Ricardo Sigala
El 8 de octubre, la Academia de Estocolmo hizo publico el nombre del
nuevo ganador del Premio Nobel de Literatura. Como cada segundo jueves de
octubre el medio literario, editorial, académico y ahora hasta el de las
apuestas se encontraban a la expectativa del ganador del más renombrado de los
premios literarios en el mundo occidental. En punto de las 13:00 horas de
Suecia, 6:00 de México, se acabó la espera y el premio se presentó con tres
características que hay que resaltar. Primero que en este 2015 el Nobel es para
una mujer, la bielorrusa Svetlana Alexiévich;
esto resulta significativo si consideramos que de los ciento doce ganadores del
premio sólo catorce han sido mujeres, y que en sus primeros sesenta y cinco
años de vida sólo se le otorgó a seis. Si bien las cosas han estado cambiando
pues en las últimas veinticuatro ediciones se ha premiado a ocho, la academia
tiene pendiente por resolver esta desigualdad, cuyo principal ejemplo está en
que sólo hace dos años por primera vez en su historia la academia fue presidida
por una mujer, Sara Danius, quien por cierto fue la encargada de dar el anuncio
el día de ayer.
El
segundo punto a destacar es que por primera vez se ha premiado a un autor cuya
obra se sale de los géneros tradicionales de la literatura, Svetlana Alexiévich
no es novelista, ni poeta, ni dramaturga, ni siquiera ensayista, ella ha
cultivado uno de los géneros que mejor se ha adaptado para la comprensión de
los sucesos de nuestro tiempo, un género que combina las técnicas narrativas de
la literatura y la investigación y la veracidad que exige el periodismo. Se
trata de la crónica, este género que ha permitido el desarrollo de escritores
como Richard Kapuscinski en Polonia, Günter Wallraff en Alemania, Truman Capote
en Estados Unidos, Gabriel García
Márquez en Colombia, Leila Guerriero y Martín Caparrós en Argentina, y los
trabajos en México de Elena Poniatowska, a quien por cierto el año pasado se le
otorgó el Premio Cervantes. La crónica en los últimos tiempos ha conjuntado lo
mejor del mundo de la literatura y del periodismo, y ya se ha convertido en una contribución
innegable.
El
tercer aspecto que llama la atención es el carácter crítico y contestatario de
la autora ante las injusticias y las tragedias de su tiempo y su espacio. Desde
la publicación de sus primeros artículos en los principios de los años ochenta
se convirtió en un piedra en el zapato de los diferentes gobiernos que le ha
tocado vivir, primero en la época soviética y después en su natal Bielorrusia.
Su obra ha sido objeto de censura en los países eslavos, su primer libro La
guerra no tiene rostro de mujer, en
el que trata el papel de las mujeres durante la invasión nazi a la URSS, tuvo
que esperar a la perestroika para ver la luz, y algunos de sus otros libros
estuvieron prohibidos en Rusia durante diez años. Solamente en su país,
Bielorrusia, hace veinticinco años que no se publican sus libros. Svetlana
Alexiévich ha tratado diversos temas en sus obras: la catástrofe de la planta
nuclear de Chernóbil, la guerra de la Unión Soviética con Afganistán, la ola de
suicidios ocurrida tras la caída del socialismo de los que ella llama el Homo
soviéticus ,así como la época post soviética. En su más reciente libro
publicado el año pasado El tiempo de segunda mano. El final del hombre rojo,
se propone "escuchar honestamente a todos los participantes del drama
socialista".
Atreverse a escribir su obra le
ha costado caro a Svetlana Alexiévich, desde 1991 ha tenido que vivir en
condición de refugiada en Italia, Alemania, Francia y Suecia, debido a las
amenazas constantes de su país y de los vecinos como Rusia y Ucrania. La
lectura de sus libros dista mucho de ser agradable y complaciente con los
lectores, se trata de una autora que profundiza en las heridas de la historia y
no tiene contemplaciones en su afán de dar voz a los protagonistas anónimos de
las tragedias de nuestro tiempo, ella “se
mueve en el terreno del drama, explora las más terribles y desoladas vivencias
y se asoma una y otra vez a la muerte,” como sucede en su más famoso trabajo,
titulado Voces de Chernóbil, y que
lleva el elocuente subtítulo de “Crónica del Futuro”, pues es así como se alza
la obra de Svetlana Alexiévich, una mirada al pasado y al presente para
construir los días por venir.
Dice Alberto Manguel: “Todo dictador
necesita una voz que lo denuncie” y en ese sentido Alexiévich ha cumplido,
seguro junto con otras voces, dicho
papel en las remotas tierras eslavas.
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