Ricardo Sigala
Hace unos doscientos años Carl von Clausewitz, afirmó que
“la guerra es la continuación de los conflictos políticos con otros medios”,
Claudio Magris por su parte asegura que “la civilización y la democracia
consisten en la elaboración de mecanismos que obstruyan el pasaje a los medios
violentos”. Con esta sencilla premisa, debemos entender que todos los que de
una y otra forma estamos manifestándonos en solidaridad de los 43 normalistas
desparecidos en Guerrero, justo lo que estamos haciendo es democracia y aún
más, civilización.
Una
inmensa cantidad de personas cree que la democracia se fundamenta única y
exclusivamente en la casilla de votaciones en cada elección, no hay pensamiento
más antidemocrático que ése, bueno quizás sí, quizás una conducta tan
antidemocrática sea la de no hacer nada por evitar que nuestra vida cotidiana
se ensucie con la violencia. La apatía, la ausencia de indignación son una
traición a la patria, a la democracia y hasta a la humanidad misma. Se
equivocan los que creen que las protestas son contra le Estado o los políticos
en turno. Todas las protestas que se han estado presentando en nuestro país y
en decenas de ciudades del extranjero, primero, son una reacción casi biológica
que se refiere a la conservación de la especie; segundo una conciencia básica
fundada en la religión, la filosofía, el humanismo y el derecho, que no es otra
cosa que el respeto por la vida; y tercero es la condición para la civilización
y la democracia que queremos imaginar como un modo armónico de la convivencia.
Por lo tanto es una deber triple, por lo menos exigir a las autoridades
respuestas ante la barbarie, la violencia, la muerte, la desaparición de
personas. El Estado debe responder porque esa una de sus más nobles
atribuciones: la paz y la justica social.
Hace mil
años el poeta persa Firdusi escribió El libro
de los reyes, un poema épico, de aventuras, donde hacen presencia tanto el
amor y la fe, como la desilusión y la fatalidad. Aunque la historia sucede en
la Persia de hace mil años, el texto no resulta ajeno a nuestra vida. En un
pasaje encontramos el enfrentamiento en la batalla entre un padre y un hijo que
luchan por distintas causas. Al final el padre mata al hijo, y eso anula la
importancia del contexto general, la guerra es olvidada para asistir a la
tragedia personal. El soldado no sólo mató a un “enemigo”, sino a su propia
sangre, al matar a su progenie ha puesto fin también a su descendencia, se ha
matado a sí mismo.
El psicoanálisis y las mitologías han hablado de la
necesidad simbólica de “matar al madre” como una forma de superar los vicios y
los errores del pasado, esa muerte simbólica es, aseguran, una estrategia para
la evolución de los individuos y las sociedades. Además es una metáfora de la
vida porque los viejos mueren después que los jóvenes, cuando los primeros ya
han hecho sus obras que beneficiaron o no a su entorno.
Sin embargo, la idea de matar a los hijos, siquiera
simbólicamente, es una forma de la autodestrucción, de la anulación del futuro.
El Estado debe velar por la seguridad de los ciudadanos, pero con especial
intención debe centrarse en los jóvenes, como los 43 normalistas y Daniela
Isabel Magaña Castellanos de la
preparatoria de Zapotiltic, que permanecen desaparecidos, y la muerte en manos de policías de Ricardo
Esparza Villegas, estudiante de CULagos, cuyas ausencias se encuentran marcadas
por una aura de terror.
Por eso debemos salir a las calles, escribir y hablar
cotidianamente para que no se imponga la pesada y fría lápida de la impunidad.
Ha escrito en su muro de Facebook el escritor Gabriel Martín: “es momento de que la indignación sea escuchada en cada
conversación y a todas horas. No aceptemos la indiferencia oficial y
aparentemente atávica en todos nuestros actos”.
Protestar es necesario para esclarecer el presente y construir el futuro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario