Ricardo Sigala
Es la noche del 12 de noviembre, el estadio Arena de
Ámsterdan se encuentra a su máxima capacidad, como es de esperarse la inmensa
mayoría son holandeses, han ido a presenciar el partido amistoso entre su
selección y la de México, el partido del morbo, que ha llamado la atención por
las circunstancias en que estas mismas selecciones se enfrentaron en el
reciente mundial de Brasil y la polémica forma en que México fue eliminado. A
este escenario se le suma el regreso de Carlos Vela al Tri después de cuatro
años de negativas y de haberse perdido la copa del mundo. Después de noventa
minutos al encuentro ha cumplido con las expectativas y la selección mexicana
ha terminado con más dignidad de la que manifestó en su enfrentamiento con la
naranja mecánica hace unos pocos meses. El resultado es histórico, México ha
vencido 3 a 2 con dos goles de Vela y uno del Chicharito. Sin embargo lo que
parece ser la noticia de la semana para los mexicanos es anulada por algunos
sucesos ocurridos en el estadio.
Durante
la ceremonia de los himnos los pocos aficionados vestidos de verde alzaron
pañuelos negros, carteles con el número 43
y fotografías de los normalistas desaparecidos en Ayotzinapa, y según
algunas versiones repitieron esta muestra en varios momentos del partido
acompañados del grito “justicia, justicia”. Esta manifestación borró el
resultado histórico de la selección mexicana y se replicó en las redes sociales
y los medios de comunicación de todo el mundo.
Y es que
no siquiera una hazaña deportiva de esta naturaleza tiene que eliminar el deseo
de justicia que parte de la humanidad ha expresado por este caso por demás
indignante. No importa que la Federación Mexicana de Futbol haya multado al
Club León porque en su partido del sábado pasado contra el Puebla, porque los
aficionados hayan expuesto mantas de indignación ante el caso Ayotzinpa. No
importa que algunos medios de comunicación oficiales y no oficiales eviten el
tema o lo muestren sesgado, que funcionarios de alto nivel estén más
preocupados por la mala imagen y en las consecuencias económicas que generan
las protestas (sin importarles la mala imagen que generan la violencia, las
desapariciones y las muertes impunes).
No importa que el procurador esté
cansado ni que el presidente Preña Nieto se vaya hasta el fin del mundo
en el momento menos oportuno. No importa que la gente bien piense que los
normalistas se lo tenían merecido, tampoco importa la opinión de aquellos que
quieren quitar responsabilidad al Estado, porque el estado quizás no sea
culpable de las desapariciones pero sí es responsable de la procuración de
justicia en el país.
Y todo eso
no debe importar porque los mexicanos al manifestarnos y exigir respuestas
estamos haciendo democracia y estamos quizás sin saberlo haciendo un mejor
país, porque las voces más influyentes
del mundo han levantado la voz para solidarizarse con los desparecidos: paros
nacionales por parte de las universidades, videos de estudiantes de
universidades tan prestigiosas como la de Harvard que se hacen virales. Medio centenar de
países que han visto muestras de apoyo y declaraciones de sus gobernantes; el
parlamento europeo, los diputados chilenos, la ONU y hasta el papa Francisco han tocado el tema, y
especialmente la prensa internacional desde la china hasta la europea, y en
especial la influyente prensa norteamericana que hace unos meses presentaba a
Peña Nieto como el salvador de México. Como se ha dicho, en los últimos 8 años
en nuestro país ha habido cien mil muertes violentas y más de veinte mil
desparecidos. De esa enorme cifra de ciento veinte mil, 43 han dejado de ser
sólo un número, una cifra, más tarde los 120 mil tendrán rostro y poco después
serán 120 mil culpas que no nos dejará dormir ni morir en paz.
Juan Villoro
ha declarado en una entrevista a Mónica Maristáin que México está ahora en la
mirada del mundo entero pero desgraciadamente no por sus virtudes y su grandeza
históricas sino por nuestros policías que están al servicio de los criminales,
nuestros alcaldes que mandan matar y matan por su propia mano, por la
indolencia oficial, por la corrupción generalizada que devora a los partidos
políticos, por el dolor de los parientes de los muertos y desaparecidos, porque
la mayoría de los mexicanos vivimos en una situación de injusticia social, de
pobreza extrema, de falta de oportunidades, y sobre todo por la dominante y
cínica impunidad en que se mueven
diversas esferas del poder.
El pasado 2 de noviembre el poeta mexicano David Huerta
hizo una ofrenda por el día de muertos y escribió un poema titulado justamente
Ayotzinapa, creo oportuno citarlo:
Ayotzinapa
Mordemos la sombra
Y en la sombra
Aparecen los muertos
Como luces y frutos
Como vasos de sangre
Como piedras de abismo
Como ramas y frondas
De dulces vísceras
Los muertos tienen manos
Empapadas de angustia
Y gestos inclinados
En el sudario del viento
Los muertos llevan consigo
Un dolor insaciable
Esto es el país de las fosas
Señoras y señores
Este es el país de los aullidos
Este es el país de los niños en llamas
Este es el país de las mujeres martirizadas
Este es el país que ayer apenas existía
Y ahora no se sabe dónde quedó
Estamos perdidos entre bocanadas
De azufre maldito
Y fogatas arrasadoras
Estamos con los ojos abiertos
Y los ojos los tenemos llenos
De cristales punzantes
Estamos tratando de dar
Nuestras manos de vivos
A los muertos y a los desaparecidos
Pero se alejan y nos abandonan
Con un gesto de infinita lejanía
El pan se quema
Los rostros se queman arrancados
De la vida y no hay manos
Ni hay rostros
Ni hay país
Solamente hay una vibración
Tupida de lágrimas
Un largo grito
Donde nos hemos confundido
Los vivos y los muertos
Quien esto lea debe saber
Que fue lanzado al mar de humo
De las ciudades
Como una señal del espíritu roto
Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer
Que la magia de los muertos
Está en el amanecer y en la cuchara
En el pie y en los maizales
En los dibujos y en el río
Demos a esta magia
La plata templada
De la brisa
Entreguemos a los muertos
A nuestros muertos jóvenes
El pan del cielo
La espiga de las aguas
El esplendor de toda tristeza
La blancura de nuestra condena
El olvido del mundo
Y la memoria quebrantada
De todos los vivos
Ahora mejor callarse
Hermanos
Y abrir las manos y la mente
Para poder recoger del suelo maldito
Los corazones despedazados
De todos los que son
Y de todos
Los que han sido.
David Huerta
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