José Luis Vivar
Ciudad de México, año de 1909. La
capital del país vive la llamada paz porfiriana, a pesar de tantos rumores que
llevan y traen la gente que viene de otras latitudes. El viejo caerá de un
momento a otro, dicen unos; nada de eso, el señor general don Porfirio Díaz
gobernará por muchos años más. Detractores y enemigos conviven, mientras que
otros se preparan para el primer centenario de la Independencia.
En
una de las tantas vecindades que existen en el centro de la metrópoli, se
encuentra un joven zapotlense de 26 años. Vive en un cuarto humilde, compuesto
por un anafre, una mesa con unas cuantas sillas y un catre donde descansa
después de concluir su jornada de trabajo. Las únicas riquezas que tiene son un
caballete, algunos lienzos y un estuche de pinturas con su respectiva paleta. En
efecto, es un artista de la pintura, y tiene la cabeza llena de sueños.
Atravesando
el enorme patio se halla otra vivienda. Es una familia de Sombrerete,
Zacatecas. Está conformada por los padres y sus hijos. Una de las hijas, quien
apenas tiene 12 años ha hecho amistad con el pintor. Le gusta que la trate como
una señorita y que le platique de esas imágenes que va plasmando. Como es de
esperarse, el romance entre ambos surge, situación que molesta al padre de la
adolescente. Los regaños y los gritos se vuelven tema de los días, hasta que la
familia decide regresarse a su pueblo. El muchacho, que por cierto se llama
José Clemente, habla con los padres, pero ellos lo rechazan porque es pobre y
no puede brindarle un buen futuro a Refugio, que es el nombre de la jovencita.
Al
quedar separados, él empieza a escribirle todas las noches, le platica de lo
que sucede en esa ciudad, de cómo de las celebraciones por haberse cumplido un
siglo del inicio de la Independencia, sobreviene un cambio social al que todos
empiezan a llamar Revolución, y cómo don Porfirio decide viajar al puerto de
Veracruz y de ahí al exilio, concretamente a Francia, de donde nunca volvería.
Ella
le cuenta de su pueblo, de cómo también todo cambia con una bola de pelones que
disparan contra los hombres de un tal Francisco Villa. Pero entre nubles de
pólvora, vendedores de pulque, catrines que pasean por el Zócalo de la ciudad,
y demás cosas que ocurren, hablan y se prometen amor. José Clemente escribió a
su adorada niña por muchos años, concretamente de ese 1909 hasta 1921. Él se
volvió un pintor famoso, no sólo en su país sino en el extranjero. Ella dejó
los juegos y se convirtió en maestra. Se amaron en la distancia, compartieron
sus vivencias, esperanzas y deseos. Nunca concretaron su amor en la realidad,
pero quedaron como ejemplo para tantos enamorados.
Difícil
imaginar que detrás de ese rostro severo, adusto, de José Clemente Orozco haya
existido tanta ternura, tanta pasión por esa adolescente llamada Refugio
Castillo, quien en 1975 al cumplir los 77 años, sintiendo que sus días estaban
contados, entregó como herencia a José García Cervantes, uno de sus discípulos
un total de 465 cartas, junto con recados, tarjetas, acuarelas y demás tesoros,
que el pintor de Zapotlán el Grande le entregó a lo largo de esos años en que
el fuego del amor los devoraba.
Circunstancias
ajenas a la voluntad de la maestra Castillo hicieron que ese tesoro quedara en
el olvido durante 29 años, hasta que al morir Cervantes en 1990, su viuda
decidiera venderlas en una casa de subastas. Un tesoro cultural ofrecido al
mejor postor.
Para
suerte de todos, ese fardo amoroso fue adquirido por Juan Antonio Pérez Simón,
quien al constatar aquella riqueza decidió que fueran publicadas. Gracias a la
participación en este proceso del periodista Julio Scherer, la escritora
Adriana Malvido ha hecho un trabajo minucioso, además de realizar
investigaciones tanto en el Distrito Federal como en Sombrerete donde
entrevistó a familiares y conocidos de la difunta maestra Refugio, de quien por
desgracia no existen cartas de ellas en los archivos del pintor.
Seleccionado en orden cronológico una
buena parte de esas misivas –las presentadas son las más significativas, según
palabras de ella misma-, llegan hoy en formato de libro: “Las cartas inéditas
de Orozco a su amor adolescente”, de editorial Lumen, para quienes busquen ser
testigos de los sentimientos más íntimos del gran muralista, quien no sólo se
dedicó a pintar, sino que también escribió, y escribió bien. El arte epistolar
está presente en otras personas con las que mantenía correspondencia. Alfonso
Reyes, Juan José Tablada, Justino Fernández, Luis Cardoza y Aragón, son algunos
ejemplos.
Además de su espíritu creativo, de esa
indomable personalidad, estamos frente a un Orozco que desconocíamos, pero que
admiramos más porque se muestra como todo mortal que sabe vivir por para un
amor. Un amor para la historia, un amor que vivirá en la eternidad, en este
romance del pintor y la adolescente.
Un gusto leer el escrito, relato exquisito de tan linda historia. Comparto en twitter, facebook, g+1.
ResponderEliminarMuchas gracias de todo corazón Filomena