Ricardo Sigala
Para Juan José Arreola la literatura fue el prisma
desde el que decidió contemplar la existencia; sus libros emanan a cada línea,
a cada frase, una serie impresionante de referencias librescas, leer la obra de
Juan José Arreola es zambullirse en un océano inagotable de citas, de guiños,
de ingeniosas reelaboraciones eruditas. Sus presentaciones públicas ya fuera en
la televisión, la radio o en una universidad también se teñían con su tinta
creativa y multireferencial; cualquier conversación, por más ocasional que
fuera, terminaba convirtiéndose en una disertación literaria, pero no sólo eso
también buscaba encontrar respuestas a los enigmas de la existencia, incluidos
los más cotidianos. Todos los temas que trató, desde los más habituales como
las relaciones de pareja, la publicidad, las máquinas y los objetos de uso
diario, hasta los más profundos como Dios, la vida y su trascendencia, el
misterio de la mujer… todos, estaban tamizados por el filtro de la literatura.
Desde muy temprano Juan José
Arreola abrazó la literatura, la asumió como la sustancia de su vida, de niño
recitó a los poetas románticos y modernistas, al padre Alfredo R. Plasencia,
los aprendió de memoria incluso antes de saber leer, pues en su familia la
poesía era una realidad de lo más cotidiano. Conocido es también el papel que
jugó la biblioteca que Guillermo Jiménez fue construyendo desde la distancia
junto con don Alfredo Velasco, en donde Arreola conoció muchos autores clásicos
y las figuras de su tiempo como Arthur Rimbaud, Charles Baudelaire, Giovanni
Papini, Marcel Proust, entre otros tantos que formaron su canon. Su vida fuera de Zapotlán también se
caracterizó por sus tonos literarios, su viaje a París, su amistad con los
grandes autores de su época, Juan Rulfo, Antonio Alatorre, José Luis Martínez,
y su papel de iniciador de las nuevas generaciones como José Emilio Pacheco,
Carlos Fuentes, José Agustín, entre otros, tanto por sus talleres literarios
como por sus ediciones. Hasta el fut-bol lo tiñó de literatura.
De tan literaria que fue la
vida del maestro Arreola terminó convirtiéndose en ágrafo: dejó de escribir. En
una página memorable hizo lo que él llamó una “confesión melancólica”: “No he
tenido tiempo de ejercer la literatura. Pero he dedicado todas las horas
posibles para amarla. Amo el lenguaje por sobre todas las cosas y venero a los
que mediante la palabra han manifestado el espíritu, desde Isaías a Franz
Kafka.” El papel de la literatura en la vida Arreola es abrumador, algunos lo
sintieron agobiante, incluso veían en eso cierta petulancia, hablar de libros
en todo momento y bajo cualquier pretexto;
sin embargo por otra parte, su obra, la totalidad de su obra, cabe un
volumen del Fondo de Cultura Económica. ¿Cómo entender esta paradoja? Es una de
las tareas que nos ha legado el maestro de Zapotlán.
En el año 2002 el escritor
catalán Enrique Vila-Matas escribió El
mal de Montano, un libro que recibió media docena de premios
internacionales. En él se habla de una actitud, él dice que se trata de un
padecimiento, que consiste en una obsesión desmedida por la literatura que
lleva a su personaje a la imposibilidad de escribir, y cuando lo hace no
logramos discernir entre realidad y ficción pues el autor mismo ha decidido que
ambos mundos confluyan en una misma realidad: su vida-obra. Se trata de la
literatura como un “refugio ante la aspereza de la vida”, pero también una
forma de enfrentar la deshumanización del mercado y los estudios literarios.
Me ha rondado la rara idea de
que Arreola padeció el mal de Montano, como el personaje de la novela, pero
también como su autor, Enrique Vila-Matas, que este año recibirá el Premio FIL,
el mismo que Arreola recibió en su segunda edición, en 1992, cuando el premio
todavía se llamaba Juan Rulfo.
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