Ricardo Sigala
Un día el hombre abandona el paraíso de la animalidad, es
decir tiene conciencia de la muerte. Comprende su fragilidad y lo efímero de su
tiempo. Ante esta certeza debe aprender a vivir con en un principio de
incertidumbre ante la inminencia de la muerte y el misterio que ésta engendra; además
comienza a entender el mundo como una serie de ciclos: el día, el ciclo de la
luna, el del sol, el ciclo menstrual, todo tiene un comienzo y un fin. Es en
este momento, justo cuando se separa de la mera existencia material, cuando
deja de ser sólo carne que debe reproducirse para la conservación de la
especie, que el hombre genera algunas de sus ideas más extraordinarias. Esas
ideas extraordinarias son, primero, la religión que busca dar consuelo y
esperanza para el suceso inexplicable de la muerte y, segundo, el arte, que es
esa oportunidad de indagar, de especular, de mirarse cara a cara con lo
indefinido, el arte como una experiencia a priori que de alguna manera nos
enseña a vivir esta fisura que es la conciencia de la muerte.
Esta
oportunidad de reflexionar la angustia y el terror de la muerte generó en las
artes primero una sabiduría, un conocimiento del hombre mismo. Al mismo tiempo
dio lugar a una rareza: la permanencia del arte más allá de la pobre y limitada
vida de su autor. El arte lucha contra la muerte y el olvido y quizás por eso
nos seduce. Juan Gelman dice que sus versos son dardos disparados “contra la
bestias del olvido” (la muerte es más grande olvido), Claudio Magris, por su
cuenta asegura que “escribir es
“transcribir” cualquier cosa que sea más grande que nosotros.”, y ¿qué cosa es
más grande que la muerte?, Sólo la vida, por supuesto.
LA MUERTE Y LA LITERATURA MEXICANA
La literatura mexicana es rica en sus relaciones con el
tema de la muerte. Alimentada de la tradición Occidental y la prehispánica, que
cuentan en sus antecedente remotos relatos mitológicos que hablan de descensos
al submundo, el Hades grecolatino, el Michtlan de los antiguos mexicanos. En la
Eneida, Eneas, desciende al infierno
para consultar con sus mayores sobre la fundación de Roma, Quetzalcóatl baja a
la región de los descarnados en pos de los huesos de los antepasados par ala
creación del Quinto sol, sólo por mencionar un par entre innumerables ejemplos.
Varios de nuestros clásicos literarios están vinculados
con la muerte: el caso más famoso es el de la novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, en donde Juan Preciado
buscando a su padre hace su arribo a una región árida donde todos sus
habitantes se encuentran muertos en la novela. En el ensayo, El laberinto de la soledad, nuestro
Premio Nobel, Octavio Paz dedica un buen número de páginas a la especulación y
búsqueda de respuestas en torno a la relación que en su vida cotidiana el
mexicano tiene con la muerte. Finalmente, en la poesía contamos con el alto
ejemplo del extenso poema de José Gorostiza Muerte
sin fin.
El mexicano ha tenido una historia que se ha hecho
acompañar de la muerte cotidiana, pues es un tema constante en las diferentes
etapas de su desarrollo, y forma parte de su vida cotidiana, miles de personas
mueren en nuestro país de manera violenta, de ahí que la literatura mexicana ha
hecho de este tema una señal de identidad no sólo en durante el convulso siglo
XIX y los periodos revolucionario y posrevolucionario, también los escritores
actuales más destacados y reconocidos a nivel internacional siguen haciendo
encontrando en la muerte la materia con la que se construye sus obras, autores
como Yury Herrera Julian Herbert, Juan Pablo Villalobos y Eduardo Antonio
Parra, lo atestiguan con gran calidad.
Un ejemplo muy vivo y cercano tiene que ver con el
ganador del la más reciente edición del concurso Nacional de Cuento Juan José
Arreola, Mario Sánchez Carbajal, cuyo libro Muerte
derramada se desarrolla en torno al asesinato de una niña en nuestro país.
Estamos ya en la celebraciones del día de muertos, una de
nuestras más ricas y complejas tradiciones, acompañemos esta fiesta con un buen
libro de literatura mexicana, que se constituye como otro altar en el que se
reflexiona el fenómeno de la muerte.
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