Fernando G. Castolo
Considerando que la tan anunciada
precipitación pluvial del pasado 22 y 23 de octubre no tuvo los efectos que se
pronosticaban en forma alarmante, es indiscutible que la fe del pueblo de
Zapotlán el Grande, con el apoyo moral de los miles de peregrinos que nos
visitan desde diversas latitudes, se hizo presente; pero es menester ventilar
que este fenómeno devocional sí tiene un precedente, dado que no es la primera
ocasión en que la ciudad, envuelta en pertinaz diluvio, saca avante el
juramento realizado por nuestros ancestros en 1749, donde se comprometían en
realizar una procesión “… con su personal asistencia en forma de marcha
militar… en la tarde de dicho día al santísimo Rosario…”, de ahí el nombre con
el que se le conoció antaño al tradicional recorrido de andas o alegorías.
Alguna periodista aseveró que “… el
huracán ‘Patricia’ provocó las lluvias más fuertes de las que se tenga
memoria…”, aspecto totalmente erróneo dado que el vecindario zapotlense tuvo en
el año de 1890 una experiencia mucho más grave que la de este año, con efectos
casi desastrosos por la cantidad de agua que se recibió en el valle en tan
funesta ocasión.
La consignación de los hechos se lo
debemos a la acuciosa pluma del Prebendado D. Ramón López, en su título “Reseña
de la Gran Fiesta Religiosa de Zapotlán el Grande a su venerado y excelso
patrono el castísimo y gloriosísimo patriarca Sr. San José, verificada en
octubre de 1890” (Guadalajara, 1891), que publica con motivo de exaltar las
solemnidades que estuvieron encabezadas por el Canónigo Lectoral Dr. D.
Atenógenes Silva y D. Cirilo Preciado, así como a sus más eficaces
colaboradores D. Prisciliano López y su esposa Dña. Marcelina Preciado.
“Más hétenos aquí ya en el domingo, 19
de octubre, o sea en la víspera de la primera de las tres grandes funciones
que, según el programa, contendría la solemnidad… ¡Ah!, el hombre pone y Dios
dispone… ¡Los que se esperaban como días del más intenso júbilo, días del
principal esplendor en la gran fiesta, van a trocarse, así lo quiere el
Todopoderoso, en jornadas penosas de amargura, de quebranto y de terror!...”
Con esta desgarradora expresión inicia don Ramón la reseña de los hechos
presenciados por él mismo.
Y continúa: “… La noche del día 19 de
octubre comenzó a desatarse la memorable lluvia que será para siempre de
terrible recuerdo en los anales de Zapotlán. Toda esa noche y el siguiente día
estuvo reciamente lloviendo sin cesar…” Sin embargo, la población, sabiéndose
en medio de un umbral boscoso y, por ende, de lógicas lluvias, continuó con las
actividades programadas, sin darle mayor importancia, acaso se trasladó la
función al templo del Sagrado Corazón de Jesús (hoy El Sagrario), dado que no
fue posible llevar a cabo el plan inicial de realizarla en el gran templo en
construcción (hoy Catedral).
Don Ramón López sigue su crónica con
puntual relación de los hechos ocurridos. Más adelante nos comenta: “… Estamos
ya en el martes 21 de octubre, en ese día terrible y de eterna remembranza para
Zapotlán; en esa fecha sí, que en lo sucesivo hará figurar el año de 1890 al
lado de los años tremendos de 1749 y 1806. El cielo sigue implacable
descargando a torrentes sus condensados vapores. Ya es el medio día y lejos de
menguar la lluvia se convierte en horrenda tempestad hasta amenazar una
catástrofe…”
“… Cuarenta y dos horas hace que llueve
torrencialmente, sin interrupción de un segundo, siendo así que la famosa
lluvia de San Miguel, la peor de que se guarda memoria y que tuvo lugar en
1865, produciendo la inundación de Colima y Coahuayana, solamente duró en
Zapotlán unas veinticinco horas…” reseña alarmado el Señor Prebendado. Y
continúa: “… Las calles parecen ríos; en las casas de las orillas todas de la
población comienzan las paredes a caer; el tráfico está interrumpido; y la
angustia y la zozobra se empiezan a retratar en los semblantes…”
De repente el aguacero se convierte en
huracán, señala horrorizado nuestro cronista, quien con argumentos sumamente
angustiosos sigue el relato de los hechos que marcaron las solemnidades de
aquel año de 1890. “… El viento sopla, ruge con vehemencia, viniendo de rumbos
distintos. Las corrientes etéreas encuéntranse y chocan con furor… Y como el
chubasco se prolonga, el desastre comienza…”
El arroyo Los Guayabos finalmente no
soporta tanta agua y se desborda irremediablemente, destruyendo con su gran
fiereza las casas en su torno; y muchas familias domiciliadas en la calle de
San Pedro (hoy Primero de Mayo), salen despavoridas a refugiarse a la montaña
oriente, porque el agua ya les llega a la cintura. El agua arrastraba todo lo
que había a su paso: árboles corpulentos con todo y raíz, animales muertos,
muebles, escombros y, en fin, todo el patrimonio que por años habían construido
las familias zapotlenses, se precipitaban ante las corrientes y quedaban
anegadas por el rumbo de la laguna. ¡Qué desgarrador espectáculo!
Todos los campos cultivables de la
región perecieron en aquella ocasión. Sayula, Zacoalco, Ameca, Tamazula,
Quitupan, Manzanillo, toda esta extensión de geografía también sufrió los
terribles embates del huracán. Por supuesto que el espanto de aquel escenario
dantesco fue suficiente para evocar el auxilio divino que, angustiosas y
solícitas voces, manifestaron al unísono y, como siempre, en medio de estas
calamidades naturales, fue autorizada la licencia para sacar en hombros la paternal
imagen de San José y realizar solemne procesión por las calles de la ciudad. En
medio de aquella marcha pública, compuesta por 18 mil almas, sigue lloviendo a
cataratas y el viento azota por todas partes con rabia.
“… Yo vi a ese pueblo creyente en
actitud tan patética; yo lo vi desfilar delante de mí por el portal de la casa
de Huescalapa (hoy Fray Juan de Padilla), donde la inmensa comitiva se detuvo
un poco para ordenarse, y luego por el portal de Vizcaíno (hoy Hidalgo)…; y vi
al fin de aquella procesión, rodeado por gentes de todas clases que, ávidas
agrupábanse a su rededor y hacia él levantaban suplicantes, llorosos y nadantes
sus entristecidos ojos, al Santísimo Artesano de Nazareth… ¡Aún parece que lo
tengo delante de mis ojos!... Y toda esa santa excursión, todo ese viaje
penitencial, hízose en medio del vendaval, en las horas más terribles de la
furiosa borrasca…”
Al amanecer el día miércoles 22 de
octubre, aunque la pertinaz lluvia había cesado del todo, todavía se observaban
en el cielo borrascosas nubes grises amenazantes, aunado a que el vecindario se
encontraba traumatizado en medio de aquel espectáculo que recién acababan de
sufrir, por lo que las autoridades religiosas decidieron modificar el programa
anunciado, mismo que se desarrollaría de acuerdo a las novedades que el tiempo
fuera presentando.
Fue así como resolvieron verificar el
día jueves 23 de octubre la función del Rosario, es decir, la víspera de la
solemnidad, que tuvo lugar en medio de un lleno inusitado en el templo del
Sagrado Corazón de Jesús y la Capilla de la Purísima (hoy del Santísimo), y por
haber transcurrido dicha celebración sin novedad, pudo decidirse que el viernes
24 de octubre se llevaría a cabo la función de Sr. San José. La mañana del 24
siguió despejada y serena. Y, por la noche, que se presentó magnífica y
presidida por una luna espléndida y casi llena, se dispuso que fueran quemados
vistosos fuegos artificiales que fueron del agrado de todo el vecindario.
El sábado 26 de octubre tuvo
verificativo la gran procesión josefina, que es lo más atractivo del programa
anualmente. Las insignias fueron primorosamente preparadas, conformadas en
total por 27 cuadros bíblicos y alegóricos, todas cargadas en andas. La
procesión comenzó con su lento paso. Iban delante unos gigantescos arcos con
gran ornamentación florista donde iban colocadas imágenes de diversos santos.
Luego seguían, entre agudas flautas y pequeños tambores, las tradicionales
danzas que se conocen con el nombre de ‘los sonajeros’, y otras, que recuerdan
los tiempos anteriores a la conquista, modificadas por los misioneros que las
convirtieron a la fe cristiana. Después briosos caballos con jinetes
militarizados y, finalmente, la banda militar, compuesta de 10 plazas o grupos,
que iban guiando, a manera de guardia, las andas. Cerrando el fastuoso desfile
el trono que representó la apoteosis de Señor San José, de bellísima
manufactura y cargado de un simbolismo regio que elevó los corazones de la
frágil muchedumbre que presenció aquella función, en medio de la más grande
precipitación pluvial que jamás se ha dejado sentir en este valle zapotlense.
Ese es, a grandes rasgos, el testimonio
que reguardan las crónicas de unas solemnidades juramentadas que, igual que
este año de 2015, fueron modificadas en su programa, debido a un huracán que
azotó a la región en aquel año de 1890. Entonces somos poseedores de una
experiencia viva que alarmó al vecindario, pero que estimuló la fe y devoción
de este pueblo josefino.
(Fotografías
Luis Gómez)
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