lunes, 11 de junio de 2012

Un marciano llamado Ray Bradbury

José Luis Vivar


Mi primer encuentro extraterrestre ocurrió cuando conocí a un marciano llamado Ray Bradbury, cuando comenzaba a leer y escribir. El encuentro se dio una mañana soleada, en la sala de mi casa de la ciudad de Tierra Blanca, Ver. , un sábado de abril de 1966. Él ya era mayorcito pues contaba con 46 años; y yo, apenas tenía 7. Debo confesar que como suele suceder en todo primer avistamiento, evitó manifestarse como humanoide. A cambio de ello estableció contacto en palabras e imágenes en fotones blancos y negros que brotaban detrás del cristal de una caja de madera de la marca Majestic. Más que un diálogo, se trataba de una historia que me contaba aquel marciano. Una historia extraña que me asustaba y fascinaba al mismo tiempo. A partir de ese momento, si saberlo, finalizaba mi inocencia en lo que ahora llaman entretenimiento infantil. Había descubierto el género fantástico. La serie que contenía esas maravillosas narraciones se llamaba La Dimensión Desconocida (The Twilight zone, 1959-1964) cuyo creador era Rod Serling, otro ser proveniente de otro planeta.

            Al llegar a la adolescencia tuve un segundo encuentro con el marciano. Esta vez el enlace se dio en el puerto de Veracruz, a través de mi amigo Rafael Acevedo -en ese entonces estudiante de ingeniería-, quien puso en mis manos Las Doradas Manzanas del Sol. Al terminar de leerlo se encargó de prestarme otros, entre ellos: El Vino del Estío; Remedio para Melancólicos y esa pequeña obra maestra llamada Farenheit 451. Todos ellos publicados bajo el amparo de la editorial Taurus. 
           
              Estaría de más decir lo que significaron esas lecturas para mi imaginación. Ahí estaban los sueños, o la manera en que me hubiese gustado contar una historia de esa forma tan…¿poética? ¡Cierto! Aquel marciano escribía historias como un poeta. Le daba un toque exquisito a su narrativa, y aun al más mínimo detalle. Sus anécdotas eran buenas y su lenguaje excelente. ¿Se puede pedir algo más? No en vano Jorge Luis Borges escribió el prólogo de sus Crónicas Marcianas, y le guardaba un profundo respeto como autor.

            Aunque en sus inicios se dedicó a escribir historias de Ciencia Ficción, con el paso de los años evolucionó para ser un escritor –híbrido, como él mismo se definía-, que lo mismo se desempeñaba publicando novelas, cuentos, ensayos, así como obras de teatro y de cine.  Fue precisamente una adaptación que hizo de la novela de Herman Mellville: Moby Dick (John Huston, 1956) que su nombre comenzó a ser conocido en el mundo del espectáculo.

            Mi último encuentro con el marciano ocurrió hace ya varios años. Cuando me vine a esta ciudad. Cuando los compromisos, horarios y responsabilidades me hicieron saber que yo era un adulto. Para fortuna de ese niño que fui, volver a verlo me ayudó a decidirme tener algo suyo en casa. Sus libros y películas se fueron acomodando en el pequeño estudio donde ahora escribo. Su rostro bonachón, a pesar de los años que llevaba encima, me hicieron comprender que resulta saludable conservar la capacidad de asombro y no permitir que la inocencia que llevamos dentro se corrompa o se pierda en las tinieblas del olvido.

            Ray Bradbury siempre fue un marciano. En una de sus entrevistas comentó que por derecho le gustaría que al morir su cuerpo o sus cenizas fuesen enviadas al suelo de Marte. Por derecho lo merecía. Esas crónicas que nos hablan de un mundo mejor en el llamado planeta rojo, se sintetizan en la historia de una familia de terrícolas -unos de los muchos colonos que dejan atrás la tierra-, y cuyo padre les dice a sus hijos: ¡Mañana vamos a conocer a los marcianos! Los niños despiertan temprano y emocionados parten con su progenitor hasta un lago. Él les pide que se asomen y al verse reflejados preguntan: ¿Y los marcianos, papá? ¿Dónde están? Son ustedes, responde, son ustedes.

            La madrugada del 5 de junio, Un cohete de plata fulgurante se posó con suavidad en una casa de la ciudad de los Ángeles. Vino por el marciano de 91 años. Dicen los escasos testigos que lo vieron sonreír al momento de encaramarse a la nave. Iba feliz por haber cumplido su misión y poder regresar a Marte.

            Lo voy a extrañar, aunque me mantendré en contacto a través de sus obras. El cuarto planeta del sistema solar tiene un brillo diferente.

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