rosario…”, de ahí el nombre con el que se le conoció antaño al tradicional recorrido de andas o alegorías.



Alguna periodista aseveró que “… el huracán ‘Patricia’ provocó las lluvias más fuertes de las que se tenga memoria…”, aspecto totalmente erróneo dado que el vecindario zapotlense tuvo en el año de 1890 una experiencia mucho más grave que la de este año, con efectos casi desastrosos por la cantidad de agua que se recibió en el valle en tan funesta ocasión.

La consignación de los hechos se lo debemos a la acuciosa pluma del Prebendado D. Ramón López, en su título “Reseña de la Gran Fiesta Religiosa de Zapotlán el Grande a su venerado y excelso patrono el castísimo y gloriosísimo patriarca Sr. San José, verificada en octubre de 1890” (Guadalajara, 1891), que publica con motivo de exaltar las solemnidades que estuvieron encabezadas por el Canónigo Lectoral Dr. D. Atenógenes Silva y D. Cirilo Preciado, así como a sus más eficaces colaboradores D. Prisciliano López y su esposa Dña. Marcelina Preciado.

“Más hétenos aquí ya en el domingo, 19 de octubre, o sea en la víspera de la primera de las tres grandes funciones que, según el programa, contendría la solemnidad… ¡Ah!, el hombre pone y Dios dispone… ¡Los que se esperaban como días del más intenso júbilo, días del principal esplendor en la gran fiesta, van a trocarse, así lo quiere el Todopoderoso, en jornadas penosas de amargura, de quebranto y de terror!...” Con esta desgarradora expresión inicia don Ramón la reseña de los hechos presenciados por él mismo.

Y continúa: “… La noche del día 19 de octubre comenzó a desatarse la memorable lluvia que será para siempre de terrible recuerdo en los anales de Zapotlán. Toda esa noche y el siguiente día estuvo reciamente lloviendo sin cesar…” Sin embargo, la población, sabiéndose en medio de un umbral boscoso y, por ende, de lógicas lluvias, continuó con las actividades programadas, sin darle mayor importancia, acaso se trasladó la función al templo del Sagrado Corazón de Jesús (hoy El Sagrario), dado que no fue posible llevar a cabo el plan inicial de realizarla en el gran templo en construcción (hoy Catedral).

Don Ramón López sigue su crónica con puntual relación de los hechos ocurridos. Más adelante nos comenta: “… Estamos ya en el martes 21 de octubre, en ese día terrible y de eterna remembranza para Zapotlán; en esa fecha sí, que en lo sucesivo hará figurar el año de 1890 al lado de los años tremendos de 1749 y 1806. El cielo sigue implacable descargando a torrentes sus condensados vapores. Ya es el medio día y lejos de menguar la lluvia se convierte en horrenda tempestad hasta amenazar una catástrofe…”

“… Cuarenta y dos horas hace que llueve torrencialmente, sin interrupción de un segundo, siendo así que la famosa lluvia de San Miguel, la peor de que se guarda memoria y que tuvo lugar en 1865, produciendo la inundación de Colima y Coahuayana, solamente duró en Zapotlán unas veinticinco horas…” reseña alarmado el Señor Prebendado. Y continúa: “… Las calles parecen ríos; en las casas de las orillas todas de la población comienzan las paredes a caer; el tráfico está interrumpido; y la angustia y la zozobra se empiezan a retratar en los semblantes…”

De repente el aguacero se convierte en huracán, señala horrorizado nuestro cronista, quien con argumentos sumamente angustiosos sigue el relato de los hechos que marcaron las solemnidades de aquel año de 1890. “… El viento sopla, ruge con vehemencia, viniendo de rumbos distintos. Las corrientes etéreas encuéntranse y chocan con furor… Y como el chubasco se prolonga, el desastre comienza…”

El arroyo Los Guayabos finalmente no soporta tanta agua y se desborda irremediablemente, destruyendo con su gran fiereza las casas en su torno; y muchas familias domiciliadas en la calle de San Pedro (hoy Primero de Mayo), salen despavoridas a refugiarse a la montaña oriente, porque el agua ya les llega a la cintura. El agua arrastraba todo lo que había a su paso: árboles corpulentos con todo y raíz, animales muertos, muebles, escombros y, en fin, todo el patrimonio que por años habían construido las familias zapotlenses, se precipitaban ante las corrientes y quedaban anegadas por el rumbo de la laguna. ¡Qué desgarrador espectáculo!

Todos los campos cultivables de la región perecieron en aquella ocasión. Sayula, Zacoalco, Ameca, Tamazula, Quitupan, Manzanillo, toda esta extensión de geografía también sufrió los terribles embates del huracán. Por supuesto que el espanto de aquel escenario dantesco fue suficiente para evocar el auxilio divino que, angustiosas y solícitas voces, manifestaron al unísono y, como siempre, en medio de estas calamidades naturales, fue autorizada la licencia para sacar en hombros la paternal imagen de San José y realizar solemne procesión por las calles de la ciudad. En medio de aquella marcha pública, compuesta por 18 mil almas, sigue lloviendo a cataratas y el viento azota por todas partes con rabia.

“… Yo vi a ese pueblo creyente en actitud tan patética; yo lo vi desfilar delante de mí por el portal de la casa de Huescalapa (hoy Fray Juan de Padilla), donde la inmensa comitiva se detuvo un poco para ordenarse, y luego por el portal de Vizcaíno (hoy Hidalgo)…; y vi al fin de aquella procesión, rodeado por gentes de todas clases que, ávidas agrupábanse a su rededor y hacia él levantaban suplicantes, llorosos y nadantes sus entristecidos ojos, al Santísimo Artesano de Nazareth… ¡Aún parece que lo tengo delante de mis ojos!... Y toda esa santa excursión, todo ese viaje penitencial, hízose en medio del vendaval, en las horas más terribles de la furiosa borrasca…”

Al amanecer el día miércoles 22 de octubre, aunque la pertinaz lluvia había cesado del todo, todavía se observaban en el cielo borrascosas nubes grises amenazantes, aunado a que el vecindario se encontraba traumatizado en medio de aquel espectáculo que recién acababan de sufrir, por lo que las autoridades religiosas decidieron modificar el programa anunciado, mismo que se desarrollaría de acuerdo a las novedades que el tiempo fuera presentando.

Fue así como resolvieron verificar el día jueves 23 de octubre la función del Rosario, es decir, la víspera de la solemnidad, que tuvo lugar en medio de un lleno inusitado en el templo del Sagrado Corazón de Jesús y la Capilla de la Purísima (hoy del Santísimo), y por haber transcurrido dicha celebración sin novedad, pudo decidirse que el viernes 24 de octubre se llevaría a cabo la función de Sr. San José. La mañana del 24 siguió despejada y serena. Y, por la noche, que se presentó magnífica y presidida por una luna espléndida y casi llena, se dispuso que fueran quemados vistosos fuegos artificiales que fueron del agrado de todo el vecindario.

El sábado 26 de octubre tuvo verificativo la gran procesión josefina, que es lo más atractivo del programa anualmente. Las insignias fueron primorosamente preparadas, conformadas en total por 27 cuadros bíblicos y alegóricos, todas cargadas en andas. La procesión comenzó con su lento paso. Iban delante unos gigantescos arcos con gran ornamentación florista donde iban colocadas imágenes de diversos santos. Luego seguían, entre agudas flautas y pequeños tambores, las tradicionales danzas que se conocen con el nombre de ‘los sonajeros’, y otras, que recuerdan los tiempos anteriores a la conquista, modificadas por los misioneros que las convirtieron a la fe cristiana. Después briosos caballos con jinetes militarizados y, finalmente, la banda militar, compuesta de 10 plazas o grupos, que iban guiando, a manera de guardia, las andas. Cerrando el fastuoso desfile el trono que representó la apoteosis de Señor San José, de bellísima manufactura y cargado de un simbolismo regio que elevó los corazones de la frágil muchedumbre que presenció aquella función, en medio de la más grande precipitación pluvial que jamás se ha dejado sentir en este valle zapotlense.

Ese es, a grandes rasgos, el testimonio que reguardan las crónicas de unas solemnidades juramentadas que, igual que este año de 2015, fueron modificadas en su programa, debido a un huracán que azotó a la región en aquel año de 1890. Entonces somos poseedores de una experiencia viva que alarmó al vecindario, pero que estimuló la fe y devoción de este pueblo josefino. 

(Fotografías Luis Gómez)



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