lunes, 25 de julio de 2011

La mosca escatológica

Lizeth Sevilla/Bajo el Volcán




(…)
Pasa uno todo el día ante la mesa
sentado
en espera de la musa, de alguna migaja suya que se pueda pescar al vuelo
pero lo único que vuela cerca es una mosca.
Rafael Vargas


La fina mosca, que posa con maestría montada en cualquier pedazo de tierra, carne, piel o sopa de cebolla, ese animalito dado por beato, que un buen día decidió presentar su renuncia ante el sindicato de las moscas refinadas, las que zumban con prudencia y se limpian las patas antes de pisar el terreno que chuparán ¿Quién querría una mosca de ojos saltones y buena educación? En estas circunstancias, la buena educación es lo que menos importa, menos en los mundos bajos y apestosos en los que tiene que trascender un animal que intenta ser silencioso cuando se le pone la gana. Con esa vida tan momentánea, sólo quedaban dos opciones, dejarse alcanzar por ese filo plástico cuadriculado que les llega por la espalda y las desaparece o, investigar qué tan trascendente se es en este mundo –no hay otros para la mosca, el hombre, paradójicamente hasta le ganó la luna-.


Volaba la mosca, por rumbos desconocidos, sin la agenda diaria para cumplir, dejando pasar tiempos precisos de apareamiento para preservar la especie, entró en un bar en el que dos fulanos hablaban sin cautela de Monterroso, pensó “o son escritores o son náufragos”, se paró sobre un trozo de cacahuate. Quien se imaginaría que aquéllos hombres hicieran alegorías sobre este animal que desde las alturas, se veía quieto, sin crisis. Augusto Monterroso había escrito ya sobre ellas, decía que hay tres temas, el amor, la muerte y las moscas. Desde que el hombre existe, ese sentimiento, ese temor, esas presencias lo han acompañado siempre. Pero a Monterroso no le importaban ni el amor ni la muerte, sino las moscas, son las vengadoras de no sabemos qué; pero tú sabes que alguna vez te han perseguido y, en cuanto lo sabes, que te perseguirán siempre. Ellas vigilan, son las vicarias de alguien innombrable, buenísimo o maligno. Y sin compasión, aquellos hombres saltaron hasta Luciano de Samosata, es que la mosca es tan abúlica, tiene una vida resuelta, su único trabajo es aletear y limpiarse las patas para clavar su alma en el alma de otros. Es como el burócrata de nuestros tiempos, cito a Samosata: Para ella se ordeñan las cabras; para ella trabajan las abejas no menos que para el hombre; para ella los cocineros condimentan los manjares (…) es errática al modo de los escitas y así anda por todas partes y donde le coge la noche, ahí establece su mansión.


Pero no sólo es asunto de los nostálgicos ebrios que cohabitan en las cantinas, citando a Samosata o Monterroso. También los poetas, en ese estado tan ambiguo de espera silenciosa, han dedicado líneas a la mosca que quiso renunciar a la buena educación. Qué fácil sería para esta mosca, con cinco centímetros de vuelo razonable, hallar la salida. Así Bonifás Nuño, así Antonio Machado, Roberto Graves…hasta que en Último round entró Julio Cortázar, con el argumento de que la eternidad para una mosca duraba diez días solamente en el texto explicaba claramente para omitir cuestionamientos al principio a mi no me pareció tan raro que una mosca volara patas arriba si le daba la gana, porque aunque jamás había visto semejante comportamiento, la ciencia enseña que eso no es una razón para rechazar los datos de los sentidos frente a cualquier novedad (…) sencillamente esta mosca volaba de espaldas, lo que entre otras cosas le permitía posarse cómodamente en el cielo raso.

Suficiente tenía aquella mosca para salir de aquella cantina con el ego inflamado, era una mosca, una desgraciada mosca inmortalizada en los textos de los grandes. En el mundo de las moscas se necesita diversidad para marcar la diferencia en diez días en los que se les termina el mundo, aunque Salvador Novo casi promulga un manifiesto en contra de las moscas y encuentra el secreto “Sobre el placer infinito de matar muchas moscas”, ésta era grande, importante, se decía mientras volaba:

– Mucho mejor que un rey, las vacas además se ordeñan para mí, los hombres copulan frente a mí y no advierten de las manías que uno pueda generar en tanto los observa en el clásico y aburrido misionero… soy una mosca, la mosca toda poderosa que lo ve todo desde arriba.


Las moscas revolotean con libre albedrío, se burlan de los papeles plásticos para cazarlas, de los tortuosos métodos humanos para exterminarlas sin triunfo alguno. Son como mujeres que caminan airosas por calles desiertas en ciudades ruidosas, esas mujeres de clase que lo aparentan todo y lo son poco. Son seres exiliados del mundo de los humanos, esos animales con pseudo intelecto a los que les faltan alas, las persiguen como la Santa Inquisición en su tiempo. Al final, lo que menos importa, es la buena educación, en este tumulto de mierda y doble moral, lo importante es sacudir las alas y dejarse llevar por ese viento que los mueve a todos.

Lo que uno ignora claro, es que esa mosca es la musa, que su música es sencilla nada dramática (como los solos del cello) un zumbido alegre sólo, para sacudirnos las telarañas. Rafael Vargas y punto.



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